Pol Vaquero nació en Córdoba en 1980 pero dejó la capital andaluza siendo un adolescente. Echó los dientes artísticos en su ciudad natal pero algunos de los maestros más destacados del momento se fijaron en él y se lo llevaron a recorrer los escenarios de medio mundo con sus compañías.

Conoció pronto los placeres y los sinsabores del mundo de los artistas y aprendió a superarse sobre las tablas. Su primer espectáculo profesional fue el Torero de Antonio Canales, una obra emblemática que ambos han recuperado y que 25 años después de su estreno vuelve a llenar los teatros. Aunque esta vez él es el primer bailaor.

Ha sido solista en el Ballet Nacional de España, a las órdenes de José Antonio, y también en las compañías de Joaquín Grilo y Celia Gómez.

Defensor de la tradición flamenca y de las enseñanzas de los mayores, vive en Madrid desde hace varias décadas. Desde allí organiza sus bolos y prepara nuevos proyectos.

-Vayamos al principio. ¿Cómo empezó todo?

-Nací en la calle Ravé, en la zona de Santiago, San Pedro... Me crié en una casa de vecinos de toda la vida, como antiguamente, en familia con los primos, con los tíos... Tengo recuerdos de una infancia muy bonita, a diferencia de la que se puede tener hoy: muy de barrio, de estar en la calle, de travesuras y cosas así. Un poquito más mayor nos mudamos al Realejo y después a Cañero. Y luego, con 16 años, me cambió la vida ya.

-Denos detalles.

-Con 16 añitos estaba en el Conservatorio de Córdoba estudiando la carrera de baile y me enteré de que había un cursillo en Sevilla con Antonio Canales. Necesitaba bailarines y por medio de mi maestro Javier Latorre decidí irme para allá a la aventura, sin un durico, sin nada, un poco porque Javier era compañero de Antonio. Y ese verano del 96 me cambió la vida por completo porque dejé todo para irme a Madrid, incluso el conservatorio, porque me queda un año para terminar la carrera. Pero bueno, era elegir una cosa u otra y lo tuve clarísimo.

-¿Y terminó la carrera?

-No la terminé, pero me arrepiento. Por unas cosas o por otras, como estaba viajando con Antonio (Canales), no reparé. Cuando eres un poco joven y de repente vas a ese nivel, con esas compañías, esos viajes, esos hoteles, no lo echaba de menos. Hoy en día, viendo lo difícil que es sacar un grado medio o superior, me arrepiento, pero bueno, ya está hecho y no hay solución.

-No debió ser fácil. ¿Cómo vive esa salida del nido un chaval que con 16 años empieza a bailar en los escenarios?

-Sinceramente siempre he tenido un poco los pies en la tierra porque, gracias a Dios, en mi casa he tenido una educación bastante respetuosa con los demás y me han enseñado a tener los pies en el suelo. Mi primer viaje fue a Finlandia y yo no había salido de Córdoba. Poco a poco empiezas a conocer a compañeros y artistas que también te ponen en tu sitio y si eres un poco inteligente aprendes de ellos. Estar ahí ya te va enseñando.

-¿Qué maestros le han marcado?

-Javier Latorre fue el que me enseñó a ponerme las botas, como quien dice, a zapatear, a dar un poquito más el salto de nivel siendo tan joven. Ahí me di cuenta de lo que era el flamenco y de lo que yo quería hacer porque hasta entonces era un poco como diversión. Luego, María Fernanda fue mi maestra desde el principio en el Conservatorio y estuve también con Inmaculada Aguilar y con Nuria Leiva. Pero el que me cambió la vida en todos los sentidos fue el maestro Antonio. Es cierto que también fui saliendo y entrando de su compañía. Por ejemplo, fui parte del Ballet Nacional, con José Antonio, que también fue un libro abierto para mí.

-Hablemos de Antonio Canales.

-Lo primero que hice con él fue Torero, en el Teatro Apolo de Barcelona.

-Y ahora han retomado el espectáculo y vuelve a estar en escena.

-Sí, porque se cumplían los 25 años y le hicimos la propuesta al maestro de retomar la compañía y también gracias a una serie de productores que estaban interesados lo llevamos a cabo y lo estrenamos en Madrid en Danza. Luego, lo llevamos a México y ahí estamos, esperando un poco que salga trabajo y que podamos seguir con obras emblemáticas como Torero, para que no queden en el olvido.

-¿Cómo ha cambiado el Torero de hace 25 años y el de ahora?

-Bueno, cambia un poco lo que es el físico, el alma de la obra no cambia nunca, se retoma tal cual estaba. En este caso el torero lo he hecho yo y el toro, Mónica Fernández. El respeto es máximo en cuanto a la coreografía y al espectáculo, que es exactamente el mismo, desde luces a vestuario.

