Hace justo un año, el 28 de febrero del 2020, los hoteles de Córdoba rozaron el lleno. El Puente de Andalucía convirtió la ciudad en un hervidero de locales y turistas, 400 jinetes recorrieron a caballo el centro de Córdoba por la mañana y, por la noche, el auditorio del yacimiento de Medina Azahara se vistió de largo para el concierto de la banda de rock de Manolo Martínez. En los medios, se oía ya el runrún de las agencias de viajes, alertando de la cancelación del 90% de los vuelos procedentes de Italia, donde el covid-19 hacía estragos, mientras las bolsas internacionales sufrían sus primeros reveses por efecto de la pandemia. En Sevilla se investigaba el misterioso caso de un señor de 62 años que había contraído el virus sin salir de su círculo habitual y la OMS lanzaba sus primeros consejos para prevenir contagios. Ese día, el hospital Reina Sofía celebraba además la entrega de una medalla de Andalucía en el año del 40º aniversario de la autonomía.

Once días más tarde, el 10 de marzo, el covid-19 irrumpía en Córdoba. Un joven italiano de 26 años, pareja de una alumna de Erasmus, que había viajado para visitarla, daría pie al debut del virus en la provincia, aunque en Andalucía ya había 83 casos confirmados. La pesadilla pandémica empezaba.

Un año después, ocho profesionales sanitarios del hospital Reina Sofía, procedentes de las ocho provincias andaluzas, relatan su experiencia.

Francisco Cabello, enfermero de la uci del hospital Reina Sofía, cordobés de 45 años, recuerda perfectamente a los tres primeros pacientes con covid que atendieron en marzo, un señor de unos 70 años y dos médicos. Los dos primeros fallecieron, el tercero lograría con mucho esfuerzo salir adelante. "Se me han quedado grabados recuerdos de muchos pacientes", confiesa Francisco emocionado, «a la mayoría no les he visto la cara, pero he leído el miedo en sus ojos en el momento de la sedación previo a entubarlos, aterrados por lo que habían oído en los medios, preguntándose, imagino, si volverían a despertar». Recuerda también los días que pasó una de sus compañeras ingresada en Intensivos hasta que felizmente logró recuperarse. Hoy sigue cuidando de pacientes con covid. "Hemos sentido el miedo de los enfermos y el nuestro, de pensar que podíamos llevar el virus a casa". Francisco lleva 11 años trabajando mientras el mundo duerme, 10 horas diarias en días alternos, en el turno de noche. Cuando acabó sus estudios, en el año 2000, él y su entonces novia, ahora mujer, también enfermera, se fueron a trabajar a un hospital de Lisboa en el éxodo masivo de profesionales que se produjo en esos años. "Regresamos para casarnos y al poco tiempo me contrataron en el hospital". Según cuenta, desde el primer momento se enganchó al servicio en la uci. "Esto es duro, pero o lo amas o lo odias y mí me atrapó".

Sanitarios de las ucis. CÓRDOBA

La pandemia no le ha hecho reconsiderar su decisión. "Estar en primera línea ha sido durísimo, nos tuvimos que enfrentar a una enfermedad de la que no sabíamos nada, al principio sin equipos de protección, reinventándonos cada día y actualizando protocolos continuamente según se iba conociendo más del virus, nos hemos tenido que multiplicar para atender a los pacientes, completamente aislados del mundo, y a sus familiares, desesperados por conocer la evolución de los suyos". Según este enfermero, la tercera ola ha sido la peor. "Las unidades covid y las ucis han estado llenas, ha venido gente de otros servicios para ayudar", explica, "en la primera, había sobre todo personas mayores, pero a estas alturas, han pasado de todas las edades".

