La diabetes, que por el momento es una enfermedad crónica sin cura, obliga a quien la padece a adaptar su alimentación y hábitos de vida al mejor control posible de la enfermedad. Cuando la enfermedad se diagnostica en niños, estos suelen madurar antes que los menores de su edad, pues desde muy pequeños aprenden a controlarse la glucosa, a pincharse la insulina, a saber lo que tienen que comer, cuánta cantidad y cuándo.

Ejemplo de esa madurez es Paula Barrientos de la Rosa, una cordobesa de 16 años, que desde los diez años convive con la diabetes tipo 1. Su madre, María del Mar de la Rosa, cuenta que, en apenas un mes, su hija empezó a mostrar síntomas propios de esta enfermedad, pérdida de peso, tener hambre a todas horas, orinar mucho, beber mucha agua, sentirse mareada y fatigada. Aconsejados por un tío de la pequeña, que también es diabético, los padres de Paula solicitaron que le hicieran a su hija una prueba de glucosa, la cual determinó que tenía un valor muy alto, de más de 400. «Dejaron a mi hija ingresada en el hospital Reina Sofía y nos llegó el mazazo del diagnóstico. Los primeros meses fueron muy duros, de aprender a controlar la glucosa, de adaptar la alimentación a su situación (contando y pesando las raciones), analizando cualquier comida para comprobar si contenía azúcar, hasta que lo complicado se hizo rutinario», relata esta madre. «Mi hija lo que más echa de menos es no poder comer lo que le apetezca en cualquier momento del día, pues no existen alimentos prohibidos totalmente, pero sí tienes que adaptar la insulina a la alimentación y al nivel de glucosa. Ella hace vida normal. Va al instituto y estuvo haciendo el Camino de Santiago. Tiene una bomba de insulina desde hace 5 años y también usa el sistema Flash, financiado por la sanidad pública, para monitorizar su glucosa. En las horas que está en el instituto se suele hacer unas tres mediciones y también durante la clase de Educación Física. Con una aplicación que tiene en el móvil mi marido y yo podemos ver también en nuestros móviles cómo se encuentra su glucosa y así nos queda la tranquilidad de que todo está bien», explica la madre de Paula.

Vídeo: El caso de Paula Barrientos de la Rosa, una cordobesa de 16 años, que desde los diez años convive con la diabetes tipo 1.

Al debutar con la diabetes a los 10 años y no con menos edad que es lo más habitual en la infancia, esta chica fue capaz casi desde el primer momento de controlarse la glucosa ella sola en el colegio. Pero existen diabetes inestables y menores que son muy pequeños para controlarse y pincharse ellos solos, lo que obliga a las familias a estar continuamente desplazándose a los colegios o guarderías para supervisar que sus hijos están bien. La Plataforma Estatal de Enfermera Escolar, en la que están integrados Satse, ANPE y asociaciones de pacientes, lleva años demandando que en los centros escolares exista una enfermera o enfermero para facilitar el buen control de la enfermedad y evitar los riesgos deuna complicación aguda, como la hipoglucemia.