Las izquierdas siempre han jugado a hacer como que se juntan y se quieren, pero solo para pelearse después; mientras que las derechas han sido más de hacer como que se pelean y se detestan, para terminar juntos en los momentos importantes de la vida.

Ejemplo exacto de esta máxima con más de un siglo de historia en España ha sido lo ocurrido esta semana en el Parlamento andaluz. Las izquierdas a la izquierda del Partido Socialista han protagonizado el «divorcio del copón» que venían prometiendo desde hace meses (la expresión es de un diputado de Adelante Andalucía, no mía) con la disolución definitiva del grupo parlamentario en el que confluían hasta el jueves, un popurrí (confluencia en el argot político) de sensibilidades que Teresa Rodríguez (ahora expulsada por «transfuguismo» al grupo de los no adscritos, junto a anticapitalistas como la diputada por Córdoba Luzmarina Dorado) y Antonio Maíllo (alejado de los ruedos políticos) conjugaron para las elecciones del 2018 bajo el sello de Adelante Andalucía. Las izquierdas a la izquierda del PSOE prometieron divorcio y el plaf de las bofetadas se ha escuchado de Ayamonte a Pulpí. Están cumpliendo, cómo no, con toda la parafernalia de las separaciones, incluidos los postres del juicio final que los llevará al altar del Tribunal Constitucional para que se terminen de destrozar como buenos malos ex. Ahí andan los hijos de la pareja electoral, 584.040 andaluces (de los que 64.048 fueron de Córdoba), pensando si irse a vivir con papá, con mamá, con los abuelos o independizarse de una vez por todas y dejar a un lado sufrimientos y miserias.

Por su parte, las derechas han coreografiado también esta semana una escena teatral de peleíllas y desencuentros a lo Álvarez Quintero, para terminar pactando los presupuestos andaluces del 2021 con un pelillos a la mar, happy end y beso de tornillo (mascarilla mediante) a tres bandas que se ha dejado oír por todos los rincones de Andalucía. ¡Mua, mua y requetemúa! Vox ha prestado de nuevo su apoyo al PP y Cs, después de presentar una enmienda a la totalidad de las cuentas para despistar al enemigo. A cambio del apoyo, Juanma Moreno ha tenido que aceptar algunas exigencias de los socios preferentes como un plan de eficacia, eficiencia y racionalización en la Radio y Televisión de Andalucía (con la supresión de la segunda cadena o la amortización de todas las plazas por jubilación), seguir bajando el impuesto sobre el patrimonio de las personas físicas, sucesiones y donaciones o el fin de las auditorías del impacto de género. Al quite, el alcalde de Córdoba, José María Bellido, ya pidió el viernes a Vox que aquí hagan lo mismo y se dejen querer porque son «muchas más cosas» las que tienen en común, que las que los separan (las comillas son del regidor cordobés, no mías). Esperando estamos con expectación qué responderá Paula Badanelli a este guiño-guiño del edil popular.

Otro elemento que ha cobrado protagonismo esta semana ha sido el micrófono, que surte efecto tanto si se deja abierto como si no. Por ejemplo, al alcalde de Sevilla, el socialista Juan Espadas, se le quedó abierto en un pleno y se le escuchó decir con claridad «esta es un peligro público», en referencia a la portavoz de una asociación ecologista. «Habría que matarlos a todos», añadió después por si no había quedado clara su animadversión hacia la plataforma en cuestión.

Por el contrario, quien se desgañitó pidiendo que le abrieran el micro para poder contestar a la socialista Susana Díaz fue Alejandro Hernández, diputado por Córdoba de Vox, a quien pensábamos que no le había sentado bien que le dijeran «heredero del franquismo», pero según explicó después, precisamente en Canal Sur, fue «por la equiparación» que Díaz había hecho de Vox con ETA. Hernández empezó mandando a la presidenta del Parlamento, Marta Bosquet, «a la porra», y acabó con un «a tomar por culo» mucho más explícito, que tampoco dejó ningún género de dudas. Una cosilla, Espadas pidió perdón, Hernández, no.

En Capitulares, pasado el sofocón de la campaña (ahora el debate se ha mudado a Lucena), por fin empiezan a materializarse los planes medioambientales del PGOU y que el alcalde quiere abanderar como sello del mandato: el cierre de Córdoba con un cinturón verde (formado por los parques del Patriarca, Canal, Flamenco y Levante) y un anillo verde para poder ir desde las Naves de Colecor (en subasta) hasta el Campus de Rabanales. ¡Cuánto frescor y qué lote de andar!