Maquinaria engrasada

En el hospital Reina Sofía de Córdoba, referente en muchas patologías, trabajan 6.800 profesionales. Una auténtica legión de batas blancas y verdes que componen una maquinaria muy bien engrasada forjada a lo largo de más de 40 años y a los que une lo que ellos llaman "orgullo de pertenencia", un compromiso que no solo les carga de responsabilidad sino que les pone las pilas. Encarnación Ibarra es la jefa del Servicio de Oftalmología. Tiene 63 años y es de Granada, pero después de 32 años en Córdoba se siente "más de aquí que de allí". Estudió en su tierra natal y trabajó en el hospital de Úbeda hasta que tuvo la opción de venir a Córdoba. "Mi hermano es pediatra y estaba en Reina Sofía y yo quería venirme aquí, para mí era importante estar en un hospital grande, donde pudiera aprender y crecer en el plano laboral", afirma. Cuando llegó, le costó coger el ritmo. "El nivel era altísimo y recién aterrizada, mi obsesión era estar a la altura", explica. Se fue de Granada y enseguida se adaptó a Córdoba. "Mi ciudad es muy bonita para un fin de semana, pero es muy incómoda, no hay parques y jardines como aquí, ni grandes avenidas como Vallellano, Córdoba es un sitio fantástico que hice mío desde el primer momento", asegura.

Sanitarios del Hospital Reina Sofía. CÓRDOBA

La pandemia ha marcado un antes y un después en su carrera, que piensa prolongar "al máximo", afirma energética, descartando la jubilación que le tocaría en breve. "Los oftalmólogos hemos tenido que tomar muchísimas precauciones contra el covid porque trabajamos a un palmo de los enfermos", señala. Salvo en el periodo de confinamiento duro, en el que las atenciones cayeron, el servicio ha mantenido el ritmo vertiginoso que le caracteriza. "Cuando los centros de salud dejaron de atender de forma presencial, los pacientes, que en un primer momento no venían por miedo, empezaron a llegar porque querían contacto directo con el médico y esto ha sido un no parar", comenta sincera. Desde que el virus entró en Reina Sofía, el hospital ha vivido diferentes etapas, según su percepción. "En la primera ola, todo el mundo tenía la adrenalina arriba y aunque había mucho miedo, la gente se enfrentó dándolo todo, a pecho descubierto", señala, "luego llegó el verano y vimos las playas llenas y pensamos que aquello no tenía sentido, que el virus iba a darnos otra bofetada y así fue". Poco a poco, "ha crecido el sentimiento de tristeza, de cansancio en todas las especialidades, de primera línea o no, por la carga de responsabilidad que teníamos mientras veías en la calle hacer barbaridades".

Encarnación es cuidadora de su madre, de 91 años, enferma. "Los sanitarios hemos vivido en burbujas para evitar contagiar a nuestras familias, obsesionados con limpiarlo todo, abriendo las puertas con los codos para no tocar nada, usando patucos como mascarillas cuando no las había y aún así, ha habido compañeros que han dado positivo porque el virus estaba ahí". En su opinión, "esta pandemia nos ha hecho aterrizar y ver que todos somos iguales ante la enfermedad y que el primer mundo no está libre de sufrir también estos zarpazos, que hay que valorar más a la familia y las cosas pequeñas que ahora no tenemos".

Si Francisco Cabello, costalero y cofrade, ha echado de menos sus salidas bajo el paso de la Virgen de la Paz y Esperanza, Encarnación sueña este 28 de febrero con un día en su playa de Almuñécar o una puesta de sol en el Mirador de San Nicolás frente a la Alhambra.

En Urgencias, dos mujeres de distinta generación, una de Aguadulce (Almería) y otra de Galaroza (Huelva) han recibido a los pacientes de covid en la puerta de entrada al hospital. Yolanda estudió en Sevilla y, en el último curso, conoció a su marido, un cordobés. "Hice la residencia del 2005 al 2009 y me quedé trabajando en Urgencias, hace nada que he aprobado la plaza fija", comenta. Se especializó en Medicina de Familia, pero se decantó por las Urgencias "porque te hace estar muy alerta, enfrentarte a resolver situaciones complicadas con decisiones rápidas en las que ves resultados en el paciente, eso me motivaba mucho", recuerda. Durante la pandemia, la actividad se ha vuelto más compleja, aumentando los tiempos para cada acto médico, entorpecido por los protocolos y las medidas de seguridad. En estos meses, apenas ha visto un par de veces a su familia, a la que no visita desde Navidad. "Cuando era jovencita, mi ilusión era volver a Almería, pero ahora tengo dos niños cordobeses y tengo mi vida hecha aquí".

