Carmen Prada es una mujer menuda de sonrisa fácil y verbo locuaz. Casi cuarenta años de experiencia en psiquiatría parecen haberla curtido en el difícil arte de la empatía al tiempo que la ha dotado de esa sensatez que a veces se echa en falta en ciertos ámbitos de poder. Directora de la Unidad de Gestión Clínica de Salud Mental del Reina Sofía, lleva más de media vida volcada en sus pacientes, a los que sigue atendiendo pese al cargo que ocupa.

-La práctica de la psiquiatría debe ser complicada si uno se lleva los problemas que oye en consulta a casa. ¿Cómo se lleva eso?

-Eso depende de cada uno. Puedes llevarte los problemas a casa o no. Pero nuestros pacientes no solo nos cuentan sus problemas, a veces, y eso es lo más satisfactorio, vienen a decirte que han superado un problema. Hace poco, recibí una tarjeta muy emocionante de una mujer a la que había tratado que me decía: «Gracias Carmen porque entre las dos, me salvamos’la vida».

-Usted empezó a trabajar con enfermos de salud mental en los ochenta y sigue al pie del cañón. ¿Ha cambiado mucho el modelo de atención en los últimos años?

-Muchísimo. La prioridad asistencial del modelo actual es atender a las personas lo más directamente posible en relación con su entorno, con su situación vital próxima y dejar las situaciones de hospitalización para los casos excepcionales. Es un modelo impulsado a nivel mundial en los últimos 40 o 50 años con el objetivo de acabar con los manicomios y ofrecer una atención sanitaria basada en la promoción de la salud, dejando atrás una intervención psiquiátrica basada en la reclusión y el aislamiento.

-Si alguien tiene un problema psíquico, ¿adónde tiene que acudir?

-La primera entrada es siempre el médico de cabecera, que valora y puede dar respuesta en un nivel básico de atención, a veces con ayuda de los equipos especializados. Si lo considera necesario, el médico deriva a la persona al primer nivel de especialización que son las unidades comunitarias de salud mental, los servicios ambulatorios, localizados fuera del hospital. En la asistencia ambulatoria, hay equipos multidisciplinares que dan respuesta a las patologías psiquiátricas en primera instancia. Lo que más llega son pacientes de la gama depresiva ansiosa, donde predomina una alteración de la emoción, tristeza, apatía, sobrevaloración de dificultades y ansiedad. Eso puede representar más del 60% del total de las consultas y va en aumento en número y en tipo de patología. Se trata de un bloque muy amplio en el que hay distintos grados de gravedad. En esa gama, hay muchos casos derivados de situaciones adaptativas puntuales de dificultad que producen sufrimiento, malestar, pero no siempre se puede hablar de enfermedad sino de situaciones adversas de la vida. El dolor de la vida no es enfermedad, eso es lo que nos construye como personas. Si se quita todo sufrimiento se quita también el estímulo para buscar cómo resolverlo.

-No nos gusta sufrir.

-Como sociedad, estamos instalados en una convicción emocional en la que nos parece que todo lo que sea disforia, no placer, puede ser enfermedad, para la que tendría que haber un tratamiento. El sufrimiento se vive como una situación no tolerada y la frustración no se entiende como algo que hay que superar, sino como algo que no debe existir. Eso lleva a las consultas muchas peticiones de tratamiento para algo que no lo tiene porque no es enfermedad. Se trata de situaciones adversas de la vida como pérdidas afectivas, conflictos de relación, problemas económicos… que debemos aprender a gestionar. En cualquier caso, hay que observar la evolución porque, cuando el individuo se expone a mucho estrés, se vuelve más proclive a desarrollar una enfermedad y es posible que lo que empieza como sufrimiento vital acabe en cuadro depresivo o ansiedad o trastorno mental grave.

-¿Qué nos pasa, se está educando mal?

-Se está educando muy mal. Estamos en un modelo social que es muy generador de conflictos humanos, que llevan a la persona al riesgo de enfermedad mental porque la desproporción entre las expectativas de deseo satisfecho y lo que la realidad permite es muy alto. Una educación entrenada en un modelo de no tolerar que hace que, ante las frustraciones, se reaccione con situaciones explosivas emocionales, de angustia, de conductas desajustadas, autolesivas, amenazantes, consumidoras de tóxicos. Si la realidad es frustrante, hay que buscar cómo cambiarla o aprender a tolerarla.

-Para evitar el sufrimiento, ¿se está abusando de los fármacos?

