Mientras la agenda institucional está en otra cosa, y la economía sigue ensanchando la brecha que la separa de la política -al menos en el corto plazo, que ya veremos a medio y largo-, varias voces autorizadas han empezado a advertir sobre la caída de la productividad. Un asunto preocupante. Mucho más de lo que parece.

Así es. La productividad de la economía española ha cedido un 10,5 por ciento en los últimos 24 años, desde 1995, mientras que la UE ha registrado un crecimiento del 4,5 por ciento.

La educación y la I+D +i son las dos variables más importantes para la productividad de un país, precisamente dos de los sectores de actividad donde la inversión en España es tradicionalmente menor que en Europa. Y no parece que la cosa vaya a cambiar.

En tiempos como los que vienen para el empleo, donde la mano de obra intensiva es un recuerdo del pasado, y donde la revolución tecnológica tiene en la Educación y la I+D+i, dos de sus principales fuentes, obviar realidades como estas, la de una baja productividad y sus consecuencias es bastante desolador.

Pero ahí están los datos y ahí está la agenda diaria: dedicada a un interminable proceso electoral.