José Manuel Cuenca Toribio había anunciado que el libro que ahora presenta sería el último, pero lo que él llama su «inembridable grafomanía», traducida en 83 volúmenes donde aborda las facetas más candentes de la historia contemporánea, empieza ya a tomar el contorno escrito de una especie de memorias profesionales que titulará La España de un historiador. En ellas, el catedrático emérito de la UCO y articulista volcará sus intensas vivencias de medio siglo dedicado a dejar constancia para la posteridad de las claves del pasado. Pero para eso habrá de esperar a que pasen los ecos de su Historia de la derecha en España, el libro que acaba de salir de imprenta editado por Almuzara, que es un profundo análisis que atraviesa el pensamiento, hitos y personajes más señeros de una ideología «que ha modelado en gran medida la acción política de nuestro país», según se anuncia desde la portada. Una obra fundamental para conocer y comprender la evolución del conservadurismo patrio, contada por un historiador que, cumplidos los 77 años, cada día se siente más libre de corazón y palabra.

-No se concede una tregua, profesor. Va a libro por año. Su anterior trabajo, publicado también por la editorial Almuzara, salió en el 2016, cuando ya gestaba este. ¿No teme la crítica de quienes piensan que cantidad y calidad casan malamente?

-Algo, no mucho. Yo creo que una obra intelectual, un libro, no se mide al peso sino por sus valores intrínsecos, pero tampoco hay que satanizar la cantidad. No hay incompatibilidad entre calidad y cantidad. Aunque, si he de expresarle mi pensamiento íntimo, le diré que soy más partidario de los escritores con escasa y muy pulida obra, pero tengo cierta grafomanía -añade componiendo un gesto como de aceptación de lo inevitable-, y tampoco es cuestión a estas alturas de ir contra ella.

-Tituló su última obra ‘Marx en España’, mientras que en esta estudia la evolución de la derecha en este país. ¿Podría aplicarse aquí la teoría del péndulo?

-En parte sí. Pero ni yo ni nadie ha escrito todavía una historia general de la izquierda española, que buena falta nos hace, como también hay muy pocas obras sobre la derecha española, aunque sí naturalmente ensayos parciales. Y sí, tras escribir Marx en España me sentí atraído por hacer una introducción sobre la evolución de esa porción sustancial de la vida española -cultural, ideológica y sociológicamente-, que es la derecha.

-¿En quiénes pensaba al escribir este libro?

-Pensaba en la generación del futuro, he querido explicar los orígenes de una derecha que debe estar a la altura de los desafíos del año 2030, y eso será obra de ingenieros, no habrá ningún zapador. Eso de que tanto se habla hoy de necesidad de diálogo es en efecto una verdad en la España contemporánea. Hay muy pocos puentes, hay demasiada pasión y poca serenidad y afán de comprensión. He visto sacrificadas grandes figuras de esa entrega a la comprensión, como don Joaquín Ruiz Jiménez o don Pedro Laín Entralgo, que murieron amargados por el sectarismo que creían encontrar a todos lados, a babor y a estribor.

-Ha optado por el relato cronológico, supongo que para abordar una síntesis general y no parcial del tema. ¿Qué aporta la obra?

-Eso lo tendrá que decir la crítica, que en España hay que robustecerla. He aportado mi granito de arena, y los que vengan detrás tendrán una labor más fácil que la que yo he tenido. El libro pretende ser una introducción amplia al estudio de la derecha española pero no exclusivamente desde un punto de vista político, desde las bases del ejercicio del poder y su labor de oposición fuera de él, sino reflejando sus cualidades antropológicas. Ese era mi inmenso desafío.

-¿Y qué es ser de derechas en España?

-Se dice que el hombre y la mujer de la derecha prefieren el orden a la justicia, lo cual es un tópico. El hombre y la mujer de derechas prestan mucha atención al pasado, y eso les lleva a veces al inmovilismo; defienden el prestigio de la autoridad y de las instituciones que más la representan, léase el ejército, la iglesia, la judicatura; se tiende a ser muy institucionista y se cree que las instituciones no son buenas por ser antiguas, son antiguas por ser buenas. La derecha prima el esfuerzo y el ahorro. Yo no pluralizo los credos políticos; ahora bien, hay muchos modos de ser ahorrativo o patriota, e incluso puede hallarse hoy un pensamiento conservador no confesional, algo impensable hace 80 años.

A lo largo del texto, cimentado en una amplia documentación, aunque para aligerar su lectura esta vez haya renunciado a las acotaciones a pie de página por sugerencia de la editorial, José Manuel Cuenca Toribio se refiere a «la derecha», así en singular, por considerar que, al igual que la izquierda, solo hay una. «Son proteicas y tienen muchas formulaciones -dice- pero en esencia está el amor a la libertad en la derecha y el amor a la igualdad en la izquierda».

-Hay quienes piensan que los perfiles tradicionales de la derecha y la izquierda se están diluyendo, y que cada vez cuesta más diferenciarlos. ¿Usted comparte esta apreciación?

-Sí, cada vez se diluyen más. Suele decirse, sobre todo por parte de la izquierda, la famosa frase de que «si en algo o en alguien no se distingue si es de izquierda o de derecha es que es de derecha». Pero, usted lo podrá ver, no yo -añade sentencioso-, la globalidad hará que en un futuro no lejano los blancos y los negros dejen paso a los grises.

-Pero, hasta que eso llegue si llega, describe en su obra un «maniqueísmo en estado de gracia» que hace que todo el que aborda el tema de las dos Españas salga trasquilado. ¿No teme usted ser estigmatizado por ello, meterse en un berenjenal sin comerlo ni beberlo?

