Hoy ha muerto Rafael Martínez, un comunista orgulloso de serlo. Con el orgullo de una militancia larguísima, casi tanto como su vida, y del que se sabe leal a los principios del socialismo.

Como correspondía a su clase, no tuvo infancia, trabajando incansable desde los seis añitos, sin poder ir a la escuela, aprendiendo donde podía, sin otros juegos que las faenas del campo. Así, su mayor orgullo adolescente es ingresar a los 17 años en las juventudes comunistas.

Después, la guerra, que le sorprende en el lado equivocado. Intenta desertar, pero no lo consigue, afortunadamente sin consecuencias, aunque no para otro compañero al que sí descubren y ve con horror su asesinato. Al terminar el servicio, vuelta a las faenas del campo, en Santaella donde conoce a su primera esposa, madre de sus seis hijos, de los que desgraciadamente solo queda su hija Ana.

Fue emigrante, primero en Valencia donde hizo trabajos de huerta y cultivo de arroz, después en Francia, como “sin papeles” hasta que pudo legalizar su situación, donde trabaja como agricultor, talador de pinos en los Alpes y albañil en Sarrians.

Es en Francia donde comienza su labor en el PCE, desarrollando una intensa actividad entre emigrantes españoles y temporeros, ayudándoles a defender sus derechos y llevándoles la voz del Partido, haciendo reuniones y conferencias, propaganda política y recaudando dinero para los presos políticos. Empieza entonces a formar parte del Comité de Departamento y a hacer viajes al interior de España, jugándose el pellejo, para llevar propaganda del Partido a las células.

Tan pronto como legalizaron el PCE vuelve a España, ya con su segunda esposa, Ana Claro, poniéndose al servicio del Comité Provincial de Córdoba. Fue entonces cuando nos conocimos y empezamos a forjar nuestra amistad sincera, lo cual fue fácil porque Rafael era un hombre de bien y, por tanto, legal, sincero, honrado y trabajador. Un comunista convencido.

En Córdoba fue responsable de finanzas, razón por la que se recorre toda la provincia, consiguiendo el cariño y amistad de toda la militancia. Era famoso entre sus camaradas por vender cientos de ejemplares de Mundo Obrero y también porque dirigió muchos años el desarrollo y montaje de la caseta del PCA en la feria de mayo.

La muerte le acechó tres veces, pero el pudo burlarla. La primera, el 22 de diciembre de 1962 con un accidente de coche en el que perdió a toda su familia menos su hija Ana. La segunda, en un accidente laboral en el que una caída le dejó inhabilitado muchos meses. La tercera, el 25 de noviembre, que cayó en coma para recuperarse después, en medio de la alegría de sus amigos y camaradas. Poco duró la alegría. Hoy ha fallecido a los 106 años, este hombre que desde los seis no dejó de trabajar y luchar para el bien de la clase trabajadora. Hombre honesto, sincero y legal, amigo de sus camaradas, se lleva el respeto y cariño de quienes lo han conocido.

Descansa en paz.