Javier y Elena viven en Tunbridge Wells (Kent), desde hace más de 7 años, trabajan como director de Laboratorio y directora de Calidad de una empresa farmacéutica y tienen una hija de tres años nacida en Reino Unido que aún no tiene la nacionalidad británica porque ninguno de sus progenitores es británico. En la zona donde viven, habitada por gente con alto poder adquisitivo y de distintas nacionalidades, no han percibido cambios desde que se puso en marcha el brexit y creen que los efectos «tardarán en notarse porque hay muchos acuerdos pendientes de negociación con distintos sectores». Al llevar más de cinco años en Reino Unido, no han tenido problema a la hora de solicitar el settlement status, «el documento que se exigirá a todos los extranjeros de aquí a final de año». Lo que sí han percibido es un aumento de los controles para limitar el acceso a las múltiples ayudas públicas que existen en el país. El trabajo es la principal razón para quedarse. «Aquí trabajas 35 horas de reloj y cobras el doble». Aun así, les gustaría regresar. «La calidad de vida en España es muy superior, si encontrara un buen empleo allí, me iría sin pensarlo», señala Javier.