El comercio y la hostelería de Córdoba cerraron este miércoles puntualmente a las seis de la tarde tras una jornada de adaptación un tanto caótica, con tiendas y bares abiertos de diez a seis, otras con horario partido o sin reapertura después del mediodía por la dificultad de atraer a los clientes a destiempo. Cuatro horas antes del toque de queda, según lo previsto y de forma disciplinada, tiendas, bares y restaurantes echaron el cerrojo.

Ellos bajaron la persiana a las seis, pero las calles de la ciudad no se vaciaron hasta las diez. Justo cuando se apagaban las luces de los establecimientos, las puertas de muchas casas se abrieron dejando salir a deportistas de media tarde, adolescentes y jóvenes dispuestos a adelantar su encuentro nocturno, amas y amos de casa queriendo hacer la compra, visitar a la familia o abuelos para ir a la farmacia. Cualquier pretexto fue bueno para apurar en la calle antes de autoconfinarse.

Mientras los supermercados se llenaban, un grupo de comerciantes del Centro se daba cita de forma espontánea en Las Tendillas para mostrar su rechazo a las medidas anticovid, que les «asfixian»: «Si hay que cerrar porque está en juego la salud pública, tendremos que hacerlo, pero todos, ¿si no, de qué sirve?, no nos parece justo que se obligue al pequeño comercio y a la hostelería a cerrar a las 18.00 horas mientras se dejan cuatro horas libres hasta el toque de queda para dar paseítos».

¿Primera necesidad?

Además, se quejaron de que «hay establecimientos y grandes superficies donde se venden productos que no son de primera necesidad, desde chucherías a helados, ferretería, zapatos, ropa y hasta almohadas, mientras a nosotros no nos dejan, siendo nuestras tiendas más seguras». Comercio Córdoba se sumaba poco después a la denuncia de estas prácticas que calificó de «competencia desleal».

Según la norma de la Junta, en un comercio multiproductos «hay que precintar las zonas donde se ofertan bienes no declarados de primera necesidad» a partir de las 18 horas, algo que ayer no se estaba haciendo en superficies abiertas hasta las 22 horas. Según indicaba su presidente, Rafael Bados, «se está produciendo una ola de indignación entre los empresarios del sector ante estas prácticas», por lo que pidió a las administraciones competentes «que actúen». Asimismo, informó de que «desde Comercio Córdoba se denunciarán ante la Delegación del Gobierno de la Junta y la Subdelegación del Gobierno central».

En la protesta de Las Tendillas, los presentes, que portaban unos folios destacando su situación «agonizante», señalaron al Gobierno central como «el único responsable de la situación», por «no asumir su responsabilidad y gestionar la crisis sanitaria». En esta segunda ola, «han dejado las decisiones en manos de las comunidades autónomas y no nos confinan pese a que la situación es más grave que en marzo, no porque no sea necesario, sino porque eso supondría el cese de actividad para miles de autónomos y tendrían que ofrecer ayudas, pero al mismo tiempo impiden que, en este caso, la Junta de Andalucía tenga potestad para adelantar el toque de queda a las seis, con lo cual las medidas de restricción de movilidad no van a ser efectivas», plantearon indignados.

Para los comerciantes y hosteleros de la zona, el futuro es muy incierto después de tres meses de cierre absoluto y otros seis al menos con ventas cayendo en picado. Según el presidente de Centro Córdoba, Manuel Blasco, «la situación es crítica». Según sus estimaciones, entre un 15% y un 20% de los comercios de barrio «acabarán cerrando si no se toman medidas». En su opinión, el problema es que «se está fomentando el miedo, que no trae nada bueno, en lugar de educar a la gente para que sea prudente, cumpla las normas de seguridad y se proteja». Blasco recordó que en el último trimestre se ha disparado el ahorro porque «la gente no consume, y no lo hace en gran medida por el miedo que se le está inculcando», lo cual «tendrá consecuencias catastróficas para muchos sectores».