-La gente quiere calmar el malestar de una forma inmediata y eficaz al cien por cien. Si no, es que «a lo mejor no se ha atinado con el tratamiento». El fármaco es rápido y además no interviene la persona. «A mí no me puede doler la cabeza, tiene que haber algo que me lo quite». Eso se traslada también a las emociones. Y si ya es difícil conseguir ese efecto en el dolor físico, porque no siempre es posible calmarlo, en lo psíquico mucho menos. Somos muy complejos y la situación placentera permanente es imposible. Si tienes un problema, no desaparece porque te tomes una pastilla, sigue estando ahí. Si la persona no pone recursos en activo para afrontar lo que le pasa, acaba desarrollando situaciones cada vez más desadaptativas y más riesgosas de enfermedad. Si no puedes tolerar que te riñan en el colegio, si no afrontas que hay que cumplir normas, si no aprendes a manejar las circunstancias, estas te acaban desbordando.

-En lugar de fármacos, ¿no harían falta más psicólogos?

-Tenemos equipos multidisciplinares, pero en un número insuficiente. La dotación de personal, de todos los profesionales implicados, es insuficiente. Y sí, tenemos muy pocos psicólogos para lo que haría falta y ninguna posibilidad de intervención psicológica reglada en las primeras etapas, como Atención Primaria. En el momento de los primeros indicios se podría intervenir para reconducir la situación traumática, porque no se requiere un nivel especializado ni tampoco «la pastilla». Hay casos en los que el fármaco tiene un valor clave, aunque no puede ser exclusivo en muchas patologías y en otras, no sirve para nada. Ni todo puede ser intervención psicológica ni todo es farmacológico. Es verdad que dentro de lo público necesitaríamos más dotación para intervenir en psicología, pero tampoco debe convertirse en rutina ir al psicólogo ante cualquier molestia emocional.

-¿Cuánta gente se automedica?

-Los ansiolíticos no se pueden conseguir sin receta, pero no es difícil conseguir una receta de Orfidal, que a veces se usa puntualmente porque estás ansioso y, cuando eso se mantiene, se sigue recurriendo. Sabemos que hay un alto porcentaje de uso inadecuado de psicofármacos. No tengo la cifra, pero ocurre mucho. Se está sobremedicando contra situaciones de la vida y eso es malo. En medicina, lo que no está indicado, está contraindicado.

-El miércoles se celebra el Día Mundial de la Salud Mental, que este año pone el foco en la juventud dentro de una sociedad en transformación. ¿Hasta qué punto es importante cuidar la salud mental de los jóvenes?

-Todas las etapas de la vida son muy importantes, pero hay que estar muy atentos a las etapas de construcción de la persona, que son la infancia y la adolescencia y primera juventud, porque es ahí donde se adquieren los recursos y comienza la interacción con el mundo que lleva a la adultez, a la autonomía. La adolescencia, tanto físicamente como emocionalmente, es un periodo de tránsito en el que se es niño y adulto para ciertas cosas y otras no… Es una etapa de contradicciones, de expectativas, cambios personales… que además ahora ocurren en un mundo que se transforma a un ritmo infinitamente más rápido. El niño cambia mientras el mundo que le rodea se mueve a gran velocidad. Esta etapa es fundamental y hay riesgo de sufrir muchísimo porque hay muchas dudas, emociones muy intensas que crean mucha inquietud y desasosiego. Vemos que las consultas en la etapa infantil y adolescente están aumentando mucho en aspectos que son muy importantes y muy graves. Están aumentando las consultas autolesivas como síntoma grave, con una variabilidad muy grande de motivos. Esto refleja una situación de malestar con ellos mismos, con la relación con el mundo, que no canalizan bien y explota en el adolescente. A veces, revela el inicio de una enfermedad mental, otras veces es la reacción a una crisis, un modelo conductual complicado que entorpece mucho el desarrollo adaptativo necesario para afrontar la edad adulta.

-¿A qué se debe ese aumento de las autolesiones o de los trastornos alimentarios?

-En las cuestiones psíquicas no se puede ver al sujeto aislado. La emoción no es solo cómo está uno consigo mismo, sino en relación con su entorno. Lo emergente en una sociedad son los niños y los adolescentes. Ese estallido de niños con problemas de conducta alimentaria grave, conductas autolesivas, trastornos de conducta globales, niños de una gran agresividad e irritabilidad debería hacernos pensar que hay que intentar cambiar un modo social en el que la tolerancia, la frustración y las expectativas de logro o la compesación por el esfuerzo se están diluyendo. Los niños y adolescentes de hoy son los adultos que tendremos en el futuro. Es necesario dotarles de un modelo de valores que estructuren sólidamente a la persona, los valores a los que el ser humano se agarra en momentos de crisis. Deben crecer con un sistema de valores que les dé consistencia y coherencia y les permita canalizar lo que sienten sabiendo que uno hace algo por un motivo y que me aguanto porque no solo estoy buscando bienestar, sino que tengo una serie de valores.

