LUGAR DE NACIMIENTO: PUERTOLLANO (CIUDAD REAL), EN 1930.

TRAYECTORIA: DE LA ORDEN DE PREDICADORES, LLEGA A CÓRDOBA EN 1953. DESDE 1956 ESTA AL FRENTE DE LAS HERMANDADES DEL TRABAJO, DE LAS QUE FUE CONSILIARIO NACIONAL. FUE PRIOR DE LA COMUNIDAD CORDOBESA DE DOMINICOS.

Es alto, corpulento y, en sus mejores años, cuando se paseaba por media España repartiendo prédicas entre los obreros que soñaban con tener algún día un Seiscientos , debió de imponer lo suyo al auditorio. Hoy Carlos Romero, 55 años después de haber puesto en marcha las Hermandades del Trabajo en Córdoba, ha perdido buena parte de esa fiereza tierna con que envolvía sus actos y sus palabras, pero sigue siendo el hombre claro y contundente que siempre fue.

La evolución de la sociedad, que ya no precisa de aquel invento nacido al calor de la Iglesia como instrumento de promoción laboral y justicia, ha hecho languidecer a aquellas Hermandades que en los años sesenta ofrecieron respaldo y hasta diversión a muchas familias modestas. Y con ellas, parece como si también se hubiera desinflado el ánimo del padre Carlos, quien después de haber superado un buen susto de salud se ha llevado el disgusto de ver sus once álbumes de fotos "hechos caldo negro" por culpa de una gotera. Por suerte, le queda la memoria. Y ganas de recordar los viejos tiempos.

--Se creía nacido para predicar por el mundo y lleva toda la vida metido en un despacho. Se ve que el hombre propone y Dios dispone...

--Bueno, pues sí. Para mí fue una tremenda frustración desde el punto de vista vocacional y dominicano que Fray Albino me indujera a tenerme que encargar de este movimiento que por otra parte ha sido mi vida, mi pena y mi gloria.

--¿Por qué se hizo dominico?

--Yo creo que fue una cosa providencial. Cuando empezaron a hacer mis hermanos mayores (yo soy el más chico de cinco) la Primera Comunión al cura se le ocurrió decir a las madres que les hicieran un hábito religioso, y a mi madre le tocó el dominico. Esto pasó antes de la guerra, y mi madre, que era una santa, a pesar de todas las tragedias que pasó (le desapareció el marido, la echaron del pueblo, tuvo que salir en un camión con los muebles y los cinco niños...) guardó toda la guerra los hábitos de mi hermano y mi hermana. Total, que al acabar la guerra yo también hice la comunión con ese hábito, y entre eso y que un hermano mío, ya muerto, ingresó en la orden aunque no llegó a cantar misa, yo lo seguí y aquí estoy todavía.

--Antes de venir aquí había predicado por muchos sitios. ¿Cómo recuerda aquella época?

--Sí, me ha gustado predicar. En cambio la enseñanza no me llamó nunca la atención. No me ha gustado ser teórico aunque procuro dar ideas a lo que digo. Estuve a punto de ser asignado a la Universidad Laboral cuando se abrió pero me acerqué a mi buen amigo Fray Albino y le dije: "Señor obispo, que me quieren encerrar aquí". Habló con el provincial y me dejaron en el convento de San Agustín, que ha sido mi casa todos estos años.

--¿De dónde venía su amistad con Fray Albino, que creo que lo llamaba su "nieto"?

--Le debí gustar como predicador, no sé. Hasta el punto de que, cuando las misiones de Córdoba que dimos en el año 54, él se empeñó en que yo tenía que ir a predicar a la iglesia del Campo de la Verdad, que por cierto se nos quedó chica y terminamos en el campo de fútbol de San Eulogio. Con 24 años me mandó a dar ejercicios espirituales a San Antonio, con el cabildo en pleno y la plana mayor de los curas de la diócesis, y yo un pipiolillo ocho días allí diciéndoles cosas. El se fio de mí.

--A Fray Albino se le menciona como un obispo de tintes legendarios, por su papel en la construcción de las casas de Cañero y el Campo de la Verdad. ¿Usted cómo lo recuerda?

