Sonaban las campanas de San Nicolás llamando a misa y el pasacalles empezó su marcha. Aún dormía la generación más joven, acostumbrada a despedir a Don Carnal de madrugada, cuando miles de niños, padres y abuelos hacían bullir con energía renovada la fiesta en el centro de Córdoba. «Venimos de la asociación Sembrando Sonrisas porque nos encanta el Carnaval y porque queremos hacer visible la discapacidad». Son Pepi y mamá Rosa, de 58 y 77 años respectivamente, disfrazadas a toda flor para la ocasión a bordo de sus respectivos mecanismos de transporte urbano: «Esto no nos lo perdemos por nada del mundo». Es lo que tiene el Carnaval, que crea adicción y que no entiende de edades. Lo saben bien los asiduos, que repiten año tras año siempre sorprendiendo con sus disfraces. Como Isidro Molina y Mati Fernández, un matrimonio que se paseó por el desfile con un mensaje de igualdad, él vestido de médico amo de casa y ella vestida de mujer pirata: «Es por el 8 de marzo, para romper moldes». En su opinión, el Carnaval es «una fiesta terapéutica, en la que se te olvida la pastilla porque te ríes, que es lo que hace falta hoy en día, reírse más». Rafa el nervios también rompió el molde vestido de enfermera aunque habría que hacer una encuesta en el colectivo a ver si el disfraz les hace gracia o no.

BATUCADA // A la hora convenida, la percusión empezó a sonar a todo volumen mientras enfilaba camino de Las Tendillas la agrupación Moracantana, venidos desde Badajoz, un despliegue de plumas y danza sincronizada de alto estánding, que compitió en calidad con los Danzarines Emeritenses, una formación de Mérida, donde ellas bailan y ellos (por goleada) tocan los instrumentos. Una vez más, los invitados elevaron el listón bien alto, haciendo las delicias de los cordobeses, que disfrutaron de lo lindo con el espectáculo. Tampoco defraudaron los cordobeses de la batucada Salmorejo, caracterizados como africanos, que se sumaron a una jornada luminosa marcando el ritmo del carnaval. «Yo no sé cómo aguantan dale que te pego al tambor, eso tiene que doler», escuché a una señora preocupada por el aguante de los brazos de los percusionistas.

Mientras el pasacalles avanzaba, en la calle fluía el buen rollo. Centenares de familias salieron a la calle disfrazadas para la ocasión, con los carritos de bebé en ristre, un hándicap que obligó a muchos a perderse el desfile o a hacer turnos para colarse a primera fila con los pequeños en los hombros. Y es que, hoy por hoy, son los niños quienes más disfrutan del pasacalles carnavalero. «A mi hija le encanta, sabe que se disfraza y más de un año acabamos todos vestidos», aseguró una madre joven, rodeada de amigos vestidos de payasos, animales y caperucitas rojas. No en vano, durante unas horas, los niños se desenganchan del móvil/tablet/artefacto tecnológico e interactúan con otros congéneres. Y los padres también. «Nosotros tampoco lo pasamos mal», confesaron, «es el mejor pretexto para juntarnos y hacer el ganso». Entre los seguidores de la fiesta, se pudo ver a mucha gente disfrazada de la Pink Running, con camiseta rosa y negra y culotes, intentando convencer al resto, cerveza en mano, que acababan de llegar de correr cinco kilómetros.

Y es que para disfrazarse solo hace falta querer. Por más que haya quien se deje el sueldo en el disfraz, ultracosteado de marca, con todo tipo de complementos y accesorios, hay quien suple todo con éxito valiéndose solo de grandes dosis de creatividad. Cada año, muchos de los disfraces más cutres, los más minimalistas, acaban siendo los más graciosos. Como la pareja de novios mujer-mujer que cada año recorre el desfile o El Pespuntes, cuyo mayor gasto este año ha sido el rotulador del cartelito que llevaba pegado en el pecho. Es lo que tiene el arte, que se impone a todo lo demás.

La fiesta desembocó a eso de las dos en La Corredera, que se llenó hasta la bandera en tarde agradable y soleada, en la que todo invitaba a olvidarse de volver a casa para comer. «Me he traído los bocadillos», explicó María Dolores, rodeada de amigos, «y mi bolso es como el bolsillo de Doraemon, llevo de todo para nosotros y para los niños, así no hay prisa y el único gasto es la cerveza». La gente sabe lo que se hace.

DIOS MOMO // Una hora después, a eso de las tres, el Dios Momo perecía en la candela en una quema controlada sin incidentes que puso el colofón al carnaval de Córdoba 2019. «No te voy a negar que me da pena, pero lo bueno siempre se hace corto, ahora toca esperar al año que viene», explicó Manuel, miembro de una de las agrupaciones participantes.

Acaba así un carnaval sin peros. Según el presidente de la Asociación Carnavalesca, Alfonso González, «no nos podemos quejar, ha habido récord de participación, nos ha hecho un tiempo estupendo, no ha habido incidentes, ha venido más público que otros años al teatro y la gente se ha volcado también en el carnaval de calle y en la cita con los mayores, que estuvo genial. Por no haber peros, no ha habido ni botellón, que aunque no tenga nada que ver con nosotros, siempre acaba perjudicando a la imagen de la fiesta». Cita redonda, pues. Ahora empieza la Cuaresma y toca trabajar para la siguiente. «Y para el festival de primavera, la próxima cita es el 10 de mayo en la Axerquía, estará lo mejor de Cádiz y de Córdoba». Advertidos están.