Todo indicaba que sería una sesión de homenaje a los vecinos de Electromecánicas, uno de esos encuentros dulces dedicados a la nostalgia colectiva, pero la cita derivó en un ejercicio de reivindicación de la memoria histórica. El acto, presentado por la periodista María Eugenia Vilches, tenía todos los ingredientes para ello. Tras una introducción amable a cargo de la alcaldesa de Córdoba, Isabel Ambrosio, que aludió al centenario de esta barriada industrial, nacida en torno a una fábrica metalúrgica hace más de un siglo, el Ayuntamiento hizo entrega de más de 60 diplomas a los donantes de memoria que han hecho posible construir el relato recogido en el libro El cobre que unió vidas. Le sucedió en la palabra el autor material de la publicación (junto a Bartolomé Olivares), editada por el Ayuntamiento y coordinada por el Archivo Municipal, el sociólogo Pedro Pascual Lindes, que realizó un alegato a favor de la memoria y llamó la atención a la sociedad actual, en su opinión, enferma de alzheimer colectivo. El meollo de la sesión vino después, cuando subieron al escenario cinco testigos vivos del pasado de La Letro, dos mujeres y tres hombres, cuatro de ellos trabajadores de la fábrica y una, Conchi Sánchez, hija, mujer y madre de un trabajador, entre los que reapareció Pepe Balmón, un histórico comunista encarcelado durante años por ser miembro del Grapo, para dar testimonio de lo que vivieron, de algo que fue mucho más que un barrio y una fábrica, el germen de la lucha obrera en Córdoba. «No me arrepiento de nada», dijo al empezar, para luego añadir: «Nadie nace comunista, a mí me hicieron comunista allí», y apostillar después: «He oído la visión idealizada de Electromecánicas, pero eso era una empresa que vino aquí para ganar dinero y su objetivo era explotar a los obreros, me gustaría saber a cuántos mandó el paredón Benito Arana». Miembro de la escuela de aprendices de la fábrica, relató la cantidad de accidentes laborales que sufrieron y cómo esa situación les hizo empezar a organizarse para reivindicar sus derechos. Francisco Pozuelo, sindicalista de CCOO, aprovechó su turno para recordar con nombres y apellidos a Bautista Garcés, «el primer trabajador de la Letro que llegó al Congreso de los Diputados por el PC, asesinado en julio de 1936», a Manuel Encinas Núñez, «vecino del barrio con quien la democracia tiene una deuda porque nunca se le reconoció como víctima del terrorismo», y a Santiago Barrios, «director de Relaciones Laborales que defendió la huelga cuando un trabajador fue aplastado». Paco Ferrero, sindicalista también, reforzó su historia recordando cómo llegó a la escuela de aprendices, como sus otros hermanos, para leer después una lista de nombres de compañeros, hasta que la voz se le quebró por la emoción. «Se dejaron las tiras del pellejo, gente con conciencia, luchadores», sentenció.

La historia de las mujeres quedó reflejada en las voces de Conchi Sánchez, que se negó a callar y a sucumbir al miedo a que los maridos fueran despedidos, y de Marina Redondo, trabajadora de la empresa por derecho propio, que según su testimonio, tuvo que luchar para hacerse respetar no solo ante sus compañeros hombres sino entre las mujeres de estos, a cuya lucha también se unió. El resto de la historia, trenzada en hilo de cobre por sus protagonistas, tendrán que leerla en el libro, una obra que la rescatará para siempre del olvido.