El centro de Córdoba es un páramo a las once de la noche. Hay motivos: el termómetro marca 30 grados, es viernes 24 de julio, el que ha tenido la oportunidad ha huido a la playa y la ciudad lleva días pendiente de la evolución de un brote de coronavirus que mantiene a un millar de personas confinadas en sus hogares. El foco localizado por la Junta en una discoteca ha generado ya 107 positivos. Tres de cada cuatro nuevos contagios son de jóvenes, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno ha suplicado a los andaluces que sean responsables y el alcalde de Córdoba, José María Bellido, ha anunciado que de darse botellones se disolverán.

Es medianoche y apenas un par de decenas de veinteañeros beben junto a sus coches en la calle Camino del Patriarca, donde la ciudad desborda sus límites para convertirse en campo. Los siete coches que a esa hora pueblan la calle mantienen varios metros de separación. Hay espacio de sobra frente a algunas de las viviendas más caras de la ciudad. “A esta zona le llamamos La Explanada”, dice Paula, que a sus veinte años reconoce que “hay un poco más de miedo” en su entorno porque una familiar suya dio positivo tras asistir a la fiesta de Babylonia. Los asistentes al botellón se sienten protegidos manteniendo contacto solo con su grupo de amigos. Una especie de comunidad en la que comparten gustos, planes y la que “no hay más remedio que asumir el riesgo de estar juntos”, dice uno de ellos, el único que lleva mascarilla. “Nosotros intentamos no ir a sitios cerrados, ni juntarnos con terceras personas”. Frente a el, José Carlos, asesor inmobiliario, celebra su 21 cumpleaños tomando unas copas, mientras uno de sus colegas prepara una cachimba con sabor a “algo parecido a la menta”. “Ya hemos estado dos meses encerrados, sin ver a los amigos o a la pareja, ahora que podemos salir no vamos a quedarnos en casa, pero actuamos con responsabilidad”.

Igual que los adultos hacen cosas de adultos, los jóvenes hacen cosas de jóvenes. ¿Y el derecho a ligar, a conocer a alguien? Responde Javier, 21 años, maestro. Acaba de llegar con sus amigos de Mojácar, donde conocieron a un grupo de chicas de Madrid. “Allí solo nos relacionamos con esas niñas, pero al venir a Córdoba decidimos hacernos un test rápido en el Hospital de la Cruz Roja y hasta que no tuvimos el resultado negativo no volvimos a casa”. Ellas también se analizaron al volver a la capital de España. “No es solo por conciencia es que nuestros amigos también quieren saber si eres positivo o no”. Pagaron 40 euros por persona.

En la otra punta de la ciudad, el recinto ferial del Arenal no es una feria, aunque no falta el baile. En las pistas que hay junto al estadio El Arcángel, un grupo de sesentones menea cintura siguiendo una coreografía muy de tik-tok , varias familias cenan sentadas en sillas de playa y una patrulla de la Policía Local da vueltas mientras Laura festeja su 18 cumpleaños rodeada de pizzas y de una decena de amigos de entre 17 y 21 años. Todos con mascarilla. “No solíamos salir antes del covid, somos muy tranquilitos”, relata una de ellas. María José dice que ahora “no entraría ni muerta” en una de las discotecas del centro de la ciudad, porque podríamos pillar el coronavirus”. Ángela, 17 años, nos dice que son jóvenes pero responsables y que “en casa hay familiares mayores y más que por nosotros lo hacemos por ellos”, afirma. A Laura le ha tocado de cerca, su madre se contagió. “Es como sale en la tele, no es una gripe normal”, dice, cortando las palabras, como quien quiere frenar la conversación. “Ha sido complicado”, reconoce. “La gente generaliza, pero muchos jóvenes lo están haciendo bien”, dice Sandra. Coincide en eso David, 22 años: “todos los jóvenes no somos unos irresponsables”. En su caso, recién graduado en magisterio, su promoción canceló su viaje y su graduación. “Como futuros maestros debemos dar ejemplo”.

Desde el confinamiento, la ciudad semivacía ha dejado de impresionar. Nuestra memoria ha normalizado ver Córdoba en silencio y la soledad de un viernes de julio caluroso como este no es digna de mención. En Ciudad Jardín tampoco hay aglomeraciones: apenas algunos grupos de amigos sentados en las terrazas de los bares. Como ocurre en la calle Camino de los Sastres. “El tema nos preocupa, si salimos un rato a tomar algo es para despejarnos y hablar también de otras cosas”, dice Miguel, 23 años. “Quedamos siempre con los más cercanos y sabiendo que no han tenido más relación con nadie”, afirma Elena, 25 años. “Es cierto que no hay seguridad total, pero si quedas con la misma gente y esta gente toma medidas de seguridad hay menos riesgo”. Andrés, 22 años, asegura que sigue casi confinado y que su vida social es todavía “muy limitada, porque en casa hay personas mayores”. José Ángel, 20 años, se apresura a cuestionar que las discotecas sigan abiertas “porque son un foco evidente, la gente que va no quiere tomarse una cerveza en una mesa, quieren bailar, relacionarse”. “Si hemos estado en casa dos meses, podemos estar unas cuantas semanas más sin salir de fiesta”. “Yo a mi hijo no le dejaría haber ido de fiesta a un sitio cerrado y sin mascarilla”, dice otro. De los 10 jóvenes que hay sentados en este grupo, solo uno usa mascarilla. “No es obligatoria, si estamos consumiendo”, recuerda Elena. “En cualquier acto hay riesgo, en la farmacia, en el supermercado, la clave es reducir la posibilidad de contagiarnos manteniendo contacto solo con la gente que conoces”, añade José Ángel. “Sabemos lo que hemos estado haciendo y llevamos nuestros botecitos de gel en el bolsillo, es un ejercicio de confianza, yo confío en ellos y ellos confían en mí”, concluye José Luis.