-Yo soy un servidor de Clío, de mi musa -ríe el veterano profesor asintiendo con gran movimiento de cabeza-, y soy plenamente consciente de ser un proscrito por buscar la verdad. Me he considerado siempre ciudadano libre de la república libre de las letras, y eso tiene un precio altísimo. Yo, que durante 50 años he estado en todas las palestras del mundo historiográfico español, le confieso que es durísimo, se encuentra incomprensión a uno y otro lado, no le recomiendo a nadie ejercer el oficio de historiador contemporáneo en la España del presente. La derecha tiene defectos y virtudes y la izquierda igual, pero el sectarismo, la unilateralidad es más acentuada en la izquierda, tal vez porque ha ejercido menos el poder político, que no cultural.

-¿Se puede ser totalmente objetivo a la hora de abordar estas cuestiones?

-No, lo que hay es que admitir los prejuicios y las limitaciones de uno. Un presidente mexicano de los años cuarenta del siglo pasado decía una frase que me gusta mucho: «En política todos los enemigos son verdaderos y todos los amigos falsos», y en la vida intelectual pasa igual.

Reconoce el historiador, con una carrera a sus espaldas que atesora los premios más destacados en su campo de acción, el pesimismo que lo envuelve a la hora de enjuiciar el presente, aunque matiza que no acerca «del buen pueblo español» sino de «las minorías dirigentes españolas de uno y otro signo». Pero ese pesimismo no le impide sentirse un ciudadano activo que vota «a un partido u otro» según el tipo de elecciones de que se trate.

-¿Por qué está tan mal visto ser de derechas? No conozco a nadie que se defina como tal, al menos en público.

-Absolutamente nadie, ni en tiempos de Franco (ríe). La batalla de la información la ha ganado por goleada la izquierda, que ha logrado hacer de la derecha una categoría filosófica como encarnación del mal. Pero, claro, ese triunfo propagandístico es absolutamente falso, todos conocemos personas de izquierdas y de derechas admirables. Don Pedro Sánchez estudió en los agustinos de El Escorial -por otro lado curas muy liberales-, pero la intelligentzia socialista lo oculta en su currículum para que nadie lo asocie ni remotamente con la derecha, y eso que allí estudió Azaña. Esto tiene miga, ¿eh, señora?

-Pero buena parte de esa ‘derrota’ la tiene la propia derecha, que no sabe venderse ni aun desde el Gobierno de la nación.

-Totalmente. Hombre, en Jerez o aquí en Córdoba la oligarquía no ha sido un ejemplo de solidaridad, y eso perpetúa una imagen del señorito andaluz que responde a la verdad, sin ser toda la verdad. Pero una cosa es la imagen mediática y otra el voto del pueblo. En España hubo una etapa socialista, magnífica, seguida de otra de la derecha, que quizá no deje todavía el poder. Si fueran tan malos podríamos ser masoquistas una legislatura, pero no más.

-El Partido Popular podría ser condenado por su participación en la trama Gürtel. ¿Qué opina sobre ello?

-No soy jurista y no puedo opinar, pero demuestra la independencia del poder judicial, y eso significa que en España tenemos una democracia consolidada, que funciona el Estado de Derecho, como se ha demostrado y se sigue demostrando en el caso de Cataluña.

Precisamente a Cataluña, o al que denomina con fina chanza «principado catalán» acogiéndose a su denominación medieval («ya sabe que soy amante de las bellas palabras», dice justificando su travesura intelectual), a Cataluña dedica el historiador el último capítulo de la obra. Separado del resto bajo el epígrafe de coda, en ella recuerda que la derecha estuvo en los orígenes del secesionismo catalán.

-¿Continúa estándolo?

-En Cataluña hay también un vasto movimiento de izquierda, pero la máxima responsabilidad está en la derecha pujolista, que al escindirse ha creado una crisis de incalculables consecuencias. Si hubiera una especificidad de la derecha española estaría en la catalana, más culta, más viajada, frente a la derecha más agraria de Castilla, de Aragón, de Andalucía... a las que sin embargo superaba en clericalidad, pero esa derecha eclesiástica se ha roto ahora.

-¿Cómo cree que juzgará la historia al fugado Puigdemont y demás independentistas, los de dentro y fuera de la cárcel?

-No me atrevo a aventurarme... Ya lo digo en el libro, bastante labor tengo con intentar saber lo que sucedió en el pasado para hablar de lo que sucederá en el futuro. Lo que puedo decirle es que el único parecido entre Cambó y Puigdemont es que los dos nacieron en Gerona.

-Ha sido profesor de algunos de los líderes más radicales del independentismo. ¿Ya lo eran entonces?

-Me marché de Barcelona (trabajó en su universidad en la segunda mitad de los sesenta) después de cinco años de haber vivido comprometido con su presente y su futuro, como tantos otros andaluces. Entonces se apreciaba un radicalismo antifranquista que ahora han trasladado al catalanismo. Aquellos alumnos míos han enseñado a los maestros y profesores de Enseñanza Media de ahora. Se ha publicado que el 80% de los maestros son catalanistas, y sabido es que la clave del futuro está en la escuela.

-Cuando empezó a pergeñar este libro anunció que sería el último que publicara. ¿Ha cambiado de idea?

-Los últimos temas que he abordado -los ya citados y el de Iglesia y cultura- son de una enorme enjundia y necesito un reposo intelectual. A la vejez se tiene mucho oficio pero las neuronas van más lentas. A pesar de eso voy a escribir La España de un historiador, cómo se la ve desde la mirada de un historiador profesional. Sí, seguiré escribiendo hasta que me muera.