Quedar con ella es complicado, siempre anda de aquí para allá y aprovecha cualquier ocasión para pedir ayuda y trabajo para las familias que atiende en Cáritas Sagrario. Martillo pilón, Carmen Guisado confiesa que algunos la llaman hermana Bonifacia porque recuerda al religioso que se hizo famoso por su labor postulante para los niños de San Juan de Dios. Profesora de Psicosociales en la UCO y coordinadora de organización y relaciones internacionales de Farmacéutics Mundi, lleva 40 años defendiendo los derechos de los más desvalidos con el afán de que algún día las organizaciones benéficas dejen de existir porque la justicia social sea un hecho.

Mientras llega ese día, compagina su vida laboral y familiar con su compromiso diario con los pobres, una inquietud que lleva en el ADN. «Vengo de una familia cristiana, que no beata, donde aprendí a querer a las personas por lo que son y no por lo que tienen», explica. «Con 16 años, quise irme de misionera a África pero mis padres no me dejaron, eran otros tiempos, así que me fui a la Casa Cuna del Parque Figueroa y allí empecé, ayudando a los niños». Desde entonces, no ha parado. «Un fin de semana, aparecí en casa con un chiquillo de tres años y mis padres se echaron las manos a la cabeza, los niños siempre han sido mi debilidad, no puedo verlos sufrir». No le gusta darse golpes de pecho ni presumir de lo que hace, cree que vino al mundo «para ayudar» y lo hace con el apoyo de otros muchos, a juzgar por la lista de nombres que va hilando en la conversación. Le irrita sobremanera ver el desprecio con que se trata a la gente sin recursos, «a la gente no le gustan los pobres porque huelen mal, llevan ropa sucia, se les ve feos... sin pensar que para oler bien, llevar buena ropa y estar guapos hace falta dinero y ellos no lo tienen, yo he visto cocinar lentejas con agua y laurel y a una mujer de más de 80 años pedir velas hasta que me enteré de que las quería porque no tenía dinero para pagar la luz».

De la Casa Cuna pasó a los boy scouts y luego a varias hermandades hasta que, pasado el tiempo, fue a parar a Cáritas Sagrario del Cabildo Catedral, cuya dirección le encomendó el deán hace siete años. «Mi último día en la hermandad de Jesús Nazareno fue en 1993, embarazada de mi hija Carmen», recuerda mientras remueve el café. «Quería tener una familia numerosa, pero he tenido cinco embarazos y solo una hija, Carmen, un milagro, nació prematura y ahora es un bellezón, pero las 32 familias que tenemos en Cáritas son también mi familia, así las llamo yo porque eso es lo que son», cuenta.

En sus años de militancia, ha conocido historias de todo tipo y asegura que «la realidad siempre supera a la ficción». Así, recuerda el caso de una mujer que falleció de cáncer de mama con cincuenta y pico años «después de haber sido violada por su padre, de quien tuvo un hijo, y después por su hijo, del que tuvo otro hijo». Cuando murió, sin familia a su lado, Cáritas se hizo cargo del funeral porque «la administración no se hacía cargo de un entierro cristiano», asegura. Recuerda también a una señora, con VIH, que ha sacado adelante sola a sus tres nietos con una paga de 300 euros y a una chica maltratada con un bebé de meses a la que sacaron de su casa para protegerla de su marido un sábado de feria. «Su vida entera estaba en una maleta y una bolsa del Carrefour», explica, «una amiga suya se iba a hacer cargo de ella, pero la dejó en la calle y ni el Ayuntamiento ni una organización religiosa ni el albergue municipal le daban cobijo con un menor».

Por su experiencia sabe que «las personas con menos recursos son buenas, generosas y serviciales» y que «hay cristianos con dinero que a mí me han dicho que no se sientan en la misma mesa que una persona con sida». En Cáritas Sagrario, relata, «no preguntamos a nadie qué religión profesa y tenemos personas musulmanas, judías y de toda confesión», asegura, «a mí me cuesta mucho decir que no a alguien que pida ayuda aunque soy un doberman si me intentan engañar porque lo que gestiono no es mío y hay que usarlo bien».

Sobre los falsos mitos que promulga la extrema derecha, Carmen es rotunda. «Lo que se cuenta de los inmigrantes es mentira, eso de que se les da una paga no es verdad, ni tampoco tienen derecho a asistencia médica salvo que vayan ellos al hospital por una emergencia y no lo hacen si no tienen papeles, lo que es indignante es que cuando vienen menores los acojamos, los formemos y a los 18 años, los echemos a la calle». También combate el discurso negacionista de la violencia machista. «Claro que hay violencia de género, a mí me han llegado mujeres marcadas muertas de miedo que no quieren denunciar por el horror que les produce pensar que el marido se entere», señala, «existe eso y existe lo otro porque también tengo un señor maltratado por su mujer, a la que no quiere denunciar por temor a lo que la gente pensaría de él».

Cuando se le nombra la crisis, se muestra firme. «La crisis no ha pasado para los pobres, los que tienen dinero han estado un tiempo gastando menos por miedo y ahora van con más alegría, pero los pobres siguen igual de mal porque lo que necesitan es empleo, dinero para el alquiler, para pagar la luz y para comprar sus alimentos, no limosna», sentencia convencida. También es crítica con la Iglesia. «En la Iglesia hay gente muy buena, regular y mala», sentencia, «con el tema de los abusos por ejemplo espero que se abran las ventanas después de las instrucciones del Papa, pero durante la crisis ¿dónde ha habido colas de gente pidiendo porque no tenía ni para comer?»