Tiene de particular este espacio de la calle Cairuán (al final de la misma, donde han inaugurado la taberna-restaurante El Olivo, le han colocado una placa con grafía más altisonante, más parecida al árabe: Kairouan) que está vigilada por la sabiduría, que ya es algo para los tiempos que corren. Junto a la Puerta de Almodóvar --¡ay! si la historia se repitiera y pudiéramos seguir contemplando las restantes entradas almenadas de la ciudad, ya derruidas...-- Lucio Anneo Séneca vigila el entorno, con su toga de hombre de saber, que le costeara Manuel Benítez El Cordobés , le esculpiera Amadeo Ruiz Olmos y que estrenara el 13 de septiembre de 1965, precisamente en el decimonoveno aniversario de su muerte, cuando en Córdoba se celebraba un congreso internacional de filosofía. Al otro extremo de la calle, antes de llegar a la puerta de las Callejas de la Luna, donde luce su pátina de veteranía el mesón del mismo nombre, Averroes, con ademán de levantarse e irse desde que en 1967 reviviera allí por obra y gracia del escultor madrileño Pablo Yusti Conejo, completa la puesta en escena de los grandes hombres de Córdoba.

UNA CALLE DE LOS SESENTA

Antes de que se instalaran por aquí en los años sesenta estos dos sabios cordobeses --uno romano, el otro, árabe--, la vista desde la posición de Séneca era la de un arroyo abandonado al capricho de las ratas y la dejación. Pero en 1962, el entonces alcalde, Antonio Guzmán Reina, urbanizó el espacio y en la confluencia del venero Esquina de Paradas --que venía de la Sierra-- con la atarjea de las Aguas del Cabildo --del tiempo de los moros-- el lugar se convirtió en espejo del cielo gracias a sus estanques, cuyas aguas llegan hasta las fuentes y albercas del Alcázar de los Reyes Cristianos. Ahora, al cabo de los cuarenta años, los Fondos Feder y distintos organismos de Córdoba han urbanizado el paseo --con tierra y granito, que tanto se lleva-- anejo al lienzo de la muralla, donde los turistas se ponen a comerse unos bocadillos o a abrazarse bajo la sombra de los cipreses, enfrente de la Cruz Roja, donde van a dar a luz las madres que no lo hacen en la Seguridad Social, casi al lado de los jóvenes de cerveza libre al mediodía, casi con sede fija en uno de los recodos de este nuevo paseo con aires medievales.

Algunas casas privilegiadas de la calle Judíos tienen por aquí su puerta falsa. Como ésta, que da paso a un patio de arcos y columnas y adornado con la armadura de un guerrero vigía. Es como si el tiempo se hubiese detenido aquí. Para bien. Eso debieron pensar los directivos de NH Hoteles que instalaron su "campamento" en la misma muralla y, como el resto de sus vecinos, abrieron puerta a ambos lados de la zona.

Hay otras casas que disfrutan de este privilegio, como la de Salma, la mujer de Roger Garaudy, o la de unos amigos empresarios de hostelería. Con acceso a los sotanos judíos y a las almenas, han vivido el privilegio de invitar a su adarve particular a jerifaltes, políticos, personas influyentes y creyentes de todas las religiones. Desde esas alturas, el suelo --que es un estanque de nubes-- no importa, sino el cielo, las copas de los árboles, los milagros y las siluetas esculpidas por la historia. En el aire, desde esta muralla de las tres culturas de la calle Cairuán, se percibe como una influencia divina, como si las mil creencias de esta ciudad vigilasen desde el adarve su parcela, en armonía, por los siglos de los siglos.

Al norte, Séneca, desde su pedestal de la Puerta de Almodóvar, mantiene una eterna discusión filosófica con Averroes, sentado en piedra al principio de las Callejas de la Luna. Maimónides, al otro lado, por la calle Judíos, parece como si quisiera unir su punto de vista al del romano y el árabe. La Córdoba de las tres culturas.