Vender y entregar en casa alimentos y fármacos a domicilio, atender a pacientes, limpiar las calles, controlar el tráfico, tramitar ayudas y prestaciones, informar... han sido actividades que durante el estado de alarma permitieron a la población mantener la calidad de vida pese a estar confinados. Tras meses de heroicidad anónima, los que vivieron en primera persona la dureza del aislamiento y el miedo de las familias se sorprenden ahora de la facilidad con la que muchos cordobeses parecen haber olvidado los graves efectos del coronavirus. Según Ana Natera, responsable de la farmacia del Realejo, «al principio, todo eran dudas y preguntas sobre cómo podía producirse el contagio y medidas de seguridad, pero ahora la gente viene superinformada y muchos han pasado a otra fase de despreocupación». En su establecimiento, como en muchos otros, «cada día tengo que recordar a más de uno que no se puede entrar sin mascarilla y que hay que mantener las distancias de seguridad», explica. Durante la pandemia, señala, «hubo graves problemas de suministro y pese a que mucha gente estaba confinada, todo el mundo quería mascarillas». Ahora que ha acabado el estado de alarma y que hay mascarillas de sobra, la gente las tiene «pero ya no las quiere usar» porque «parece que se han olvidado del riesgo que corren ellos y las personas de riesgo con las que se puedan relacionar». El cambio ha sido «radical», asegura, «de un día para otro», del «pánico a la indiferencia en cuestión de unas semanas».

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María José Leal, miembro del equipo de Sadeco, ha estado casi hasta el final del estado de alarma participando en las labores de desinfección y ahora se ha incorporado a las tareas de limpieza normales. Su percepción es parecida. «Las calles están ahora muy sucias porque la gente no mira por la limpieza y se ven muchos guantes y mascarillas tirados pese al riesgo de contagio que eso supone», señala preocupada. Durante el confinamiento, según Leal, «la gente, de todas las edades y en todos los barrios, fue muy respetuosa con las medidas de seguridad, salíamos y no veías a nadie en la calle, todo el mundo se lo tomó muy en serio». Pero ha sido empezar la desescalada, «y aquí no ha pasado nada, el cambio ha sido brutal». A diario, durante su jornada laboral ve «grupos de gente sin distancia social en los parques, sin mascarilla... con lo que hemos pasado y ya no nos acordamos».

En las tiendas de alimentación de barrio, como la frutería Lo Natural de la calle Tras la Puerta, todo el mundo lleva mascarilla, pero han notado una bajada importante de las ventas desde el fin del confinamiento. «Se ve que la gente no está tanto en casa y sale a los bares, come fuera y quizás compra menos fruta y verdura en las pequeñas tiendas», comentan. Las entregas a domicilio, que se multiplicaron en los meses de encierro, también han caído. «Hubo un repunte de ventas durante esos meses, pero vamos a ver qué pasa en el verano y si nos podemos ir de vacaciones».