Sus dos ojos azules propiciaban ceguera. La visión al nacer era prácticamente nula, porque su mirada era opaca. Fernando Siafa es un niño de apenas siete años (10-08-2010) natural de Guinea Ecuatorial que observaba la realidad a través de dos ventanas oscuras que le impedían desarrollar una vida normal por culpa de una enfermedad hereditaria. Su caso fue diagnosticado el año pasado por el equipo de oftalmólogos y voluntarios de la Fundación La Arruzafa (FLA) en la última misión de cariz médico desarrollada en ese país africano, donde ésta ha atendido hasta la fecha a 2.447 pacientes en las cinco expediciones realizadas a esa república del viejo continente, según informa la entidad en un comunicado.

Reconocido su caso por los especialistas, los responsables de esta organización sin ánimo de lucro promovida e impulsada por profesionales del Hospital La Arruzafa (HLA) e Innova Ocular La Arruzafa activaron el protocolo de evacuación para intentar salvar la visión de este menor. Un hecho que a día de hoy es una realidad, porque Fernando ha comenzado a ver a los siete años tras haber sido intervenido de un trasplante corneal en cada ojo.

Tal y como explica el oftalmólogo Alberto Villarrubia, que le ha atenido junto a su equipo en el HLA, “el niño sólo podía ver una luz ininteligible desde su nacimiento que resultaba opaca. Su cuerpo nació con una enfermedad congénita, una distrofia corneal, que le imposibilitaba ver más allá de esa oscuridad provocada por su patología”.

Las distrofias corneales son alteraciones congénitas de la córnea. Pueden afectar a diferentes partes de la misma y, alguna de ellas, como la que padecía Fernando, resultan poco frecuentes y de difícil diagnóstico en España. Existen con mayor o menor “penetrancia”, más o menos graves. La “modalidad” que padecía Fernando era la más grave y se presenta al nacimiento. Este tipo de afección se suele asociar a antecedentes de consanguinidad familiar. “Cuando se produce con una importancia severa, provoca una ceguera porque la córnea, que es la parte más anterior del ojo (una especie de cristal de dimensiones milimétricas) y sus células no mantienen la transparencia que deben tener porque están dañadas, provocando un edema corneal que hace que el paciente vea de la misma manera a cómo lo haría a través de un “cristal sucio”, explica el oftalmólogo. En el caso del menor guineano, ese cristal estaría, empleando el mismo simil, “muy sucio”.

Compleja cirugía

Con estos antecedentes, el equipo dirigido por Villarrubia, que es uno de los que mayor número de trasplantes de córnea realiza cada año en España, decidió realizar uno “de la capa corneal que tenía dañada”, algo que técnicamente se denomina trasplante lamelar endotelial o técnica DSAEK. “Un procedimiento similar se le realizó hace años a un niño de Senegal que presentó un caso similar”, asegura el oftalmólogo.

“Actualmente, podemos afirmar que esa cirugía realizada a Fernando ha obtenido unos resultados que se pueden calificar de espectaculares”, en alusión a la “disminución del grosor del edema y a la transparencia resultante”. Tanto es así que, dos meses después de la primera intervención, que tuvo lugar en mayo se programó una segunda cirugía en el otro ojo (izquierdo) para llevar a cabo un segundo trasplante bajo la misma técnica, cirugía que también ha obtenido un resultado “tremendamente satisfactorio” y cuya óptima evolución se sucede desde los primeros días del postoperatorio.

“Este tipo de personas, en determinados países corren el riesgo de ser excluidas socialmente dadas sus deficiencias visuales. Con Fernando estamos todos muy impresionados y contentos. Ahora va a poder desarrollar una vida relativamente normal en su relación con el medio y su familia”, detalla Villarrubia.

El paciente está a la espera de recibir el alta médica, algo que “con probabilidad” recibirá durante el mes de septiembre, tal y como asegura el oftalmólogo. El mismo especialista afirma que “el hecho de pertenecer a la Fundación La Arruzafa nos da la oportunidad de realizar este tipo de labor con pacientes que no cuentan con la posibilidad de recibir este tipo de asistencia en sus países de origen, para nosotros es todo un orgullo formar parte de esta organización”.

En este sentido, detalla que “produce una satisfacción personal y profesional muy grande el hecho de ver que un niño ciego vuelve a sonreír; es algo que no está pagado con nada. Para un médico es algo muy importante. Esto no lo podríamos hacer sin la existencia de la fundación. Para todo nuestro equipo, tener la posibilidad de llevar a cabo este tipo de operaciones, por complejas que resulten, tienen un sentido muy humano porque consideramos que, de alguna manera, estamos contribuyendo para salvarle la vida”, concluye Villarrubia.