Hay comercios que perviven en el tiempo gracias al tesón e ilusión de sucesivas generaciones, que sobrellevan crisis y dificultades, cambios de lugar e incluso de barrios, a los que siguen una fiel clientela que les permite seguir adelante. En Córdoba, algunos echaron el cierre a la persiana hace tiempo, pero otros han llegado a la crisis del covid y siguen capeando el temporal, esperando tiempos mejores. Podríamos hablar de Rusi, en la Cuesta Luján; de Salcedo Modas, en la calle Concepción; de Floristería Santa Marta, en la calle Osario; de Librería Luque, en la calle Jesús y María, o de La Verdad Confecciones, en la avenida de La Viñuela. Algunos de ellos cuentan su historia y sus tribulaciones en estos tiempos de crisis sanitaria y económica.

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Mario Roldán es la cuarta generación de propietarios de la sombrerería Rusi, que tiene en la cuesta Luján ahora dos establecimientos conectados, uno de caballero y taller, ahora cerrado de momento por la crisis, y un segundo, más de mujer y juvenil, que abrió la pasada Navidad del 2019. Cuenta Roldán que el negocio lo abrió en 1902 un tío bisabuelo suyo en la cuesta Luján y en 1904 abrieron un segundo en la calle Gondomar, que cerró en el 2011. Ahora, él y su hijo siguen con Rusi porque «118 años pesan mucho y no es cuestión de tirarlos». Tienen una clientela fiel, que año tras año renuevan sus sombreros, pero «vivimos del turismo en un 60%», y de eventos como ferias, romerías o El Rocío. «Sobrevivimos sabiendo a la hora que se entra pero no a la que se sale, y con mucho sacrificio», confiesa Mario Roldán, que espera que «la próxima campaña de Navidad nos ayude a reflotar». El rey del verano es el sombrero panamá en sus distintas versiones, que esperan que se compren porque ahora se están recetando «por prescripción médica en esta ciudad».

En la calle Concepción sigue Salcedo Modas, fundada en septiembre de 1967 por Joaquín Salcedo, que la abrió como sastrería y luego incorporó la modistería de señoras. Rosa, Pilar y María José, sus hijas, llevan hoy la tienda, junto a su madre, que hace tiempo reconvirtieron en boutique de señora de alta confección. El taller cerró cuando murió el padre, en abril del 2012, «justo cuando se jubilaba la última empleada», recuerda Rosa. Llegó a tener 22 empleados y cosía trajes de alta costura para toda España e «incluso de París». Pero lo que sus hijas relatan con gran emoción son los trajes cortos. «Hemos vestido a Ponce, a Finito, a El Pireo a El Cordobés...», recuerdan. «Gracias a que somos familia, que no dependemos de sueldos, sobrevivimos», confiesan las hermanas, pero admiten que lo difícil ha sido seguir pagando el alquiler durante el confinamiento. Siendo su ropa de vestir, la falta de bodas y eventos hacen que «la cosa esté floja y mal» y «nos mantenemos gracias a una clientela que se ha portado muy bien».

En la calle Osario, Gloria Prieto mantiene la empresa familiar de Floristería Santa Marta, un negocio que abrió su abuelo en 1945, vendiendo flores en su propia casa. Su padre era el socio número 11 de Interflora, desde 1960, y este trabajo es el que le ha permitido seguir funcionando durante el confinamiento, así como con encargos por correo electrónico y redes sociales. «El local es en propiedad, y eso facilita llevar el negocio», admite, pero la crisis del covid les está afectando mucho, al ser un sector muy ligado a eventos como bodas, la Semana Santa e incluso los tanatorios.

En la avenida de La Viñuela permanece también un negocio familiar de gran tradición. Se trata de La Verdad Confecciones, que abrió en 1958 en el Campo de la Verdad Francisco Rubio y su mujer, Carmen Velasco, y que en 1970 se instaló en la Viñuela. Hoy lo dirige la tercera generación, Manuel Rubio y sus tres hermanos, más una tía suya. «La ayuda de este núcleo familiar, que nos permite reducir gastos, el conocer bien al cliente y aprovisionarse solo de lo necesario es la clave del sustento de nuestra empresa», admite Manuel Rubio. Cuando se fundó el negocio era de venta de tejidos y luego pasó a ropa confeccionada, como la que venden ahora. En diciembre del 2018 «se prejubiló el último empleado que empezó de aprendiz con mi abuelo» y ahora solo lo lleva la familia. «Nuestra zona tiene un tránsito de clientes importante, vienen muchos de otros barrios», e incluso de otras provincias, dice Manuel Rubio, pero la crisis del covid les ha anulado comuniones y bodas que tenían previsto. Ahora se plantean dar el salto a la venta on line.