Ha acabado su clase en el viejo edificio de la Facultad de Filosofía y Letras, pero aún sigue rodeado de alumnos que le hacen preguntas a las que contesta locuaz y serio, con esa cara de niño enfurruñado que le asoma cuando se pone circunspecto, rota por la sonrisa pícara que enseguida se le escapa. Enrique Aguilar Gavilán, profesor titular de Historia Contemporánea de la UCO, es un tipo vehemente y tierno, riguroso en sus planteamientos académicos y sentimental en su día a día, en el que ahora se afana por superar emocional y físicamente el golpe bajo que le reservaba la vida: una enfermedad, la ELA, que vampiriza implacable sus fuerzas aunque aún no ha podido con su ánimo. Estos días el profesor tiene un motivo de satisfacción, el haber sido elegido Cordobés del Año, «un reconocimiento que no me esperaba nunca», confiesa entusiasmado. Y eso que no será la primera vez que recoja la estatuilla, pues Aguilar ya en el 2002 subió al estrado para recibir la concedida a la Cátedra Intergeneracional, que entonces dirigía.

-Para un apasionado de Córdoba, que sea un premio que lleva su esencia en el mismo nombre debe ser un valor añadido, ¿no?

-Sin duda. Como cordobés nacido en el barrio de Santiago, que he crecido, estudiado y desarrollado todas mis actividades en esta ciudad, este premio es lo más grande a lo que podría aspirar. Soy un cordobés militante por naturaleza y por pasión.

-Ha escrito libros, numerosos trabajos académicos y artículos en prensa, pero ¿qué le interesa más del pasado de esta ciudad?

-Me interesan particularmente los grandes cambios que se han producido en la Córdoba del siglo XX, de la mano de alcaldes relevantes que impulsaron modelos de ciudad, algo de lo que desgraciadamente en la democracia no hemos tenido muchos referentes. Recuerdo a José-Cruz Conde, al que dediqué un libro, y por supuesto a su sobrino Antonio Cruz-Conde. Él fue con su actuación, a veces muy discutida, el que impulsó un modelo del que aún hoy estamos viviendo.

-¿Cómo ve la Córdoba actual?

-Con muchas esperanzas, aunque no termina por establecerse una clase política, económica y administrativa que persevere por que Córdoba recupere el protagonismo que tuvo en otras épocas. Ese es un defecto de los cordobeses, que por ese pasado en que Córdoba estableció la hora de la ruta de la historia, vivimos demasiado apegados a él y con pocas ganas de impulsar proyectos futuros.

Otra de las grandes pasiones de Enrique Aguilar es la enseñanza, sea cual sea la edad de su alumnado. La prueba es que siendo maestro nacional en el colegio Jerónimo Luis de Cabrera, «donde pasé los mejores años de mi vida», a la vez se abrió paso en la universidad, que entonces daba sus primeros pasos, como profesor ayudante en la Facultad de Filosofía y Letras. Y allí sigue, explicando a los jóvenes el origen de lo que somos. «Para mí la docencia, comunicar, es fundamental -asegura- . Por eso cuando me hice cargo de la Cátedra Intergeneracional disfruté con unos alumnos que permeabilizan todos los contenidos que les des».

-¿Qué supuso para usted poner en marcha un proyecto docente de tanto calado social?

-Bueno, yo no fui el primer director, fue don Francisco Santisteban, que hoy da nombre a la Cátedra. Yo estuve con él desde el primer momento y diseñé el modelo de cursos muy abiertos. Había unos 60 alumnos cuando llegué, y cuando la dejé en el 2002 eran ya más de 800 alumnos y tres sedes fuera de la capital. Luego la Cátedra Intergeneracional ha seguido creciendo, por cierto dirigida por mi esposa, María José Porro, y ahora por mi hermano (ríe), parece que fuera algo consustancial al clan.

-Dejó la universidad de mayores para ocupar la secretaría general de la UCO. ¿Se sintió cómodo en la faceta de gestor?

-Fue una experiencia única. Se ven muy distintas las cosas desde un cargo de responsabilidad, pero es bueno que un docente e investigador desempeñe funciones administrativas porque así se comprende la realidad intrínseca de la universidad y eso lleva a amortiguar nuestras críticas.

-Luego llegó la dirección de la Obra Social y Cultural de la Caja Rural de Córdoba, y ahora su proyección a nivel regional.

-Sí, de la mano de Manuel Enríquez impulsamos la presencia de la entidad en los distintos ámbitos sociales de la ciudad y la provincia. Patrocinamos cuatro premios anuales que han tenido un éxito enorme.

-Es también numerario de la Real Academia de Córdoba, y además muy activo.

-Para mí es una faceta interesantísima. Estamos hablando de la institución más veterana de la provincia en el ámbito cultural, una fundación bicentenaria que sigue pilotando la actividad cultural, intelectual y científica.

A ninguna de sus actividades habituales, incluida la tertulia con los amigos, ha renunciado este hombre de empuje y voluntad férrea a pesar de que hace un par de años le cambió la vida para mal. Empezó por notarse una galopante debilidad en las piernas y, tras numerosas pruebas médicas, le fue diagnosticada una esclerosis lateral amiotrófica, que lo tiene varado en una silla de ruedas. En ella ha aprendido a moverse por la ciudad, pero se topa con barreras arquitectónicas que le complican la movilidad y le despiertan su vena reivindicativa. «En silla de ruedas descubres los obstáculos a los que ha de enfrentarse la persona discapacitada y la actitud de los conductores, que deja mucho que desear -lamenta-. Es verdad que ha crecido la sensibilidad, pero son cosas que no puedes comprender hasta que no las padeces».

-Desde el primer momento se ha mostrado beligerante contra el mal y ha tratado de transmitir ánimos a cuantos lo sufren. ¿De dónde saca fuerzas para ello?

-La ELA es una terrible enfermedad, pero está claro que uno de los aspectos para luchar contra ella es la salud psicológica, tratando de llevar una vida lo más cotidiana posible. Ese ha sido mi objetivo desde el primer momento; tanto mi médico de cabecera, Fernando López Segura, como mi neurólogo, doctor Cañadillas, saben cuál es mi actitud. En esto es fundamental mantener la vida intelectual, y agradezco la sensibilidad que ha tenido la UCO con mi situación adaptando el puesto de trabajo a mis condiciones.

-Sí, supongo que en tales circunstancias es fundamental la ayuda de los que le rodean.

-Yo tengo que agradecer la ayuda de la familia, de mi mujer, a la que le debo todo y ahora más; de mis hijas, Popi y Cristina, y sus maridos; mis nietos; mis hermanos y mis amigos. Yo tengo los mejores del mundo, me están ayudando física y psíquicamente a normalizar mi vida.

-¿Cómo se ve el mundo desde una silla de ruedas?

-Se ve de manera distinta. Por lo pronto, ves el mundo desde otra dimensión; a mí siempre me gusta mirar a los ojos a mi interlocutor y ahora tengo que mirar hacia arriba. Pero me siento un privilegiado, disfruto de apoyo social e institucional y de cierto desahogo económico del que otros pacientes carecen. Por eso hago un llamamiento a las autoridades para que perseveren en allegar fondos para la investigación de una enfermedad que estoy seguro de que se curará en poco tiempo, y que no olviden las múltiples necesidades de los afectados.