En los 7,3 kilómetros del anillo completo de carril bici del casco histórico de Córdoba, completado esta semana con la apertura del tramo de la Ronda del Marrubial, se llegan a mezclar dos sensaciones: por momentos, uno piensa que no va a soltar más la bici, que definitivamente deja el coche porque desplazarse así es una delicia; sin embargo, 300 metros más adelante quieres estampar la bici. Empecemos por lo bueno.

Torre de la Malmuerta. Carril recién pintado, firme perfecto, supresión de bordillos, indicaciones a lo largo de todo el carril, la gente respeta, da gusto pasear, cuesta abajo, casi va sola la bici, por fin una avenida hostil, Ollerías, se convierte en una autovía para ciclistas. El idilio continúa por la Ronda del Marrubial, un buen ejemplo de cómo integrar sin estridencias un carril moderno con una muralla antigua. El Marrubial también era un infierno para las bicicletas, por el tráfico y por los adoquines, y ahora merece la pena ir hacia allá aunque solo sea por el placer de atravesarlo con tanta comodidad.

Lamentablemente, el placer acaba. Nada más entrar en la avenida de Barcelona ese idilio mantenido desde la plaza de Colón desaparece porque el carril se confunde con la acera y apenas se distingue, algo que genera confusión entre los paseantes, que cruzan por él sin intuir que las bicis van y vienen.

La avenida de Libia es otro de esos lugares por los que antes era un infierno ir en bici. La primera vez que uno la atraviesa respira aliviado y se pregunta cómo ha sido posible mantener en aquel estado una arteria tan importante.

Entre lo nuevo y lo viejo hay un salto demasiado grande. En la margen derecha del río comienza una pequeña montaña rusa, ya que prácticamente no hay un solo metro sin baches. El carril está muy deteriorado, aunque al menos su señalización es buena y la gente no lo invade.

El paso por la Puerta del Puente es un lujo y está muy bien resuelto, aunque las flechas en el suelo apenas son perceptibles, lo que impide que los turistas reconozcan que ahí hay un carril bici. Unos metros más adelante piensas que la ciudad sí apuesta por una movilidad sostenible, cuando el carril para las bicicletas y para los peatones ocupa casi más que el de los vehículos a motor.

Por desgracia, esta percepción desaparece al instante, al llegar al cruce del puente de San Rafael, lugar en el que se da la paradoja de que para seguir en la misma dirección, hacia Conde de Vallellano, hay que realizar cuatro cruces. Para colmo, empieza la parte más desastrosa del cinturón, que alcanza su máxima depresión enfrente del cementerio de la Salud, plagado de baches y bordillos, con cruces sin pintar y escolares atravesándolo. Parece que alguien se ha dado cuenta de que esto no es un carril bici y un poco más arriba las máquinas ya han empezado a paliarlo.

Cerramos el cinturón subiendo por la Victoria. Cuidado, porque, si no se lleva una bici de montaña, será complicado saltar el bordillo del cruce de la Trinidad, donde el carril cambia de acera y casi se pierde más adelante, entre los puestos callejeros. Cero visibilidad. O se conoce el recorrido, o creerá que el carril bici ha llegado al final. Por último, en la avenida Cervantes uno se replantea si merece la pena coger la bici. 24 minutos y 27 segundos es el tiempo empleado en completar el cinturón de Córdoba. Y esta rapidez, unido a cierta concienciación medioambiental, al ahorro económico, a la facilidad de aparcamiento y a la mejora de tu estado físico, pesa mucho más que cualquier bache, bordillo o inconexión del carril bici de una ciudad que no debería evaluarse solo por el número de kilómetros, sino por la calidad de estos y, especialmente, por la red que formen. Pero eso lo dejamos para otro día.