Llegó a Córdoba como turista, aprovechando que estudiaba en Italia gracias a una beca Fulbright que le permitió ampliar sus estudios de arte desde 1953 al 55. Muerta de curiosidad por conocer Andalucía --le tiraba tanto que en la mismísima Nueva York había recibido clases de baile flamenco--, iba de regreso a EEUU cuando recaló por estos pagos con sus obras completas de Lorca bajo el brazo, para ambientarse, y la ciudad la cautivó. "En aquel primer viaje entré en España por Barcelona y bajé hasta Vejer de la Frontera para visitar a una amiga, porque cogía el barco en Gibraltar. Por cierto, fue el Andrea Doria, que tres semanas después se hundió", dice aliviada de no haber viajado en él el día del naufragio.

En Córdoba estuvo el tiempo justo de visitar la Mezquita y apreciar que la ciudad "era todo lo que había visto en España, concentrado en un solo sitio". Un par de días fue suficiente para encandilarla tanto que, de vuelta a casa, estuvo cuatro años ahorrando para volver, sin sospechar que esta vez sería ya para quedarse.

La casualidad y el amor la anclaron para siempre a la orilla misma del Guadalquivir, que esta mujer soñadora (ella se define como "la última romántica") contempla cada mañana desde su cama. "Recién llegada me ofrecieron dar clases de inglés en la Academia Británica, y acepté pensando que así no gastaba mis ahorros y podría volver a mi querida Italia, cosa que no hice nunca --apunta--. Un día se presentó el que luego fue mi marido para dar una conferencia, tan guapo que quitaba el aliento. Pedí que me lo presentaran y al mes nos comprometimos".

--¿Fue entonces cuando decidió dejarlo todo y volver a empezar a miles de kilómetros de su hogar?

--A mi marido le faltaban unas asignaturas para terminar la carrera, y la idea era que cuando la acabara emigraríamos juntos a Norteamérica. Pero no lo hicimos. Parecía que se iba a comer el mundo pero era bastante inseguro. Cuando lo conocí mejor me di cuenta de que no era una persona que se adaptara fuera de su entorno.

--Y no le quedó más remedio que adaptarse usted. ¿Se ha arrepentido alguna vez?

--Mira, estoy enamorada de Córdoba, vivo muy a gusto. Pero me faltan estímulos. Si hubiera tenido medios, lo ideal hubiera sido trabajar en Nueva York y pasar en Córdoba los fines de semana.

--Así que ha vivido medio siglo con el corazón dividido entre las dos ciudades.

--Es que le debo mucho a Nueva York, ha sido una ciudad muy generosa conmigo. Trabajé mucho para abrirme camino allí. Mi familia creía que me equivocaba en el camino del arte. Mi padre nos reunió a mi hermano, mi hermana y yo y nos dijo que, como no podía costear más que una carrera, apoyaría al varón.

--Vaya, se ve que en todas partes cuecen habas, al menos en lo que se refiere a la discriminación de la mujer.

--Lo que pasa es que en Nueva York hay muchas oportunidades si uno se esfuerza. Me presentaba a todos los concursos. Tenía prevista una importante exposición cuando me vine.