-Pero usted no lo enfrenta de la misma manera.

-Lo afrontas, sobre todo, con mucha emoción de volver a revivir esos momentos. Yo tengo más de 1.000 toreros a mi espalda, puedo hacer hasta de regidor. Es algo muy emocional y luego también muy satisfactorio saber que sigo contando con el apoyo del maestro y con su respeto para encargarme, además, de que todo funcione. Pero es mucha más responsabilidad porque hago de torero, de Antonio Canales. He intentado respetar la coreografía, no hacer el Torero de Pol Vaquero sino el de Antonio Canales. Una obra tan emblemática no se puede retocar mucho ni se puede pretender hacer otro Torero, sería una osadía por mi parte. He estudiado tanto y tengo tan interiorizado su baile que no me ha costado mucho, no imitarle, sino intentar dar el carácter que él le daba y que la gente diga que parece que están viendo a Antonio. Porque no es mi espectáculo ni es mi obra y respeto siempre la figura del maestro.

-¿Cómo valora las nuevas formas de flamenco que están surgiendo?

-Me quedo más con el flamenco de hace tres décadas, sin duda alguna, tanto en el cante como en el baile como en la guitarra. Porque considero que esta globalización que hay en general no hace bien a un arte tan tradicional. Hoy en día en las redes sociales ponen el hashtag «flamenco» y ves cada cosa que dices «¡dónde vamos a llegar!». No sé si esto de las redes sociales ayuda o no ayuda al flamenco, sinceramente. Ayuda porque tiene más visibilidad, pero tener más visibilidad no quiere decir que tenga más calidad. Es cierto que el flamenco nunca acabará porque siempre saldrá la verdad, pero también es cierto que hoy en día hay mucho intérprete y no hay tanto artista. Hay gente que estudia y aprende pero eso no es la pureza del flamenco, la pureza del flamenco para mí es trabajar, trabajar y aprender. Y respetar. Es una profesión, justo lo que ahora no se ve con intérpretes que con dos años de estudio ya son bailaores. Pero también te digo que siguen quedando bailaores y bailaoras jóvenes que son de mi gusto.

-Eso es sinceridad.

-Intento ser lo más sincero posible, no ser coba y ojanero, porque en el flamenco hay mucha coba y mucha ojana. Yo no me considero una persona con trayectoria para tener qué decir, pero sí que de alguna manera hay que decir las cosas porque si no esto se puede ir de madre. Antiguamente los mayores nos decían lo que había que hacer y hoy en día hay una ligereza... como que pierden el respeto un poco. Creo que los mayores, a lo mejor en redes sociales, deberían de pronunciarse y decir, por lo menos, lo que ellos consideran. Porque son un referente y a la vista está que hay que educar al público porque lo que tú le muestres es lo que las generaciones próximas van a ver. Creo que tenemos el deber de informar a la gente y no decir que todo vale porque a la vista está que cada vez hay más bailaores, más guitarristas... incluso gente que se aprovecha de la marca flamenco, qué es lo que más me enfada.

-¿A qué se refiere?

-Pues que se aprovechan de que el flamenco es Patrimonio de la Humanidad y que tiene una vistosidad mundial y dicen «pues venga, nosotros ponemos aquí flamenco». Y no, usted se está acogiendo a la marca flamenco, pero usted de flamenco tiene lo que yo de astronauta. Pero no se puede decir según qué cosas porque puedes ser un retrógrado, un machista, un tal... Hoy en día la sociedad tiene la piel muy, muy fina. Y el flamenco no es un trabajo, es arte.

-¿Corren buenos tiempos para el flamenco a pesar de todo?

-Yo creo que sí. El flamenco siempre va a estar ahí. Es algo que se puede desvirtuar pero siempre va a volver, como las modas, como los pantalones de campana. El flamenco tiene tanto poder en todos los sentidos, como música, como pueblo... tiene tantas raíces que es imposible obviarlas. Creo que todo el mundo que tenga un poco de sentimiento va a entender lo que es bueno y lo que es malo. Siempre va a seguir quedando gente que sepa lo que es calidad y, como le he dicho, veo gente joven que sí tiene ese respeto que nosotros teníamos, que quieren trabajar y quieren estudiar.

-Hábleme de sus proyectos.

-A un grupo de gente nos gustaría hacer la Fundación Antonio Canales, ahora que está en vida, como se hicieron la Fundación de Antonio Gades y otras. Quisiéramos recuperar sus obras, tener una cantera de bailarines y bailaores, que podamos formar como a nosotros nos han formado, sabiendo lo que es una coreografía ... ¡Hay tantas cosas que aprender! Pero eso es a largo plazo.