NACE EN FUENTE PALMERA (1937)

TRAYECTORIA: PROMOTOR Y CONSTRUCTOR, HA PRESIDIDO EL CÓRDOBA CLUB DE FÚTBOL Y DESPLEGADO GRAN ACTIVIDAD SOCIAL

Su figura larga, delgada y ubicua, se ha paseado con la misma hidalguía por palacios y cabañas. Y es que pocos cordobeses han abarcado más campos de acción que el empresario Joaquín Bernier Guisado, que lo mismo se ha llenado las manos de yeso en el tajo que se ha movido en los altos foros de la construcción, allá por los buenos días perdidos. Derrochador de sí mismo, ha multiplicado su presencia --y a veces su dinero-- lo mismo en peñas, patios, romerías y toros que en el Córdoba Club de Fútbol, que llegó a presidir, por no hablar de la asociación Aprosub, la niña de sus amores.

Donde había una causa que defender, una pena que aliviar o una alegría que compartir allí estaba este hombre campechano echando cables y sin hacerse notar demasiado, que es la forma más efectiva de permanencia. Y así sigue, fiel a su forma discreta de hacer de Córdoba si no una ciudad mejor, al menos un poco más feliz.

--Dicen que es usted algo así como "un deportista de la vida", que se toma todo con ilusión y que no renuncia hasta llegar a la meta. ¿Es así?

--Sí, gracias a Dios sí. Yo me considero un trabajador nato, eso que ahora se dice un emprendedor. Nunca he hecho ascos a nada ni se me han caído los anillos por nada. Lo que pasa es que siempre he estado en la retaguardia.

--¿Y eso por qué?

--He preferido estar detrás de la cortina, nunca me ha gustado figurar. Me da no sé qué ver a gente que no hace nada y solo va a los sitios, cuando se entrega un donativo o algo, para salir en la foto. Hasta en misa me pongo atrás. Una vez fue Julio Anguita, recién elegido alcalde, a la romería de Santo Domingo; llegó en un Seat 600 y yo le dije: "Eres el alcalde de Córdoba y tienes que entrar a la misa". Lo coloqué junto a don Baldomero Moreno y el dominico Rafael Cantueso, y yo me fui para atrás.

--Su vida ha tenido muchas facetas, sobre todo en el aspecto social. ¿Cuál le ha dejado mejor recuerdo?

--La que más me ha llenado ha sido lo poco o mucho que he podido hacer por Aprosub, la asociación en favor de las personas con discapacidad intelectual. Lo que me haya podido gastar en ella ha sido lo que más a gusto me he gastado en mi vida. Hemos trabajado muchísimo, mi mujer me aguantaba tela , porque no había noche que no tuviéramos una reunión.

--Siendo vicepresidente de Aprosub se emprendió la reforma del centro a base de sacar fondos hasta de debajo de las piedras. ¿Cómo eran aquellos actos solidarios que usted organizaba?

--Se hicieron varios partidos benéficos, hasta que yo dejé de hacerlos y ya no los retomó nadie. Organizaba en el Arcángel partidos de fútbol donde jugaban constructores, arquitectos y aparejadores. Hacíamos presidenta de honor a la señora del gobernador para ver si pillábamos algo, porque aunque siempre estábamos rifando cosas no era suficiente. También hicimos cenas benéficas; la primera de ellas fue en el hotel Meliá. Pero cada uno pagaba lo suyo. Mi amigo El Tinte, José Fernández Arrabal, me ayudaba a coger el dinero por adelantado (ríe). Llevábamos las entradas a las oficinas de los constructores para que no se escaparan.

--Después promovieron la construcción del colegio Caipo, supongo que también a base de imaginación y sablazos, ¿no?

--Sí, aquella directiva que presidía mi gran amigo José Luis Fernández de Castillejo fue muy activa. Se trataba de que los niños subnormales --bueno, ahora ese término parece que suena mal-- pudieran seguir su formación. En las cenas del Círculo de la Amistad nos lo daban todo, y se sacaba un buen dinero. La anécdota es que nadie quería salir a bailar el primero y tenía que ser yo quien abriera el baile pero no con mi mujer, sino con la mujer de Cecilio Valverde --entonces presidente del Senado-- o con la de Tal o Cual.

Ahora ya no es el que rompe el hielo en los bailes de salón con tal de sacar adelante causas justas, aunque no las deja (está muy unido a la Asociación contra el Cáncer) pero este tipo resuelto, que ha ido por la vida como una especie de conseguidor, retiene tanto brío que a las ocho y media de la mañana está todos los días en su despacho de la calle Antonio Maura, a pocos metros de su casa --donde nos recibe--, un bonito piso de la avenida República Argentina. "El negocio

está parado, pero yo madrugo para hablar con mis nietos antes de que se vayan al colegio --dice en tono de confidencia, como para que no lo oigan su mujer y las dos hijas que siguen discretamente la entrevista desde una salita contigua al salón donde conversamos--. Me quedo en el despacho hasta mediodía. Llega uno, llega otro... me piden favores y si está en mis manos hacer algo cuentan con ello. El otro día vino a verme mi encargado, que ha estado más de 40 años conmigo, a ver si podía conseguirle permiso para su cochera".

