Si es usted de bares, sin duda conocerá el Carrasquín. Si no lo es, casi seguro que también, porque este bar de la calle Málaga es uno de los clásicos de Córdoba. La barra que preside el local desde hace 50 años ha sido testigo de cómo varias generaciones de parroquianos fieles y de turistas han disfrutado con su comida y sus vinos. Aquí, créanme ustedes, las charlas de amigos han hecho innumerables esfuerzos por arreglar el mundo, por buscar explicación lógica a lo que se escapa a la razón, y les aseguro que algunas de ellas han terminado con un rotundo éxito. Puedo dar fe.

Detrás de la barra de Carrasquín ha estado durante 45 años Rafael Carrasco, nieto del fundador de El Correo y de esta taberna. De hecho, el Carrasquín era el almacén del bar de cañas de la calle Jesús y María, a pesar de que multiplicaba con mucho el tamaño del bar que hoy regenta su primo Manolo. El abuelo de Rafael le cuidó y le proporcionó estudios después de que su padre, al que llamaban Carrasquín, falleciera en el fatídico accidente de 1964 en el que un autobús urbano cayó al Guadalquivir, a la altura de la Cruz del Rastro, y en el que perdieron la vida once personas. Y Rafael se incorporó al bar de su abuelo tras terminar la mili. Con los años se convertiría en el alma de Carrasquín, en la esencia de las conservas, molletes y platos que servía desde la mañana a la noche casi sin descanso.

Hace unos años decidió jubilarse. Le pasó el testigo a un camarero, pero la cosa no funcionó y a finales de año llegó a un acuerdo con Miguel Eguidazu, responsable del Tollín, que desde hace menos de un mes es la nueva cara del Bar Carrasquín. Rafael habla con cariño y respeto del nuevo propietario, de quien dice que es «un chico estupendo», que tiene «una buena cocina» con la que se «come muy bien». Además, le agradece a esta nueva generación que haya decidido mantener el nombre del antiguo local, aunque Miguel conserva muchas más cosas.

Un nuevo Carrasquín

Miguel que emprende este nuevo proyecto «con mucha ilusión», entre otras cosas porque «Carrasquín es un sitio emblemático», «muy querido» y «un negocio para disfrutar mucho», a pesar del momento complicado que nos ha tocado vivir con la pandemia. Ha arreglado y ampliado el local, que ahora tiene doce mesas, ganándole espacio al viejo almacén, y le ha dado una estética renovada, aunque manteniendo detalles de la decoración y sin perder su esencia. Tampoco en la mesa. Miguel, restaurador experimentado, ha incluido en la carta algunos de sus platos emblemáticos de Casa Tollín, buscando siempre la calidad «y cosas muy seleccionadas que funcionan», como las carnes de sus proveedores de toda la vida, que van desde Galicia a la comarca de Los Pedroches, o los guisos de cuchara. Pero ha mantenido la esencia del Carrasquín de toda la vida porque continúa vendiendo todas las referencias de conservas y embutidos que durante décadas trabajó Rafael Carrasco, y que eran parte de la personalidad de este céntrico establecimiento. «Al cliente hay que cuidarlo mucho», porque «es el que manda», dice Miguel. Así, que si algo es de calidad y funciona, ¿por qué cambiarlo?

Ahora el Carrasquín es el ejemplo perfecto de la fusión entre una larga tradición hostelera y la experiencia de un profesional con ganas de hacer realidad nuevos proyectos mientras es feliz con su trabajo. De hecho, Miguel Eguidazu ha cerrado su Tollín de la calle Alhakén hasta que la situación que deja la pandemia remonte un poco, pero desde la cocina del Carrasquín prepara muchos de sus clásicos y los lleva directamente a la casa de sus clientes, una línea de negocio que le está funcionando.

Y mientras, Rafael sigue disfrutando de su Carrasquín y cada día baja desde su casa, situada justo encima, a charlar con Miguel. Y ambos esperan que el bar dure, al menos, otros 50 años. Larga vida al Carrasquín.