Siguiendo ayer, a primeras horas de la mañana, el rumor de las palabras en las terrazas de los bares que rodean al polideportivo de Vista Alegre, uno podía llegar al centro de la noticia. Las vacunas estaban aquí. Concretamente, tras las ocho mesas que la Junta de Andalucía había dispuesto en el pabellón para que más de 7.000 profesores, en dos días, comenzaran a rozar la inmunidad frente al covid-19.

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A las puertas de acceso no dejaban de acercarse, en oleadas, decenas de profesores. «¡Mesa cinco!», gritaba el personal -entre el rumor de cientos de voces amontonadas-. Y, poco a poco, todos iban entrando. Por segundos, algunos accesos se quedaban vacíos. Por segundos.

Dentro, el ambiente subía hasta el nerviosismo de los pasillos, donde las filas caminaban hacia las agujas y bajaba hasta las gradas, donde maestros y profesores confiaban, unos más y otros menos, en la reacción de su cuerpo ante el desconocido invitado. Después de 15 minutos -lo recomendado en estos casos- podrían abandonar el recinto. Mientras, se acumulaban en los asientos de plástico, intentando seguir las órdenes de quienes, con poco éxito, intentaban organizar el espacio. «Somos peores que nenes chicos», comentaba una profesora con una risa. Porque no faltaban las bromas tras el pinchazo. «En escala de popularidad nos ha tocado la menos popular, pero aún así estamos contentas», decía una maestra en referencia al fármaco. Los elogios, especialmente, confluyen en dos aspectos del proceso: la velocidad y la fluidez. Y de ello, los enfermeros y los voluntarios de Cruz Roja eran responsables. «Ha sido rápido, muy bien organizado», comentaba otra maestra. «La primera impresión es buena, veremos si tenemos efectos secundarios o no», añadía una compañera en uno de los pasillos al salir.

Entre la alegría, no era raro encontrar cierta preocupación. «Como se oyen tantas cosas, uno está siempre con la mosca», comentaba una profesora del conservatorio de danza. En algún grupo había quien, incluso, se atrevía a desafiar el «contentos» rotundo de sus compañeros. Pero «socialmente había que hacerlo», concluyó la profesora del conservatorio. «Es el principio del fin se supone», decía una maestra. Y así, como el resto, abandonaba Vista Alegre, con una vacuna y una sonrisa.