-Muchos padres están perdidos. ¿Qué consejo les daría?

-Bueno, no existe un manual de instrucciones, la promoción de la salud debería ser la guía en el colegio, en la familia... Igual que se enseña tecnología o matemáticas, hay que educar en valores humanos con los que construir a la persona. Como sociedad, debemos mirar al futuro y reflexionar sobre lo que transcurre, cómo transcurre y qué alternativas se toman. Si se toman decisiones a salto de mata, hacemos lo mismo que cuando una persona dice a nivel particular que quiere una pastilla para que se le quite el malestar. Y nuestra sociedad tiene ese estilo desde el punto de vista del individuo y también en los altos niveles de decisión. Hay que introducir cambios en la educación.

-¿Cómo afecta el consumo de drogas y alcohol en edades tempranas?

-Tiene consecuencias muy graves. Los adolescentes tienen un sistema nervioso en construcción y, desde el punto de vista físico del cerebro, las intoxicaciones por alcohol o drogas provocan una destrucción neuronal. Eso supone que el órgano, la parte biológica física, está en peores condiciones, como si naces con una mano de cinco dedos y te los vas quemando uno a uno. A eso hay que sumar que las drogas y el acohol son productos psicoactivos que generan alteraciones que provocan situaciones de expresión psíquica, como intoxicaciones que generan alucionaciones, y eso puede ser el estallido de una enfermedad que acabe siendo crónica. El consumo de sustancias conlleva además un modelo relacional con el mundo de conducta alterada, inadaptada, asocial. Todo eso en conjunto es una bomba.

-¿Qué peso tiene en este momento la patología mental grave?

-Esquizofrenias, trastornos bipolares, afectivos severos, intentos de suicidio se dan en un porcentaje menor, pero es el más necesitado de atención multidisciplinar porque tiene un transcurrir de cronificación a lo largo de la vida, con descompensación y problemáticas de adaptación. Hablamos de enfermedades que afectan de forma intensa a la capacidad para manejar la realidad, lo que deteriora el desarrollo del proyecto vital de una persona. De ahí la importancia de contar con un soporte social y sociofamiliar que permita tener la muleta para superar los momentos de crisis.

-¿Diría que la sociedad ve con mejores ojos al enfermo mental?

-Un poquito sí. Yo, que llevo muchos años en esto, que hice guardias en el manicomio de Alcolea, cuando miro atrás veo que hemos cambiado en cómo se atiende a los pacientes, en cómo reivindican ayuda los familiares. La depresión, la ansiedad, en eso se ha avanzado e incluso se ha banalizado en extremo, pero todavía la enfermedad psiquiátrica dura se oculta, se mira con precaución. O se quiere abrir una casa hogar y los vecinos protestan. Aún se identifica agresividad y enfermedad mental cuando estas personas el mayor riesgo que tienen es para sí mismas. Hay más conductas agresivas en la puerta de urgencias que con los pacientes psiquiátricos. Es verdad que en una situación de agitación pueden derivar en algo así, pero no es eso lo que define al enfermo mental. El nivel de violencia de la población en general es mucho más alto que el de la población psiquiátrica. El problema está en que tienen dificultades de relación. Por eso, la salud mental no se puede ver solo como una cuestión sanitaria. Hacen falta otros apoyos para poder llevar una vida lo más normalizada posible, acceso a ocio ayudado, integración laboral... Con la discapacidad física, todos estamos muy concienciados, pero la enfermedad mental es una forma de discapacidad que requiere elementos de adaptación. Son las asociaciones las que ofrecen el acompañamiento en la normalización, pero se necesitan más recursos para estas personas. Eso también es tratamiento, aunque no sea sanitario. El sistema está muy cojo en este sentido. En Salud Mental también tenemos nuestros cánceres, esquizofrenias muy graves para las que no hay cura, trastornos de la conducta alimentarios que se complican y que sabes que hay que trabajarlos de por vida. Sin embargo, no se ve socialmente de la misma forma. Esto se lleva en silencio. Tú puedes decir que tienes cáncer y encontrar apoyo, consuelo. Los enfermos mentales lo tienen muy difícil en ese sentido. Pero yo soy optimista y pienso que, si en menos de cuarenta años las cosas han cambiado tanto, quién dice que no llegaremos a mejorar mucho más.