Volver al colegio en el que recibimos la primera formación académica, donde nos pusieron la primera semilla de los valores que luego han marcado nuestra vida, reencontrarnos con aquellos primeros compañeros de colegio.... se ha convetido en algo habitual en todos los centros de enseñanza. Ayer tuvo lugar este reencuentro en un colegio señero de Córdoba, el colegio Cervantes, un centro con más de 80 años de historia, que no ha dejado de formar a generaciones de cordobeses, muchos de los cuales ocupan hoy cargos de responsabilidad o destacan en sus profesiones, o simplemente desarrollan su trabajo anónimamente, pero todos imbuidos del espíritu y los valores de los maristas, la humildad, la sencillez y la modestia. Las «tres violetas» que figuran en la insignia.

La asamblea general de antiguos alumnos maristas reunió ayer en el colegio Cervantes a varias generaciones estudiantiles y a sus familiares. Por un lado, los que terminaron sus estudios hace 50 años, que recibieron la insignia dorada; la insignia de plata la recibieron los que dejaron el colegio hace 25 años y todos ellos compartieron la jornada con los más jóvenes, los que este año terminan segundo de Bachillerato, su último curso en el colegio, con solo 17 años, que recibieron la insignia de asociado. Emociones, muestras de afecto, recuerdos infinitos... se mezclaron ayer en un acto en el que también hubo reconocimientos especiales a tres antiguos alumnos que recibieron la insignia de oro: Juan de la Haba, especialista en oncología médica en el hospital Reina Sofía; el profesor de Derecho y abogado Francisco Muñoz Usano, y la actual consejera de Salud, Marina Álvarez. Los tres recordaron su paso por el colegio Cervantes y la huella dejada en ellos: «el sentido del deber y la responsabilidad», en Muñoz Usano; «la sensación de no pasar desapercibido, la cercanía», en Juan de la Haba; o como relataba Marina Álvarez, el «aprender a sumir retos difíciles, a superarme cada día».

El presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos desde el año 2010 es el hoy subdelegado del Gobierno, Juan José Primo Jurado, que explica que desde 1949 que se creó esta asociación «ha buscado mantener unidos a todos los alumnos que han pasado por el colegio con encuentros anuales y rendir homenaje tanto a los maestros que tuvimos como a los antiguos alumnos destacados que han hecho de los valores maristas, la humildad, sencillez y modestia, más la formación académica, un instrumento de servicio a la sociedad». Primo Jurado conoció las dos sedes del colegio, la de la plaza de la Compañía y la actual en el barrio de la Fuensanta. Doce años de su vida «viviendo plenamente en el colegio, al que agradezco la formación humana y académica que me dieron y poder dedicarme a los estudios universitarios y al servicio de la sociedad». Grandes recuerdos tiene del colegio Bartolomé Vargas, fiscal de Seguridad Vial, que recibió la insignia dorada. «Mi recuerdo del colegio es el de la plaza de la Compañía de los 60, un ambiente de sobriedad, una actitud de recia conformidad, hoy perdida, con lo que había, con el frío de los inviernos y el calor de los veranos. La importancia del patio del colegio sin más aditamentos que las cestas de baloncesto donde se concentraba el recreo y empezabas a comentar, a dirimir las cuestiones de la edad, a divertirte y asomarte a la vida, con escapadas consentidas al bocadillo de las Tendillas de sabor intenso ante el hambre de la mañana», dice a este periódico.

Hoy, el colegio que nació en 1933 en la calle Barroso, y pasó después por el palacio de Torres Cabrera, la plaza de la Compañía, hasta recalar en la Fuensanta, ha llegado a alcanzar los 2.000 alumnos y sigue inculcando «la cercanía y la sencillez de la educación marista», con un «servicio académico al servicio de la ciudad», como explica el centro.