La vida de Gregorio Fernández hace tiempo que dejó de ser vida para convertirse en un lento pasar de días en los que a duras penas subsiste. Tiene 46 años y sufre esclerosis múltiple, diabetes y un trastorno bipolar, lo que le obliga a tomar seis pastillas diarias. La suerte no parece haberle sonreído. Dejó los estudios para ponerse a trabajar «para ayudar a la familia», comenta, «primero como camarero con mi padre y luego solo porque monté un negocio que no funcionó».

Según su relato, se casó y trabajó como encargado de hostelería en un bingo, hasta que le diagnosticaron la esclerosis múltiple y, tras verse impedido para el empleo, su matrimonio hizo aguas, dos años después de haberse casado, con su hijo «recién nacido». A Gregorio, de hablar pausado, le cuesta recordar fechas a causa de su tratamiento, pero sabe que se divorció hace 19 años, la edad aproximada de su hijo, al que no ve «desde que tenía cuatro o cinco añitos». Aunque tiene siete hermanos, solo mantiene contacto con uno, al que visita a menudo, asegura. Desde que se divorció, su vida ha dado muchos giros. «Después de morir mis padres, estuve un año en la calle porque no tenía a dónde ir», recuerda, «luego conocí a una gente de Marruecos, me sentía muy solo, ellos me recogieron de la calle y acabé haciéndome musulmán, me fui con ellos a su país y allí estuve un año, pero no pude aguantar porque necesitaba el tratamiento para la esclerosis y volví». De regreso, su hermana lo llevó al psiquiatra. «Venía con barbas y dijo que tenía mala pinta, así que me llevó a un psiquiatra que me diagnosticó trastorno bipolar». Eso fue hace cinco años, calcula. Ahora vive en una infravivienda, «un antiguo local de platería que yo arreglé», explica, «es lo que me puedo permitir».

De lunes a sábado acude al comedor trinitario «para comer caliente» y una vez a la semana Cáritas envía una persona para ayudarle a limpiar. Se le puede ver con su bastón o el andador, según el día, caminando muy despacio por la calle Frailes para coger sitio. «Tengo reconocido el 100% de invalidez, pero no tengo la paga entera», explica, «desde hace un tiempo, me embargan 250 euros para pagar la pensión de mi hijo, porque no la he pagado porque no tenía dinero». Ahora, «después del alquiler, la luz y las medicinas que son muy caras, apenas me queda nada». No sale mucho. «No puedo andar, así que me quedo en casa con la tele».

A su hijo no lo puede ver, «no creo que sepa ni quién soy ni cómo estoy, parece que su madre le ha dicho que soy un borracho, pero yo ni siquiera puedo beber por la medicación», afirma. Le gustaría vivir en una residencia para estar bien cuidado, pero no ha recibido respuesta a su solicitud por la ley de dependencia. «La solicité hace tiempo y me la denegaron y la volví a solicitar, pero no me contestan». Su sueño es «seguir con vida y que no me ataque la esclerosis» y «poder encontrarme con mi hijo para saber cómo está ahora». Según cuenta, «hasta los cuatro años, lo veía en un punto de encuentro dos veces por semana, pero, cuando dejé de pagar, dejó de llevarlo».