El portavoz del comercio del Centro cree que en la actual coyuntura «hace falta imponer medidas sancionadoras a quien incumpla y ofrecer información real porque esto va para largo, en lugar de mentir a la ciudadanía y crear falsas expectativas con vacunas que habrá que ver cuándo llegan». Blasco insistió en que «también hay que concienciar a los ciudadanos para que sean responsables y solidarios, para que vayan al comercio cercano, que es lo que genera economía y puestos de trabajo en la ciudad, y no a las grandes plataformas como Amazon».

En la zona del Zoco, Miguel Bonilla, propietario de una tienda de ropa de caballero, cree que las medidas son injustas y suponen un agravio comparativo. «Los pequeños comercios hemos adoptado desde el primer momento todas las medidas de seguridad y además somos más seguros porque tenemos la posibilidad de ventilar nuestros establecimientos de forma natural y la gente entra sin que se produzcan aglomeraciones, pero se nos mete en el mismo saco que a las grandes superficies en lugar de escalonar las medidas en función de las características de cada negocio».

El presidente del centro comercial abierto La Viñuela coincide con esta crítica. «El comercio de cercanía es mucho más seguro para ir de compras que una gran superficie o un centro comercial, pero imponen las mismas restricciones a unos y a otros». A las seis, mientras las tiendas de ropa de Jesús Rescatado echaban la llave, las perfumerías, las ópticas, supermercados y tiendas de alimentación seguían abiertas al público, creando una estampa de lo más extraña.

Calvo cree que la situación a la que se enfrentan los autónomos de la zona es desoladora. «No hay más que darse una vuelta, hace un año había un 90% de ocupación de locales y ahora estamos en un 65%», explicó, «uno de cada cuatro comercios no abrió después de mayo y nos tememos que muchos otros vayan a aguantar hasta Navidad abiertos para ver si sacan estock y venden algo y luego tengan que cerrar porque no les dé ni siquiera para cubrir gastos».

Aunque la hostelería y el comercio se encuentran en este momento tocados por todo lo que ha traído consigo la pandemia, la situación del comercio de cercanía es especialmente delicada, ya que arrastra años de incertidumbre y de crisis. Primero, por la liberalización de los alquileres, que subió los costes obligando a mudarse o a cerrar. Luego, por la irrupción del comercio electrónico y la caída progresiva de las ventas ante la competencia de las grandes plataformas, que les obligó además a invertir en la modernización para no quedarse en la estacada. Por último, el covid-19 ha acabado por agravar la situación de un enfermo, el comercio de cercanía, que, según Lidia, propietaria de Dulsi, una tienda de ropa situada en Manuel de Sandoval, está «en coma reversible». Ella decidió quedarse con el negocio que ahora regenta a principios de marzo, justo antes de que se impusiera el estado de alarma y el confinamiento, por lo que retrasó sus planes de apertura. «Me incorporé a las ventas el 11 de mayo, en la desescalada», pero sé lo que se facturaba aquí antes de la pandemia y en este momento estoy vendiendo un 20% de lo que había antes, pero no he recibido ninguna ayuda porque, como antes la tienda no era mía y no puedo demostrar la caída de los ingresos, no tengo derecho a nada». Preocupada por la situación, cree que falta mano dura en las decisiones. «Si hace falta poner multas o hasta sacar al Ejército a la calle para evitar reuniones que pongan en peligro la salud pública, habría que hacerlo en lugar de esta muerte lenta de tantos sectores», señala convencida.

Si ella abrió en plena desescalada, hay otros que lo han hecho en plena segunda ola de contagios. Es el caso de Plumeti, una tienda de ropa de la calleja de Barqueros, junto a la plaza de San Miguel, que inauguró el viernes pasado. «Montamos la tienda en un mes y no sabíamos lo que iba a pasar, ha sido un poco atrevido, pero ha habido buena respuesta también en redes sociales y quiero pensar que esto pasará», explica Ara Martín, la joven responsable del comercio. Su entusiasmo permite pensar que hay esperanza para el comercio si entre todos, la curva de contagios se doblega. Crucemos los dedos.