Antonio Sánchez nunca imaginó cuando, con 19 años empezó a practicarlo, que el boxeo acabaría siendo el leit motiv de su vida. Jugador de balonmano, a esa edad, sufrió una caída que le provocó una lesión de cadera y eligió el boxeo como vía de rehabilitación. Sus entrenadores fueron Rafael Bellido y León Numbares. Amante de los animales, por aquel entonces soñaba con ser veterinario. Mientras estudiaba Bachillerato y trabajaba por las noches en una empresa de mensajería, empezó a competir y llegó a ser campeón de Andalucía. En sus entrenamientos detectó ciertas carencias físicas y de táctica que se decidió a suplir en futuros boxeadores: «Yo era muy mayor para iniciar una carrera como boxeador, pero como entrenador estaba en un momento perfecto». Fue entonces cuando se fue a Gijón para obtener el título de entrenador nacional de boxeo y se convirtió en el más joven de España. «En mis inicios dormía muy poco», recuerda medio en broma, «después del Bachillerato, me formé como técnico deportivo, hice un máster de alto rendimiento del Comité Olímpico Español y todo tipo de cursos de quiromasaje, de reflexología podal... técnicas para mejorar el rendimiento de mis alumnos». Según su relato, en esa época, no había especialistas distintos en cada disciplina y él ofrecía una formación integral a los suyos.

El boxeo estaba aún en pañales en Córdoba aunque ya se había fundado el Córdoba Boxing Club, del que él se hizo cargo en 1987. «Empecé con 35 alumnos y he llegado a tener casi 300». En estos años, por sus manos han pasado todos los que han llegado a algo en el boxeo en Córdoba, desde José Luis Navarro, el Cazador, tres veces campeón de España y famoso por ser el rey del KO, a Rafael Lozano, Balita, plata y bronce en los Juegos Olímpicos y actual entrenador del equipo español en este deporte.

Su primera sede fue la piscina de la Fuensanta. «Allí recibí a muchos chavales del barrio de familias sin recursos que buscaban en el boxeo una forma de salir de la pobreza. «La meta era llegar a ser profesional y conseguir una beca para estudiar en la Federación Española de Boxeo, como fue el caso de Lozano».

Su nombre empezó a ser referente como entrenador y estuvo 11 años en la Federación Española de Boxeo y de segundo entrenador del equipo olímpico, lo que le obligó a instalarse en Madrid. Para entonces, ya era padre de familia, aunque sus continuos vaivenes acabarían por costarle su matrimonio. A cambio, logró alzar a cinco boxeadores como campeones de España del equipo nacional en las categorías de minimosca, mosca, gallo, pluma y superwalter y un año después, otro campeón de superligero. Acudió a tres olimpiadas. Con el dinero que ganó, montó su propio gimnasio en Ciudad Jardín y entrenó a profesionales como el Cazador. «Cuando veía cualidades, si además había implicación, les proponía competir y ellos decidían». Su vida era «el trabajo y llevar el nombre de Córdoba por todos lados». Al tiempo, firmó un convenio con el Ayuntamiento y el Córdoba Boxing Club se instaló en los bajos del Arcángel, donde permanecieron 15 años, «hasta que el Córdoba CF subió a Primera y nos echaron para ampliar los vestuarios», explica con el gesto cansado. «Eso fue muy duro, hemos tenido muy poco apoyo para la trayectoria que hemos llevado, fuimos el primer deporte nacional que hubo en Córdoba, aquello fue muy injusto y doloroso», lamenta. El caso acabó en el juzgado y él sufrió un ictus. Aún se le cambia la cara cuando recuerda ese episodio y enseguida cambia de tema. «Yo siempre digo que el boxeo es un medio, no un fin, y tiene más cosas positivas que negativas, se basa en una serie de valores que no tienen nada que ver con la violencia y que te ayudan a vivir, por más que las películas hayan distorsionado la imagen que se tiene de este deporte», afirma. Su implicación personal le ha llevado a ser entrenador de vida de muchos jóvenes, a los que ha sacado no solo de la pobreza sino de la adicción a las drogas y de la delincuencia y hoy tienen su trabajo y están perfectamente integrados. En 1996, recibió el premio Cordobés del Año por su labor de inserción social. Para él, «el boxeo ayuda a liberar tensiones con el saco, a expulsar la rabia porque el principio básico es el respeto, la educación, la constancia, la violencia no se puede usar más que en el ring». Para algunos, añade, «es más útil que el colegio, una forma de encauzarlos». A sus 56 años, por sus entrenamientos han pasado «más de mil chavales» y aún sigue entrenando en el gimnasio de Ponce Team a chicos y chicas de 7 a 60 años. Muchos alumnos lo tienen como un referente: «Algunos han venido a preguntarme cómo comportarse con las chicas cuando han tenido su primera novia», explica sincero, «en el gimnasio haces de padre, de amigo, de maestro, de psiquiatra, de hermano y de tío».

Los que lo conocen lo describen como un hombre «todo corazón». Tras el ictus, que le obligó a una dura rehabilitación, hace dos años sufrió un segundo envite por culpa de la diabetes. «Se me gangrenó una pierna, la he salvado gracias a las sesiones de cámara hiperbárica, que no receta la Seguridad Social para casos cardiovasculares, así que si no tienes dinero, te quedas sin pierna», señala, «al final me cortaron tres dedos, pero no he faltado ni un día al gimnasio, mis alumnos han venido a casa a recogerme en la silla para seguir entrenando». Su lectura es sencilla: «El boxeo me ha enseñado que no hay límites, que todo depende del empeño y el amor que pongamos en hacer las cosas».