Tanto Yolanda como Mar coinciden en que desde que empezó la pandemia, la relación personal con los compañeros de trabajo se ha vuelto más intensa porque "es mejor enfrentarse al miedo juntos". La presencia de personas de distintas provincias ha hecho que compartan también la preocupación por tener a la familia lejos. Los padres de Yolanda se contagiaron hace dos meses. Dieron positivo el día de la lotería, el 22 de diciembre. "Lo pasé fatal porque ellos estaban en Almería enfermos y yo aquí, sin poder ir a verlos, solo por videoconferencia", relata, mientras sostiene que la última ola ha pillado al personal sanitario "agotado después de tantos meses de tensión, doblando turnos, haciendo guardias extra, viendo compañeros que caían enfermos o se aislaban por contacto estrecho, mientras otros se tenían que ir a reforzar las ucis". Ahora que empieza a bajar la presión, asegura que el hospital "necesita unos meses de estabilización para recuperar el aliento".

Un sanitario atiende a un paciente en la UCI. CÓRDOBA

Mar, de 29 años, empezó a trabajar con ella en Urgencias en junio del 2020, en plena pandemia, como personal de refuerzo, pero debido a la alta demanda asistencial sigue trabajando. Estudió Medicina en Sevilla, pero hizo la residencia en Córdoba. "Empezar a trabajar en plena pandemia daba vértigo, pero también era una oportunidad para aportar mi granito de arena, ayudando a los pacientes en primera línea". En las dos olas que ha vivido, ha sentido mucho miedo. "Cuando ves el virus de frente, asusta, yo he visto casos de gente joven en la uci y no te lo crees, ellos mismos no pensaban que llegarían ahí y ves lo mal que lo pasan y el sufrimiento que provoca en las familias", comenta, "ves personas que piensas que no van a salir que irse a su casa y otros...". Este fin de semana descansa, pero no podrá ir a su casa en Aracena, "el sitio ideal para conectar con la naturaleza y disfrutar de un buen jamón de Jabugo". "De Huelva, mi rincón favorito en la sierra es la Gruta de las Maravillas, las Minas de Riotinto y en la costa, la playa de Punta Umbría", recomienda. Yolanda, que ha perdido con los años su acento almeriense, recuerda con morriña las migas de harina y el atardecer tranquilo en el puerto de Alguadulce.

El hospital Reina Sofía no solo es un revoltijo de gente de diversa procedencia sino de acentos para todos los gustos. Igual se escucha un bonica almeriense que un miarma sevillano que un pisha de Cádiz, lo que pone su poquito de sal a los largos días y las infinitas noches de guardia. Gonzalo Gómez es residente de Cirugía General en Reina Sofía, tiene 25 años y es de Sevilla aunque sus padres son extremeños y tiene un acento tamizado. "Tendría que haberme incorporado a mi puesto en junio, pero la pandemia lo retrasó hasta septiembre", explica, pero no quiso tomarse vacaciones en verano y aprovechó para trabajar en Urgencias de un hospital en su tierra. "Con la que estaba cayendo, quería empezar a trabajar cuanto antes", asevera. A diferencia de otras promociones, no ha podido hacer planes para conocer gente por lo que su mundo y sus conocidos se circunscriben al hospital.