--Como ha levantado edificios por casi toda Córdoba habrá seguido muy de cerca el desarrollo urbanístico de la ciudad.

--¡Uf, ni te cuento! Es que además he sido relaciones públicas de la Asociación de Constructores de Obras. En los años sesenta se hicieron muchísimas viviendas de renta limitada. En Ciudad Jardín hicieron muchas de ellas los Prieto del Rosal. Yo en la calle Don Lope de Sosa hice los bloques 7, 9 y 25. El Gobierno daba 30.000 pesetas por vivienda al comprador, pero no en mano. Nos las daba a los constructores. En el 63 subieron los sueldos de 33 pesetas a 60, y es cuando España empieza a despegar.

--Y, con el tiempo, la construcción despegó tanto tanto que hemos flotado en una burbuja inmobiliaria hasta que de golpe se pinchó.

--Esa la pronostiqué yo que venía en el 2007. Es que no podía ser que un piso costara lo que costaba. Pero no porque el constructor se llevara el dinero; era el del suelo, que lo vendía carísimo. Ahora está tirado el precio. Y esto va para largo, no se va a ver mejora lo menos en cinco años.

--¿Cómo vivió usted la época de vacas gordas? ¿Fue de los que se forraron?

--No, yo lo que pasa es que trabajaba fraccionadamente. Hacía 20 pisos en un año, otros 20 en otro... Nunca fui egoísta como para hacer montones de pisos a la vez. La obra más grande que hice fue en el 73, un bloque en el número 6 de la calle Colina y Burón, con azulejos naranja, que era entonces el más bonito de Ciudad Jardín. De 80 pisos vendí en ese momento dos de 180 metros, a 1.700.000 pesetas. Y menos mal, porque los árabes se dieron cuenta de que su arma política era el petróleo, lo subieron y los costes se encarecieron muchísimo, lo que lógicamente repercutió en los precios, de modo que los que habían vendido todo se arruinaron.

--¿Fueron duros los comienzos?

--Yo empecé como destajista. Trabajé mucho con Agromán. Mandaba al personal a que pusiera las solerías, los tabiques, los yesos y los bastidores. Empecé con una obra de Agromán en Carlos III. Ha habido que luchar, todos los negocios tienen sus jaleos. Pero tenía un encargado que era una maravilla, Juan Jiménez Alameda. Estaba trabajando de vaquero en la Huerta de la Marquesa, detrás de la plaza de toros de ahora, y me lo llevé de peón a Carlos III y luego fue subiendo.

De Fuente Palmera, el pueblo donde nació y vivió hasta los 9 años, recuerda la escuela y al maestro, don Francisco, aparte de las calles de regular trazado --como las de todos los municipios nacidos con la colonización de Carlos III--, por las que correteaba en la infancia. "Vivíamos en la calle Parras --recuerda--. Mi padre era el maestro villa , que equivalía a lo que hoy es un aparejador, y mis hermanos (yo era el menor de ocho) también trabajaban en la construcción".

--¿Lo pasó mal su familia en la guerra y la posguerra?

--No tuvimos que pasar necesidades. Mi padre era una bestia trabajando. En verano era maestro villa, y en invierno el jefe del molino de aceite que estaba lindando con el cuartel de la Guardia Civil. El hermano Bonifacio, de San Juan de Dios, iba todos los años a pedir aceite. "Que me ha dicho don Juan José Reyes, el dueño del molino, que me dé tres o cuatro arrobas". "No, ocho o diez", le respondía mi padre. El hermano Bonifacio me llevaba a mí chocolate de la fábrica Hipólito Cabrera, de Pozoblanco.

--¿Por qué dejaron el pueblo?

--Porque mi tío Matías llevaba la finca Córdoba la Vieja, lindando

con Medina Azahara, que era de don Rafael Eraso Salinas. Y a mi padre y mi hermano los contrataron para llevar el mantenimiento de la finca y de la fábrica de jabones que había en Las Margaritas, conocida como El Chimeneón, que era también de don Rafael.

--¿En qué barrio vivían?

