Siempre supo que quería ser madre y luchó con su marido durante años para conseguirlo aunque nunca imaginó que daría a luz a un superhéroe.

Carmen Flores tiene 40 años y conoció a su marido hace 16. Su historia comienza en el Campo de San Antón y la avenida de Barcelona, donde se crió hasta que se casó y se instaló en el Sector Sur. Alumna de las Francesas, se convirtió en auxiliar de clínica y técnico de rayos tras su paso por los institutos de Ramón y Cajal y San Álvaro. «Cuando acabé, estuve un tiempo trabajando en clínicas privadas haciendo sustituciones hasta que encontré un trabajo con una dentista», explica.

Con 24 años conoció al que sería su marido en una excursión a Málaga. «Me fui a la playa con una amiga y él venía en el mismo autocar», recuerda, «al repartir las tumbonas él cayó a mi lado y como hacía mal día empezamos a hablar hasta que al despedirse Manolo me pidió el teléfono». Tres años más tarde, «aunque nadie daba un duro por nosotros e incluso hicieron apuestas», se casaron y desde entonces no se han separado.

«Los dos teníamos claro desde el principio que queríamos hijos», explica, «pero cuando empezamos a intentarlo nos dimos cuenta de que no iba a ser tan fácil como habíamos pensado». Así empezó una década de tratamientos de fertilidad primero en la medicina pública y luego en la privada. «Fue un proceso muy duro, con muchos altibajos», relata, «cada vez que me venía la regla era un drama». La primera fecundación in vitro que le realizaron en una clínica privada la dejó embarazada. «Después de tantos intentos, no me lo creía», explica, «pero a la semana tuve un aborto». En el segundo intento, volvió a quedarse embarazada, esta vez de mellizos. «Todo iba bien hasta que tuve un problema de tensión alta y preeclampsia y me tuve que dar de baja», recuerda, «a las 33 semanas di a luz con cesárea un niño y una niña prematuros, ella pesaba 2,270 kilos y él algo más de un kilo».

Carmen recuerda que ingresó en el hospital el día de su décimo aniversario, un 7 de octubre, por los problemas de tensión y dio a luz el día 29 de ese mes. No pudo ver a sus hijos, Carmen y Manuel, hasta el día siguiente ni llevárselos a casa hasta mucho después. «La niña salió de la incubadora a los 15 días pero el niño estuvo mes y medio porque nada más nacer tuvo una infección pulmonar y lo ingresaron en la UCI, estuvo a punto de morir». El pequeño salió del hospital en diciembre, pero en febrero volvió a ser hospitalizado con una grave bronquiolitis que le obligó a estar en la UCI hasta que se recuperó. En mayo del año siguiente, tras la baja maternal, se incorporó a su puesto y empezó una vida normal mientras veía que sus hijos cogían peso poco a poco. «Con diez meses, empezaron a ir a la guardería y la familia recuperó la rutina».

Según Carmen, tener dos hijos de golpe es muy bonito, pero te cambia la vida. «Estás deseando que llegue el día y cuando los tienes en casa te quedas durmiendo mirando la cuna, pero al día siguiente te das cuenta y sientes el peso de la responsabilidad», explica serena, «menos mal que desde el primer momento mi marido y yo nos hemos compenetrado y repartido las tareas, y hemos tenido la ayuda cuando ha hecho falta de mis padres, de mis hermanos y amigos».

Al mes de cumplir los dos años, Manuel, que hasta el momento había superado sin problema el seguimiento habitual de los niños prematuros, se puso malo con fiebre. «Le aparecieron llagas en la boca, se resfrió y un día le aparecieron cardenales en las piernas», relata, «pensaron que era una simple bajada de defensas hasta que aparecieron los cardenales y la pediatra pidió una analítica».

El 23 de noviembre Carmen recibía el diagnóstico. Manuel tenía leucemia mieloide. «Yo me quería morir», confiesa, «cuando me dijeron que hablara con la hematóloga supe que algo iba mal y yo misma le pregunté si lo que tenía mi hijo era leucemia». Ese mismo día, se quedó ingresado para empezar los tratamientos de quimioterapia, tres ciclos. «Los superó como un campeón, pero me dijeron que hacía falta un trasplante de médula». Tras descartar a los familiares, una búsqueda localizó un cordón umbilical en Alemania compatible con el niño. El 13 abril tuvo lugar el trasplante. «Estuvimos los dos 33 días en una cámara de aislamiento, aquello también fue muy duro para los que estábamos dentro y para Manuel y Carmen que se quedaron fuera», asegura. «El tiempo que su hermano estuvo ingresado, mi hija jugaba con una foto de los dos en la mano», explica emocionada. El 13 de abril se considera el día 0 en el que empieza el contador para un nuevo cumplevidas. 32 días después pudieron salir de la cámara de aislamiento y pasar a planta.

Ahora Manuel es un niño inquieto y feliz. «Él no se acuerda de lo que pasó ni es consciente de que es un superhéroe como yo digo», afirma Carmen, que asegura que lo que ha vivido le ha cambiado el orden de prioridades. «Por estar de baja, me echaron del trabajo y desde entonces estoy en el paro, ya solo tengo la ayuda familiar y lo que gana mi marido cuando lo llaman, pero ya no me altero como antes si me llaman del banco porque debo una letra», cuenta tranquila, «hago mil números y no dejo de echar curriculums y espero que pronto me salga algo, pero he vivido momentos de tanto miedo que supongo que me he vuelto más fría y sé que mientras haya salud saldremos adelante».