Antonio Robledo, de 68 años, y Antonia Toledano, de 71 años, son enfermos de párkinson y ambos se benefician del servicio de gimnasio, de rehabilitación cognitiva y física que presta la Asociación Cordobesa de Párkinson, en su sede de la avenida de las Ollerías. Antonio, que es uno de los 170 socios de Aparcor, supo que padecía párkinson después de caerse en el cuarto de baño de su casa y de llevar un poco de tiempo notando mucha inestabilidad cuando andaba. Este cordobés, que trabajaba como escayolista, tuvo que dejar su empleo porque no se encontraba seguro en el andamio. «Tomo 10 pastillas al día. Sé que hay personas que están peor de salud que yo, pero me gustaría ser más independiente. Mi mujer me ayuda a abrocharme los botones, a vestirme, incluso a peinarme. Además, está pendiente de que no me vuelva a caer en el cuarto de baño. Lo que más echo de menos es no poder recoger a mis nietos, ni conducir, ni poder hacer todas las cosas de las que antes era capaz y que como consecuencia de mi enfermedad ahora ya me es imposible llevarlas a cabo», se lamenta Antonio.

La progresión de la enfermedad en Antonia está siendo lenta, por lo que «aún puedo, a pesar de que me canso y me cuesta mucho, hacer la comida, encargarme de las labores domésticas y vestirme». «Debido al párkinson el año pasado me caí 3 veces y en una de ellas me rompí la pelvis. Antes de saber que tenía la enfermedad lo que me notaba era que estaba depresiva. Cuando mi hija me llevó el médico éste supo que tenía párkinson, porque además del temblor, se me notaba mucha tristeza en los ojos. Siempre me ha gustado trabajar el cuero y hacer manualidades, pero ya no tengo la destreza de antes», apunta esta cordobesa, a la que voluntad no le falta para tratar de contrarrestar los efectos de su dolencia. A Antonio y Antonia les gustaría vivir mucho para ser partícipes de la existencia de una cura para el párkinson, patología que afecta más a hombres que a mujeres, en una proporción de 1,5 casos en la población masculina frente a la femenina.