Fernando Fernán-Gómez dibuja en la pizarra una lengua en espiral. La película de José Luis Cuerda, que narra la historia de un maestro rural, calca la vida de Ricarda Ana Cobacho. Su historia apenas contó 36 años.

"Era una mujer culta. Socialista", dice el historiador Francisco Moreno en su libro 1936: El genocidio franquista en Córdoba , "(...) Tenían una tienda de comestibles y en los ratos libres hacía de maestra particular y de escribiente para la gente que necesitaba cualquier gestión administrativa". Ricarda fue una de las primeras cordobesas que pudo votar: fue en el 33 --el miércoles se celebró el 75 aniversario del sufragio femenino--. Republicana, mujer, culta y con opinión propia... "Era demasiado para ellos", cuenta emocionada su nieta, Florentina Rodríguez, "todo empezó a torcerse cuando inició una campaña para que en unos terrenos hicieran una escuela en vez de un cuartel". Esta decisión le acarreó una enemistad que "le costó la vida". Un guardia civil empezó a amenazarla y acosarla, "cómo no sería aquello, que mi abuela tuvo el valor de ir a Córdoba a denunciarlo ante la Comandancia de la Guardia Civil". El hombre fue trasladado a otra provincia cuando estalló la guerra.

Pero ya estaba señalada. Ricarda se refugió en su pueblo junto a su marido y sus cuatro hijos. Le advirtieron "ten cuidado, pero ella decía siempre que no había hecho nada y que no tenía nada que temer". El guardia civil volvió a buscarla a Jauja. Le rapó la cabeza y le hizo el paseo. Junto a ella, se llevaron a una vecina de 62 años que salió en su defensa. A los pocos días apareció semienterrada junto a un arroyo. Su familia cree que la sepultaron en una fosa común. Nadie pudo enseñar a leer a los hijos de Ricarda, pero ahora la más pequeña, Rocío, lucha porque su voz se escuche y la historia se conozca.