Horizontes. Así se llamaba la tribuna de Opinión que escribía todas las semanas Jaime Loring para Diario CÓRDOBA. Lo hizo durante décadas, en su espacio fijo de los domingos, y la última se publicó en diciembre del 2017. Después, sus problemas de salud lo llevaron a la residencia de los jesuitas en Málaga, donde ha fallecido a los 89 años. Su vida ha terminado en El Palo, podría decirse que cerrando un ciclo, pues allí fue donde empezó de niño sus estudios en el Colegio San Estalinao de Kostka, interno junto a varios de sus hermanos, y allí despertó su vocación como sacerdote. Jaime Loring nació en Madrid, pero, tras ser fusilado en la Guerra Civil su padre -Jorge Loring Martínez, un hombre notable, ingeniero de Caminos que fue pionero en la aviación española y fundó una línea de zepelines entre Sevilla y Buenos Aires- su madre buscó refugio con sus ocho hijos en su Málaga natal. Se hizo jesuita y, junto con su hermano Jorge, fallecido en el 2013 y reconocido experto mundial en la Sábana Santa de Turín, ha sido el personaje público más conocido de la saga Loring Miró.

Jaime Loring llegó a Córdoba en 1962 para poner en marcha ETEA y dar cumplimiento así al legado de la familia cordobesa López-Cubero, que aportó a la Compañía de Jesús capital y un solar para el desarrollo de un proyecto social y educativo en memoria de su hijo fallecido, Rafael Luis López Giménez. Él, además de su formación como doctor en Filosofía y Letras y licenciado en Teología, acababa de estudiar en una escuela agrícola francesa, y se puso manos a la obra a partir de ese modelo, pues el objetivo era formar a los empresarios agrícolas. Ya que Córdoba era una provincia agrícola… ¿qué mejor que preparar a los agricultores para la mejor gestión posible de sus explotaciones? En el libro del 50 aniversario de ETEA, hecho en colaboración con nuestro periódico, dice algo que lo define: «Sabíamos dónde queríamos llegar, lo que no sabíamos todavía era cuál el camino». Y añade: «ETEA nació por las buenas, sin más». Bastante de verdad hay en esta frase desenfadada, pues el empuje de este entonces joven jesuita era tal que los hechos iban casi por delante de los papeles, y así la Escuela Técnica Superior Agrícola empezó en el claustro de San Hipólito en el año 1963, mientras se construía el primer edificio. Luego vino el traslado, el crecimiento continuo, la escuela de mandos intermedios, la consecución de la autorización para impartir la diplomatura de empresariales, más tarde la licenciatura, luego varias licenciaturas… Varios edificios, miles de alumnos y basta repasar el listado de personajes destacados de la enseñanza, la empresa, la gestión profesional, el funcionariado, la cooperación y la política desperdigados por Córdoba, Andalucía y el mundo para hacerse una idea de la importancia que ha tenido ETEA para Córdoba, una ETEA que en cierto modo ha sido obra suya -no en solitario, él siempre señalaba el formidable papel de los equipos, pues tuvo la fortuna o el acierto de rodearse de gente muy brillante, que en alguna ocasión tuvo que reconducir sus impulsos hacia soluciones más fértiles- y que dirigió durante dos periodos (1963-1970 y 1980-1989). Esa ETEA que en el curso 2013-2014 comenzó ya las clases en Córdoba y en Sevilla convertida en la primera universidad privada de nuestra comunidad autónoma, la Universidad Loyola Andalucía.

Más de sesenta años en una ciudad en la que apoyó a los movimientos contrarios al franquismo en sus estertores, en la que puso en marcha con otros relevantes ciudadanos el Círculo Juan XXIII, desde donde viajó a Centroamérica para iniciar la labor de cooperación y formación que hoy continúa la Fundación ETEA (el asesinato de Ignacio Ellacuría fue para él uno de los momentos más dolorosos de su vida)… Y hasta hace muy pocos años él ha seguido viajando a América, manteniendo esa colaboración. Y su papel en la ONG Iemakaie de apoyo a drogodependientes, en la que continuó cuando ya se había jubilado como profesor. Su compromiso social lo ha mantenido hasta el final.

Una vida intensa, marcada por la audacia, de sólidas convicciones cristianas y de justicia social. Y un carácter muy especial, el propio de esas personas tan seguras de sí mismas y de su lugar en el mundo que resultan muy poco manejables, demasiado claras a veces cuando se expresan, poco dada a las pamplinas y también a los homenajes, aunque se diría que, bajo el sustrato gruñón, recibió con alegría la medalla del Ayuntamiento de Córdoba y la de la Junta de Andalucía. Como profesor, ha formado a legiones de alumnos y nunca ha dejado de formarse a sí mismo, de investigar y de publicar. Como conferenciante, ha sido ameno y claro. Como sacerdote… sus fieles y compañeros lo sabrán mejor. Desde el punto de vista periodístico solo cabe decir que todas y cada una de las entrevistas que se le hicieran -con su cigarrillo Ducados siempre en la mano- tendrían un buen titular. Para los cordobeses ha sido una figura de autoridad, incómoda muchas veces para las instituciones, distante para con los arrullos del poder -rechazó entrar en política-, negociador de lo necesario para sacar adelante los proyectos… Con Jaime Loring se va una época, un modelo de personalidad singular, uno de los protagonistas de la transición en su vertiente cívica y una de las personas que ha contribuido a construir Córdoba, que no es poco.