Cuando menos te lo esperas, la vida da un giro y te deja desarmada. Entonces, solo cabe levantarse para volver a andar. Reyes Mariscal llevaba diez años embarcada en una historia supuestamente feliz, tranquila. Madre de una hija mayor de una pareja anterior, rehizo su vida con un hombre con quien volvió a ser madre de un niño. Durante una década, vivieron de alquiler con la idea de ahorrar para comprar un piso, «para tener algo propio». El 8 de febrero de este año, Reyes vio cumplido su sueño. Ambos estaban trabajando y decidieron dar el paso. Ese día le hicieron entrega de las llaves. Aquella misma tarde, en la consulta de Oncología, comunicaban a Reyes que los ganglios que le habían detectado en el pecho ocho días antes eran cáncer. «Fui al médico sola, pensando que sería otra cosa y allí mismo me derrumbé y me eché a llorar». El padre de su hijo trabajaba fuera de Córdoba de lunes a viernes, pero cuando se enteró de lo que pasaba se dio la vuelta. «Él se vino abajo cuando se dio cuenta de lo que pasaba, para mí que pensó que me iba a morir». A los pocos días, empezó el tratamiento de quimioterapia y Reyes perdió el pelo. «Pasé cinco meses muy mala, desorientada, con las defensas bajas, me sangraban los oídos, lo pasé fatal», recuerda, «no tenía ganas de nada y él no pudo aguantar». Luego fue sometida a una mastectomía en la que le quitaron los dos pechos. Mientras su hijo se volcaba en ella, angustiado por el estado de su madre, el padre se fue alejando cada vez más. Reyes prefiere no entrar en detalles sobre lo que ocurrió después, «un capítulo desagradable», pero diez años de matrimonio acabaron en separación apenas cuatro meses después de la firma de la hipoteca. El 11 de mayo, ella sufrió un infarto y tuvo que ser ingresada. Seis días más tarde, la relación se terminó y él se fue de casa.

La enfermedad obligó a Reyes a darse de baja y, estando asegurada media jornada en una empresa de limpieza, empezó a cobrar 329 euros mientras tenía que afrontar sola el pago de la hipoteca, 365 euros, porque su ex solo pagó cuatro mensualidades. Sin pensión alimenticia por su hijo y sin más ingresos que lo que percibía por la baja, lleva desde mayo sobreviviendo gracias a su madre, que está enferma en la cama y que a diario recibe a sus tres hijos. «Mi hermano está soltero y vive con ella, mi hermana, separada, también, mi hijo y yo vamos a diario a comer a su casa para guardar todo lo que tengo y pagar la hipoteca y las facturas». Pese a su enfermedad, que la obliga a tomar una nueva serie de quimioterapia, pendiente aún de al menos tres operaciones más, la obsesión de Reyes en este momento es pagar la hipoteca. «No quiero que se me acumulen recibos», insiste, «por eso quiero volver a trabajar cuanto antes, el otro día me salió cuidar a un mayor y tuve que decir que no porque no tengo fuerza». En los últimos meses, ha llamado a muchas puertas y ha recibido ayudas de emergencia de la Asociación Española contra el Cáncer, de Cruz Roja y del Ayuntamiento, además de ayuda logística de Anfane, que está intentando negociar con el banco un código de buenas prácticas para aplazar el pago de la hipoteca por su situación actual. «Por fin, hemos firmado un convenio de divorcio, pero sigo esperando. Para tener sentencia firme, he tenido que aceptar que yo pago el piso, pero si un día quiero venderlo, él tiene la mitad». Su sueño ahora es dejar de vivir entre la espada y la pared.