Con todas las cabalgatas ya encerradas, llegaba la hora de irse a casa a dormir. Tras un día cargado de emociones y con el comienzo de la noche, miles de niños se dirigían a sus casas para comenzar con ese, casi imposible a veces, ritual de la noche de Reyes. Cenar algo especial porque, claro, la noche también era especial; ponerse el pijama, templar los nervios (lo más complicado de todo) e irse a la cama no sin antes preparar un pequeño ágape para sus majestades e incluso, gracias a algún que otro solidario con el mundo animal, para sus camellos. Tres vasos de leche (o anís para los más arriesgados), galletas o algún dulce para llenar el estómago de los Reyes Magos, menudo empacho.

Las horas pasaban muy despacio, los minutos más. Muchos niños incluso ni dormirían, la mitad de los padres desarrollarían habilidades propias de los malabaristas de circo para no hacer ruido. Algunos seguro que se convirtieron incluso en ingenieros por una noche, arquitectos o especialistas en cocinitas de última generación. Mientras, en el dormitorio, un niño más nervioso por segundos, escuchando a los Reyes Magos cómo cortaban el papel y envolvían sus regalos, algunos con la dulce compañía de las galletas y la leche que horas antes dejó este pequeño especialmente para ellos.

Los primeros rayos de sol del día 6 enero fueron el mejor despertador para Gonzalo, uno de estos «inquietos» que, con un poco de nervios y también algo de miedo, todo hay que decirlo, acudía al cuarto de sus padres para dar el toque de diana que los despertaría. Ocho de la mañana y horas sin dormir, Gonzalo por unos motivos y sus padres por otros muy distintos. Este era su quinta celebración de Reyes, «y cada año lo disfruta más», cuenta su madre, María de los Ángeles, apasionada también de esta tradicional fiesta. Misión conseguida, todos despiertos y directos al salón. «¡Lo que yo quería!», gritaba este niño de cinco años mientras corría hacia el Fuerte Bravo de Playmobil. Y como él, cientos, miles de niños de todas partes de la ciudad.

Álvaro, de 3 años, llegaba a casa de su abuela algo más tímido que los demás, pero ilusionado por el hogar de Peppa Pig que sus majestades le habían dejado en su casa esa noche. En el salón, junto a la puerta, un árbol de Navidad (que tenía los días contados) con varios paquetes en su base y carteles con el nombre de Álvaro. Primer paquete, ¡la caravana de Peppa Pig! Otro más, ¡el zoo de Playmobil! Y así hasta llegar a un camión de reciclaje de vidrio, también de Playmobil, para este pequeño concienciado con el medio ambiente. Pablo, de 4 meses, vivió ayer su primer día de Reyes. Quizás es muy pequeño aún para saber lo que significaba, pero los Reyes Magos no se olvidaron de sembrar la semilla de la ilusión en él con varios juguetes.

Abiertos los regalos, se siguió el protocolo de actuación típico de cada 6 de enero. Ahora tocaba estrenar los regalos. Tanto niños como mayores se echaron a la calle luciendo algunos de los detalles que sus majestades dejaron para ellos. Los mayores, estrenando ropa, perfume o incluso productos electrónicos. Algún que otro dron de regalo de Reyes se familiarizaba ayer con el cielo cordobés, eso sí, a quienes les dejaron estrenarlo. Parques plagados de patines nuevos, bicicletas, familias luciendo sus regalos; la típica estampa del día de Reyes.

Apartados de los regalos, el roscón. Otro de los grandes protagonistas del día de ayer, que cada año pone sobre la mesa la tradicional discusión. «¿A quién le tocará la haba? ¿Y el regalo?». De uno u otro modo, hay quien busca el trozo exacto para no encontrar el haba que le obligue a ser el pagador de ese roscón de Reyes, aunque la mayoría de las veces esa amenaza se queda solo en la anécdota. «¿Qué cenaste ayer? Roscón ¿Y hoy que has desayunado? Más roscón ¿Y de postre? Lo que quedaba de roscón». Puede adivinarse qué terminó cenando más de uno en el día oficial del estreno y, claro está, del roscón de Reyes.