--Compraron mis padres una casa en Los Olivos Borrachos, en la calle Mutarril número 11. Mi padre compró también por 7.000 pesetas un solarillo donde luego estuvo la residencia Noreña, pero lo vendió pronto. Mi padre tenía una gran visión de las cosas, y decidió que nos mudáramos de Los Olivos Borrachos a El Higuerón pensando que algún día pasaría por allí el tren de alta velocidad. Y allí nos hicimos una casa. Yo era el que montaba todas las fiestas en El Higuerón.

--O sea, que lo de organizar saraos le venía de lejos, ¿no?

--Sí, yo tenía muy buenas amistades, y llevaba las mejores orquestas de Córdoba a Casa de Pepe el Cojo, que era el bar donde hacíamos las fiestas. Tendría entonces 20 años, estaba ya en la mili, que hice en Artillería. Iba mucho a los pueblos a pegar yeso como destajista. En Lucena, a donde iba y venía en la moto que tenía, una Guzzi, fui un día a los toros y en una rifa me tocó una radio que luego vendí a un panadero en 2.000 pesetas.

--Se ve que siempre ha sido un buen negociante.

--Me encargaba del cine de verano que había en El Higuerón, y los sábados llevaba a Casa de Pepe el Cojo a los hermanos Conde, los Báez, la orquesta de los Trena, de Espejo, que era magnífica... Iba a nuestras fiestas hasta gente de la Electromecánica andando.

Como tantos jóvenes de su generación, Joaquín Bernier tuvo que abandonar pronto los estudios para ponerse a trabajar. Así, dejó las clases a las que asistía en un colegio público de la calle Góngora y a los 14 años empezó a buscarse la vida como pudo. "Mi madre no quería que fuera albañil, y me colocó en una oficina de seguros que estaba en la plaza de las Dueñas, al lado de la antigua sede del periódico CORDOBA, por el que me movía como si fuera mi casa. Estuve un año, bastante acomplejado porque tenía que escribir a máquina y tenía faltas de ortografía, y luego trabajé de aprendiz en la tienda de Paco Hierro Aragón, una tienda de tejidos y ropa muy conocida que estaba en la calle Diario de Córdoba".

--Por entonces se concentraba en esa zona casi todo el comercio cordobés, ¿recuerda los establecimientos?

--Sí, estaban también Galo, Castanys y, en la calle Nueva, Los Sánchez. Iba la gente de dinero y, claro, no se llevaban las compras; y luego yo, que estaba muy canijo, con un carrillo que había con las ruedas macizas subía la calle Nueva para repartir la mercancía. Con las propinas que me daban me metía en el Duque de Rivas, el Gran Teatro o el Palacio del Cine. De la tienda pasé a la constructora Obrascón, que le trabajaba a la Electromecánica. En esa fábrica trabajaban más de 4.000 empleados, que se dice pronto. Luego, en 1963, me establecí por cuenta propia.

--Durante la transición fue un activo militante de la UCD. ¿Cómo vivió aquella época?

--Era una época mala, había miedo. Hubo muchas huelgas de albañiles y también amagos de apropiación de fincas, como quisieron hacer los jornaleros en Fernán Núñez. Fue algo similar a lo que pasó en Portugal con la Revolución de los Claveles. En UCD me metieron José Luis Fernández de Castillejo y Cecilio Valverde, los dos ya fallecidos. Me quisieron nombrar presidente local, pero dije que no porque ya estaba yo metido en la directiva del Córdoba CF. Había puesto cuatro millones; avalé las letras para pagar a los futbolistas e impedir que denunciaran al club.

--Seguro que su pasión por el fútbol le ha costado dinero.

--Mucho, la gente de Córdoba lo sabe. El fútbol me ha dado más disgustos que alegrías. Yo entré en el club de la mano de Campanero, y lo presidí temporalmente entre las directivas de Ricardo Mifsut y José María Romeo, el Sacamuelas, como le puso el periodista José María García, por ser dentista. Entré cuando le quitamos el título de campeón de liga al Barcelona. Jugaba con nosotros Del Bosque, que vino a hacer el servicio militar al Muriano y desde allí lo trajimos a Córdoba a que siguiera haciendo la mili. También estaba Fermín, cedido por el Madrid. Ahora es representante de jugadores, fue el que sacó a Raúl.

--Usted fue el encargado de la reforma del Arcángel, ¿no?

--Sí, el Ayuntamiento nos cedió el estadio por 49 años y a partir de ahí hicimos una reforma que estaba presupuestada en 61 millones y yo la hice por 30 trabajando dos meses día y noche. Entonces fue la primera huelga que hubo de futbolistas y a mí me vino bien porque ganamos un poquillo de tiempo. Trabajé en aquello como un negro.

--Para que luego digan que el cordobés es apático. Dígame, ¿le ha quedado algo por hacer?

--No, porque he estado metido en todo y todo me ha gustado, porque lo que yo he querido es hacer cosas por Córdoba.