Sol Rodríguez Tarazona es nieta de Manuel Tarazona (Madrid, 1901-Córdoba, 1936), el capitán que defendió la legalidad democrática en la ciudad el 18 de julio, y que será homenajeado, junto a cinco personas más, en el acto institucional por el día del recuerdo a las víctimas del golpe militar y la dictadura, que se celebrará mañana en la Delegación de Cultura. Sol, que vive en París, ha viajado a Córdoba para asistir al homenaje del abuelo al que no conoció, pero que cambió su vida.

-¿Quién fue el capitán Tarazona?

-Fue el primer condenado a muerte en Córdoba tras un juicio sumarísimo, el 13 de agosto de 1936. Era capitán de Infantería y había estado en la guerra del Rif, por lo que conocía a todos los sublevados. Estaba en la Guardia de Asalto de Córdoba desde febrero del 35 y no se sublevó el 18 de julio. La impresión que tengo es que él intentó calmar las cosas para que no hubiera un baño de sangre, pero no lo logró. Es un ejemplo de un hombre fiel a sus valores.

-¿Qué pasó entonces con su abuela y su madre?

-Mi madre tenía 5 años y mi abuela, 26. Salieron, no sé cómo, de Córdoba, y la familia terminó en Francia. Mi abuela nunca habló de mi abuelo y mi madre tampoco hablaba mucho de él. Mi familia ha tenido muchos secretos, mucho miedo. Mi padre tiene 88 años y es ahora cuando ha empezado a hablar.

-¿Cómo se enteró de la existencia de su abuelo?

-Yo debía tener 8 o 9 años. Fue un verano que vinimos a Córdoba y fuimos al cementerio de San Rafael. Ahí, delante de su tumba, me enteré. No me dieron muchas explicaciones, solo que lo habían fusilado, pero desde entonces yo nunca dejé de pensar en él.

-¿Cómo fue acercándose a la figura de su abuelo?

-Hace diez años, tuve la ocasión de investigar sobre él, y coincidió con la aprobación de la ley que permitía la rehabilitación de militares. Escribí al Ministerio de Justicia, que requería una prueba del juicio sumarísimo. Conseguir ese documento fue lo más largo y costoso. Uno del tribunal me decía: «¿Y tú, por qué revuelves todo eso? Mi abuelo también era republicano y yo no lo busco». Y yo le decía que me parecía muy bien, pero que yo sí, yo quería saber. Aunque me dieron un certificado, lo consideraba insuficiente, porque lo que yo quería es que se reconociera que había cumplido con su deber y que no era un traidor. Después contacté con Francisco Moreno Gómez, Arcángel Bedmar, Juan Ortiz, Antonio Barragán y Manuel García Parody, que escribió un libro sobre él maravilloso.

-Es que fue el militar que defendió la legalidad democrática.

-Eso es, por eso quería que se restaurara su dignidad. Me da alegría pensar que en Córdoba se le considera un hombre de honor.

-¿Por qué se emociona tanto?

-Porque su historia cambió toda nuestra vida. Nos tuvimos que ir a Francia, y aunque mi carrera y mi hija están allí, me siento española. Lo único que puedo hacer ahora es defender la memoria de mi abuelo.

-¿Entiende a quienes se empeñan en recuperar a sus familiares?

-Sí. En una conferencia de Francisco Moreno, una señora me dijo que tenía suerte porque sabía dónde estaba mi abuelo, algo que ella desconocía. Siempre que vengo a Córdoba voy al cementerio cada día. Sabes que lo mataron y fue injusto, pero al menos sabes dónde está. Si no lo sabes es aún peor. En España no se ha hablado de lo que pasó, por miedo, pero si no hablamos puede ser que las próximas generaciones continúen teniendo ese trauma. En el cementerio de San Rafael hay una zona donde pienso que debe haber una fosa. Ojalá dentro de un año se sepa quién está allí.