Antes, hace tan solo unos meses, un abrazo en una estación era solo un abrazo, de bienvenida, de despedida, de compromiso e incluso forzado o fingido. Ahora, un abrazo es un pacto de futuro, un convenio entre las partes, un artículo de lujo.Son las 8:43 del domingo 21 de junio de 2020, primer día de la denominada nueva normalidad. A la estación de Córdoba llega un AVE que salió de Madrid a las 7:00 de la mañana y quien toma ese tren en la capital de España lo puede hacer ya sin la necesidad de llevar consigo un permiso especial para desplazarse ni riesgo a ser sancionado.

Ana Belén y Rosa

Ana Belén Plata y Rosa Nevado, ambas cordobesas, 25 años, sendas con maletas a ruedas, sendas con mascarillas FFP2, llegan a la estación tras cuatro meses de confinamiento en Madrid, donde comparten vivienda. Pisan Córdoba, ciudad en la fueron compañeras en la Facultad de Ciencias de la UCO, como estudiantes de Química.

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En una de las puertas laterales de acceso a la estación Ana Belén se funde en un abrazo con su padre, Pepe y su madre, Conchi. Un abrazo que ya no es un simple abrazo, sino un túnel que los conecta con la memoria de estos últimos cuatro meses. Hace cuatro años se fue a Madrid a hacer un máster que le abrió las puertas del CNIO, el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas donde está contratada y aunque durante la pandemia , como su labor es «muy experimental» ha tenido que acudir «bastante al centro» hasta donde iba «andando» para evitar el transporte público. Con los ojos todavía vidriosos por la emoción reconoce que ha tenido altibajos emocionales y que a veces pensaba: «no puedo más, tengo que irme», «allí hemos pasado miedo de ponernos malos, porque el sistema sanitario estaba colapsadísimo, vivíamos con el agobio de pensar que no había ni una cama a disposición en el hospital», y relata que «si llamabas para decir que estabas mal y pedías que te hiciera una prueba tampoco te cogían el teléfono». «Eso, creo que no se ha vivido aquí», afirma.

Las familias que reciben

Pepe, su padre, sabe que la semana que Ana Belén va a estar en Córdoba se le va a hacer muy corta. ¿Usted se la quedaba en casa todo el verano, no? «Yo me la quedaba…, qué te voy a decir», y no completa la frase porque no hay complemento temporal a su deseo. Tanto Pepe como Conchi trabajan en el SAS, ella como administrativa y él -«con contratos»- espera que lo llamen otra vez este verano. Conchi, a quien se le empañan las gafas, porque llorar con gafas y mascarilla no es fácil, toma aire para responder que lo han pasado «regular, porque por Skype la ves, pero no la ves, y ha habido momentos en los que se le notaba que había tenido un bajón. Cuatro meses son mucho tiempo», dice. Y vaya cuatro meses. «Es que en Madrid estaba la cosa muy mal». «Hemos pasado mucho miedo», reconoce. Para Pepe, lo vivido estos cuatro meses «no parece que sea real, es como una pesadilla» y con sus testimonios va completando el recopilatorio de frases que han repetido todos los españoles desde el 16 de marzo: «no te lo acabas de creer, es que ni una guerra, etcétera». Antes de marcharse para reunirse también con su hermano le preguntamos a Ana Belén qué hará esta semana: «dar muchos abrazos y ya está», tan sencillo como complejo. Y juntos, se despiden mientras añade: «sin ella no habría sido capaz de estar los cuatro meses».

Ella es Rosa, Rosa Nevado, su compañera de piso, también investigadora y cursando el doctorado en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares. La espera su padre, Juan Gregorio, archivero de la Diputación, metódico, investigador, pero no hay abrazo. Sí manos enlazadas. Así lo han pactado: «yo le pregunté a mis padres: ¿qué queréis hacer?, y hemos decidido no dárnoslo». «Llevamos cuatro años sin darnos un beso en la familia», dice Juan, sonriendo. Y es que hay abrazos que no se dan, pero están ahí. A Rosa se le amontonan las palabras al hablar, ¿cómo resumir estos cuatro meses en cuatro minutos? Sintió «alivio» cuando decretaron el estado de alarma: «dejé las cosas en el trabajo y me fui a casa, en la calle la sensación era abrumadora, en los supermercados no había ni arroz, la sensación era como muy de apocalipsis».

Lo que en principió pensaba «que iban a ser dos meses» se duplicó, lo que le provocó cambios de carácter: «yo me notaba de mal humor, a pesar de que me considero una persona súper alegre y extrovertida». Su hermano vive en París, donde es fisioterapeuta, y para Rosa «por lo menos mis padres han estado en una zona más tranquila». Cuando preguntas a su padre ¿cómo lo han llevado? responde por sus hijos: «con mucha responsabilidad, son muy buenos hijos, ella es bioquímica y él fisioterapeuta así que tienen mucha conciencia de cómo es la sanidad». ¿Y usted?, «no hemos salido de casa, hemos teletrabajado y yo siempre hago una vida muy de despacho». Para Juan, la gestión del gobierno ha sido «nefasta, no somos ciudadanos libres e informados, sino libres y engañados, por lo cual dejamos de ser libres», señala, cuestionado la veracidad de los datos de fallecidos y afectados por el covid-19.

Investigadores "esenciales"

Ana Belén y Rosa son investigadoras, como aquellas que se llamaron «esenciales» en los medios de comunicación cuando la pandemia apretaba. Una profesión que lleva años denunciando la escasez de recursos. Rosa lo tiene claro: «no creo que vaya a cambiar nada, es una profesión sin reconocimiento social, un trabajo que no se comprende: si eres médico curas, si produces fresas se ven los resultados a corto plazo, los nuestros son a largo plazo y la sociedad es cortoplacista».