«Yo suscribiría -o espero hacerlo algún día- la frase de Neruda: «Confieso que he vivido». Julio Anguita Julio Anguitame confirmaba el pensamiento del poeta chileno en una entrevista que le hice casi en una siesta de julio de 1979 en el antiguo Ayuntamiento de la calle Pedro López -hoy sede de la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía-, con motivo de «los 100 días rojos de un alcalde comunista». «Me considero totalmente satisfecho de la vida. Mi nivel económico es desahogado. He tenido toda clase de sensaciones, en el sentido de riesgos necesarios en la etapa romántica del PCE, profesionales, familiares, afectivos y ahora lo que tengo son preocupaciones. Sin embargo, las asumo, ya que me dan una especie de experiencia de la vida». Él había llegado, con su casaca blanca veraniega, a la Casa Consistorial en un Seat y, en su despacho, me invitó a un cubata de distensión «abonado a un fondo común de consenso municipal». Y fumamos. En una entrevista en la que afirmaría que «aunque suene a blasfemia, las leyes de Franco son aprovechables» en un Ayuntamiento del que me dijo que ya era «una casa más alegre, menos formalista», cuyo acto más popular fue la apertura de la Caseta Municipal y el más impopular las multas por aparcamiento. Ese día conocí la afición del nuevo alcalde de Córdoba a pasear por las noches tan peligrosas en aquellos tiempos con pistola.

El segundo encuentro que más recuerdo de Anguita -aparte de los lógicos diarios en los que íbamos hasta su casa cercana a San Lorenzo a buscar información- fue uno a mediodía en la taberna Guzmán, a espaldas del Gran Teatro, sobre la que se levantaría el restaurante El Blasón. La Corporación Municipal ya estaba instalada en el antiguo edificio de Hacienda, en el bulevar del Gran Capitán. Cercano ya el día de las segundas elecciones municipales, en cumplimiento de mis tareas informativas, me encontraba tomando una copa en esa taberna con Julio Anguita. De pronto, conocedor como era de frases que habrían de servir al día siguiente a los periodistas para lucirse, se llevó las manos a la frente, en posición reflexiva, y me dijo: «Me da miedo, Manolo, de lo que se me avecina. Óyelo bien. Esto es la locura. Voy a sacar mayoría absoluta aplastante». A las 21.40 del domingo 8 de mayo de 1983 Julio Anguita descorchó la primera botella de champán de la victoria en la sede de su partido, en la calle Ambrosio de Morales: había sacado 17 de los 27 concejales de la Corporación. De esas lejanas tardes de La Torrecilla, el polígono industrial donde está Diario CÓRDOBA, me acuerdo de una en la que hablo con Julio Anguita y me cuenta algo de «Izquierda Unida», un movimiento político y social que se iba a poner en marcha. Igual que fue en la sede del periódico donde Anguita me preguntó si era posible que su hijo, que estudiaba Periodismo, hiciese prácticas con nosotros, como efectivamente ocurrió.

Madrid fue la siguiente e histórica toma de contacto. Cuando el PCE le presionaba para que fuera su secretario general. Paseábamos por la Gran Vía, camino del Vip de Princesa, Julio Anguita, el fotógrafo Paco González y yo. Julio jugaba a huir de la presión y en la Plaza de España, antes de entrar en Princesa, se paró delante de una cabina de teléfonos y me dijo, «Manolo, vamos a llamar al periódico». Era para que al día siguiente saliera un titular diciendo que Anguita renunciaba a ser secretario general del PCE. Pero la edición del CÓRDOBA ya estaba cerrada. Al día siguiente me preguntó Anguita en el salón del Congreso: «Manolo, tú ¿cómo ves esto?». «Hombre, la respuesta la tienes tú. Pero ¿qué significa eso después del rotundo no de ayer?». «Parece mentira. Con todo el tiempo que has estado haciendo información municipal...». Me concedió su primera entrevista como secretario general del PCE, que hicimos andando por el Paseo del Prado.

La última vez que hablamos solos fue a la salida de la presentación de un libro en la Fundación Gala, en la calle Ambrosio de Morales, donde el 8 de mayo de 1983 sintió la alegría y la soledad del pensador.