Llegó un día de mayo y aún no se ha movido. Son las 10 de la mañana y Alexandra ocupa su puesto como cada día, en la esquina del antiguo bar Yolanda, en la avenida de Cádiz. Ese rincón se ha convertido en su hogar desde hace cinco meses. Apenas habla. Debe tener unos 30-35 años, tiene ojos azules y exhibe una mirada a veces triste, a veces desafiante y otras veces alterada. Es de origen polaco y si se le pregunta algo no se inmuta, ni siquiera intenta responder en su idioma, calla y mira hacia otro lado. Un día incierto del pasado mes de mayo se sentó en su pequeño banquito de madera y desde entonces no se ha movido de allí, salvo para dormir en un rincón de la calle de atrás, donde almacena sus trastos y se recuesta cada noche. Su historia es un misterio en el Sector Sur. Nadie sabe quién es ni por qué está allí. Todo el mundo la conoce de vista o de oídas como la chica del bar Yolanda porque pasa los días enteros sentada, llueve, truene o haga calor, sin comunicarse con nadie, más allá de una sonrisa esporádica o un fruncido de cejas malhumorado.

En la peluquería de al lado creen que es «rusa por su aspecto y por cómo suena lo que dice cuando se enfada». Aunque la mayor parte del día está callada, mientras va y viene en busca de cigarrillos o se acerca al supermercado de al lado para comprar un café con las monedas que le dan, de esos que se calientan cuando lo agitas. Hay momentos en los que dicen que se vuelve loca. «Es como si tuviera brotes o algo así», explica el peluquero, que muestra un vídeo de un día en que se acercó a él gritando en un idioma ininteligible con la falda levantada y «orinándose encima».

A su lado, un hombre mayor mira hacia abajo y dice: «Es evidente que no está muy bien, es una pena que una persona así esté tirada en la calle». Más de uno le acerca comida cuando viene del súper. No la han visto beber alcohol, solo agua, aunque hay quien dice que a veces «se fuma algún porrillo». En uno de los bares cercanos comentan que le tienen miedo porque la han visto insultar a los niños y escupirles sin motivo y que un día se les coló en la trastienda. «Tiene arrebatos y entonces se pone a chillar, debe tener alguna enfermedad mental y sin venir a cuento se pone a maldecir en su idioma», relatan.

El área de Servicios Sociales del Ayuntamiento confirma que es de origen polaco y que está censada por la unidad de calle, encargada de atender a las personas sin hogar. «No es receptiva a la ayuda, de vez en cuando acepta algo de comida o de ropa, poco más». Al tratarse de una mujer joven, le han ofrecido ir a la casa de acogida para evitar que pueda sufrir cualquier tipo de problema, pero se niega. Aunque están convencidos de que entiende el español y el inglés, «cuando se le propone que se vaya a otro sitio levanta la barrera lingüística y hace como que no comprende lo que le dicen».

Algunos vecinos dicen haber llamado alguna vez a la Policía «por si fuera una persona desaparecida», pero parece que no es el caso. «Queremos que la ayuden, se acerca el invierno y es una lástima verla ahí, pero nos dicen que no se puede hacer nada». En casos como este, en el que muchos sospechan que existe una enfermedad mental detrás, no se puede hacer nada sin la colaboración del afectado, máxime si se trata de una persona pacífica. Estar en la calle no es ningún delito y ser pobre más bien es una desgracia, aunque en este caso, ni siquiera es posible saber si Alexandra procede de una familia con recursos económicos o no, ni siquiera si tiene familia o está sola en el mundo. La única fórmula legal para contradecir la voluntad de una persona en estos casos, y siempre que se den ciertos supuestos, es la incapacitación, un proceso judicial que solo pueden solicitar sus familiares o la fiscalía y que aún así no es fácil que llegue a buen puerto. El de Alexandra no es el primer caso ni el único en Córdoba de persona con aparente enfermedad mental que vive en la calle y se niega a recibir ayuda. Lo que aún no existe en Córdoba son profesionales de psiquiatría incorporados a la unidad de calle de Servicios Sociales, una demanda de la Red Cohabita que la concejala del ramo, Eva Timoteo, ha asegurado que ya ha trasladado a la Consejería de Salud para que lo estudie.

Una sola persona parece poder comunicarse con Alexandra. Es José Manuel, un vecino de la avenida de Granada que acude a diario en su silla de ruedas para verla y comprobar que está bien. Es él quien asegura que ella le ha dicho su nombre, Alexandra. Él cree que entiende el español, pero lo que sabe es gracias a un amigo camionero que habla alemán y fue un día a hacer de intérprete. «Yo estoy dispuesto a acogerla en casa, tengo varias habitaciones», explica, «pero se lo he dicho y no quiere, quizás le da miedo aunque para mí sería mucho peor dormir en la calle, pero quién sabe lo que le pasa por la cabeza o los motivos por los que ha acabado en la calle». José Manuel es de origen vasco, un camionero que sufrió un grave accidente hace años y quedó incapacitado para trabajar. Decidió venirse a Córdoba con su madre, ya fallecida, y ahora vive solo.

En el barrio hay quien cree que está así porque en el pasado sufrió un trauma del que no se ha recuperado. «Tiene un muñeco bebé, a veces lo saca y lo coge y lo mira como si fuera un niño de verdad», explica un joven de la zona, «dicen que perdió un hijo o una hija y que por eso está así ahora». Otro vecino confirma el rumor. «Sí, hay quien dice que todo lo que le pasa es porque ha perdido a un niño, pero quién sabe si es verdad si no habla».