Era el año 2000 cuando llegaron a mis manos, por una maravillosa casualidad, dos cintas de Los yesterday, de Juan Carlos Aragón, y Los templarios, de Antonio Martínez Ares. Con solo 16 años, estaba descubriendo qué era el Carnaval de la mano de los dos mejores autores gaditanos de la historia. Tras empaparme de sus agrupaciones y descubrir a otros muchos, con el paso del tiempo comprendí que no solo se trataba de una fiesta de máscaras, sino un instrumento de defensa del pueblo contra el poder establecido, de denuncia social, de formación de conciencia crítica y, por supuesto, una manera de hacer reír usando el doble sentido y el ingenio. Eran de Cádiz, sí, pero hablaban con contundencia de una Andalucía sumida en la pobreza cultural, de los atentados de ETA, del paro o de la violencia de género, entre tantos otros temas que cualquiera podría trasladar a su imaginario social.

En el Concurso del Carnaval de CórdobaConcurso del Carnaval de Córdoba de este año, hemos estado muy faltos de todo esto. Las agrupaciones de Córdoba, lógicamente, se han acordado en sus letras de Miguel Amate, el poeta más importante de nuestra fiesta, el que levantó de sus butacas al público del Falla en varias ocasiones. Pero, homenajes imprescindibles aparte, se echan en falta pasodobles de denuncia en una ciudad con una tasa de paro que espanta y con barrios que son una vergüenza a nivel nacional. Los responsables políticos ni siquiera se hubieran despeinado de haber estado en el palco de autoridades, porque nadie ha alzado la voz contra ellos hasta el momento. «La voz de los carnavaleros, cuando llega febrero, ya no hace temblar, ya hasta les aplaude el tirano», decía el recientemente fallecido Aragón. Pero es que los propios carnavaleros tienen dificultades para encontrar apoyos y tampoco hemos escuchado una letra con la contundencia precisa para tal agravio. Ha tenido que venir una agrupación de San Fernando de Henares para decirlo, sonrojándonos a todos. Esa debe ser la labor principal de las comparsas; en la otra, la de emocionar con los versos, sí que se han centrado los autores con empeño y buen resultado.

Pero, si en las comparsas los aficionados hemos estado huérfanos de letras críticas, en las chirigotas hemos estado sobrados de finales soeces y hasta machistas, con palabras que no puedo reproducir aquí pero que todos pueden imaginarse porque, lamentablemente, sigue haciendo gracia acabar un cuplé con el miembro viril en cualquiera de sus denominaciones. Y, voy más allá, porque hemos tenido que soportar dos actuaciones (sí, el jurado la pasó a semifinales) de una agrupación que en su repertorio habla alegremente, nunca mejor dicho, de los porros, la marihuana o el cannabis. Nadie se va a escandalizar por ello, estamos en Carnaval y casi todo se acepta, pero es incomprensible que estuvieran en el escenario (ellos y al menos otras tres chirigotas más) mientras el Pelos o el Villa lo veían desde casa. Ojalá que no se rindan, porque los necesitamos cada vez más. Igual que necesitamos a la chirigota de San Lorenzo, al Vacas, a la Coski, al Cristo, y a todos los que en algún momento perdieron la ilusión por cantarle a su ciudad en un Carnaval que los echa de menos. Volved como ha hecho Rafa Cámaras y subíos al carro de Cañete, Barrera o Losada.

Es una pena que en las semifinales alguna agrupación haya cantado con alrededor de 40 personas en el teatro, y que haya público que entre a ver cantar a los suyos y se marche sin más al terminar la actuación, convirtiendo las funciones en ensayos generales. Con estas actitudes, conseguiremos que el concurso acabe celebrándose en el Osio y se empequeñezca cada vez más. No tenemos la Caleta, ni la Viña, ni al Noly ni a Martínez Ares, pero sí un Gran Teatro de lujo, una ciudad y una provincia impresionantes a las que cantarle, muchos problemas que denunciar y también autores más que capaces de hacerlo. Tampoco nos falta ingenio, no tengamos complejo.

Y, por último, dejemos a los periodistas opinar con el criterio que da el escuchar todo el concurso, desde la presentación hasta el popurrí, de cada uno de los que se suben a las tablas. Queremos que los autores nos levanten de la silla, que nos dé un vuelco el corazón o que no podamos contener la risa. Somos parte de la fiesta y nuestra única intención es conseguir un Carnaval mejor, no relatando asépticamente lo que cantan los grupos, sino describiendo también los sentimientos que nos producen, para bien o para mal. Las coplas de Carnaval están hechas para ser cantadas y en un papel solo es posible describir las emociones para que los lectores que no conozcan lo que es un pasodoble o un cuplé se interesen por buscarlo en cualquiera de los muchos medios de los que disponemos hoy en día. Solo así tendremos una fiesta grande, digna y realmente libre.