Estos meses han supuesto una prueba de resistencia, "en la que hemos tenido que operar muchas veces sin esperar al resultado de las PCR, con los epis completos, lo que complica todo bastante". El peor momento en este tiempo fue cuando su madre dio positivo y toda su familia quedó aislada mientras él, en Córdoba, no podía echar una mano. "Yo estaba aquí, pero mi corazón estaba en Sevilla", afirma. Pese a todo, ha disfrutado de Córdoba y de su casco histórico, que le encanta recorrer. En eso coincide con Jesús Antonio Portillo, residente de Oncología Radioterápica, de Fuengirola. Él afronta su cuarto año, en el que ha tenido que combinar su trabajo en Oncología con refuerzos en unidades covid para dar respiro a otros compañeros. Eligió esta especialidad "por su versatilidad" y el hospital Reina Sofía por estar a la última en tecnología, pero nunca imaginó que le tocaría vivir una pandemia. Desde Navidad no ve a su familia, como el resto, ni tampoco a su novia, a la que conoció poco antes de la crisis sanitaria y que vive en Valencia. Siendo de Fuengirola, todos lo consideran medio cordobés aunque él echa de menos el mar de su Málaga y el pescaíto frito de allí.

Oleadas de ingresos

A José Manuel Morillo, de San Fernando (Cádiz), tampoco le importaría celebrar el día de Andalucía en la playa de Camposoto con un plato de cazón en adobo delante, pero eso aún tendrá que esperar. Técnico en alojamiento, trabaja desde hace cuatro años en las cocinas del hospital controlando los procesos de limpieza, manipulación de alimentos y emplatado de los menús que se sirve a los pacientes. "Durante la pandemia, hemos tenido que reforzar las medidas de seguridad, usando guantes y mascarilla en todo momento, gracias a lo cual hemos tenido cero contagios", comenta. En las cocinas, las oleadas de ingresos también se notan porque son muchos más los enfermos a los que dar de comer y eso, en el momento actual, significa más material que desinfectar.

Él y su mujer, que también trabaja en el hospital, recibieron en el 2020 un regalo, el nacimiento de su hija, cordobesa, que ya tiene seis meses y a la que no ha podido ver aún la mitad de la familia. "La pandemia me tuvo muy en tensión durante el embarazo de mi mujer porque ella estaba de baja, pero yo entraba y salía del hospital todos los días, así que hemos sido muy cuidadosos desde el principio". Hoy celebrará el Día de Andalucía trabajando "y muy orgulloso", sentencia seguro. A Córdoba se ha adaptado bien. "Aparte de los tres meses de calor, que viniendo de Cádiz es como si te dieran con un soplete en la espalda, es una ciudad fantástica para vivir".

Viniendo de Andújar (Jaén), el calor no pilló de sorpresa a Nieves Pérez Alcalá, enfermera responsable de recursos materiales del hospital, que este año cumple 45 trabajando en el Reina Sofía. Llegó a Córdoba con 18 años para estudiar Enfermería y ya nunca se fue. "Córdoba me fascinó y además aquí conocí a mi marido, que es de Almería, cuando estudiaba Agrónomos, luego yo empecé a trabajar en el hospital y él en la Universidad y desde entonces". No tiene la llave del Reina Sofía, pero casi puso la primera piedra. "El hospital es parte de mi familia, aquí nací como profesional, he tenido a mis hijos y he crecido a la vez que crecía el centro". En su larga trayectoria, ha sido jefa de bloque quirúrgico y montó el equipo de enfermeras de trasplantes. La pandemia la ha vivido a dos niveles. "Al principio, apagando fuegos según venían los casos y después, desde la resistencia". Su misión en el hospital es coordinar la adquisición de material sanitario y ha sufrido en primera persona la escasez de epis. "Primero por problemas de cantidad y luego, de cantidad y calidad", sentencia. También ha padecido la rotura de stock de productos de ventilación mecánica, que les obligó a "buscar alternativas". Según su relato, "al principio nos desbordó el desconocimiento, pero ya estamos entrenados".

Cuando le pido que piense en su pueblo, Nieves me habla de los amigos que dejó atrás, del pan y del olor a aceite al pasear por las almazaras. Ahora, como el resto, ha incorporado el pego a su vocabulario y ha hecho su familia geográfica más grande. "He abierto los brazos a toda Andalucía", dice sin dudar. En un día como hoy, a pocos meses de su jubilación, piensa en que saldremos adelante. "Resistimos porque tenemos que resistir, por supervivencia, pensamos que duraría poco y ya hemos visto que no, pero la esperanza te tira para adelante". Que así sea.