--Siempre se dijo que, como buen predicador, se había ganado la mitra en los púlpitos. Era un hombre muy preparado, tenía varios doctorados y había estudiado en el extranjero. Fue predicador general y maestro en Sagrada Teología, los dos títulos principales de la orden dominicana. Quiero decir que la faceta social y populista no estaba reñida con su categoría intelectual.

--¿Usted participó en levantar esos barrios?

--No, cuando yo llegué a Córdoba el Campo de la Verdad ya existía. Lo que pasa es que allí me encontré recién hecho párroco a Antonio Gómez Aguilar y nos hicimos muy amigos, y en cuanto tenía algo que hacer allí me llamaba. Siempre me gastó la broma de que yo le había dado la alternativa como predicador, y es que cuando las misiones, con esas chalauras que hacíamos entonces, se subió conmigo en un camión con unos altavoces y recorrimos todo el barrio predicando el Vía Crucis.

-¿Con todos los obispos se ha llevado tan bien?

-Con los que me he llevado, me he llevado bien. Quiero decir que con los últimos no me he llevado. Al morir Fray Albino en el 59 estuvo don Juan Jurado de vicario capitular hasta la llegada de Fernández Conde y nos estimamos mutuamente. Con Fernández-Conde, que era paisano mío de Puertollano, tuve una relación muy especial, hasta me atrevía a discutir con él. A mí me ha gustado siempre discutir. La relación de Carlos Romero con Fernández-Conde se remontaba al mismo día de su toma de posesión en Roma, en la que el nuevo obispo estuvo rodeado de todas las autoridades cordobesas.

Así lo recuerda al detalle el sacerdote: “Un avión fletaron. Yo sospecho que aquello se debió a que fue uno de los pocos obispos que el Papa nombró sin terna, y el asistir a su consagración era una demostración de que no había ningún resquemor por parte de Franco, ni del Gobierno ni de nadie -dice-. De modo que todos los gerifaltes, que eran prohombres de los Cursillos de Cristiandad, viajaron en ese avión. Y también lo hicimos gente más normal como Celia Sánchez, una telefonista que era presidenta de las Juventudes de Acción Católica, el fotógrafo Ricardo y yo. Nosotros pagando, ¿eh? Porque el avión era para las autoridades. Total, que Juan XXIII recibe en audiencia al grupo y a Ricardo le quitan las máquinas porque no se podía hacer fotos en el Vaticano. Se tiraron para él como leones, pero ya había hecho algunas y me pasó a mí los carretes. Yo me vine antes y al día siguiente aparecieron las fotos en el CÓRDOBA”.

-Hablemos de las Hermandades. ¿Cómo lo ‘ficharon’ para montarlas y dirigirlas?

-Fue en abril del 56. En plena siesta me viene la cocinera del convento diciendo que me busca el señor obispo. Bajo y me veo a Fray Albino con cuatro hombrazos en mono azul. “¿Qué pasa?”. “No, mira, estos son los directivos de la Hermandad Ferroviaria, que han ido a pedirme un consiliario porque se han quedado sin el que tenían (era un jesuita al que llamaban el padre Carbonilla) y les he dicho que tú lo sustituirás”. Dijo que se iba a dar un paseo y me dejó con ellos. La cosa no me entusiasmó demasiado, yo a lo que estaba acostumbrado era a preparar las visitas canónicas al obispo, ir delante de él predicando de pueblo en pueblo. Pero aquel año y el anterior había ido yo a dar las conferencias cuaresmales, que era lo mío, a la Hermandad del Instituto Nacional de Previsión (INP), hoy Seguridad Social, y allí entré en contacto con un grupo de gente que ya había oído hablar de las Hermandades del Trabajo. Los Estatutos de éstas exigían para hacer un centro local tres hermandades, y se creó la de Telefónica y más tarde la de Banca. Y así fue como yo, que me había resistido todo lo posible a dejar las predicaciones (ten en cuenta que contribuía a los gastos del convento, mientras que si las dejaba era una boca más a alimentar) el 25 de enero de 1957 fui nombrado consiliario de las Hermandades, creándose su consejo diocesano. Y hasta hoy. Al año eran ya casi una decena las hermandades afiliadas y unos 1.500 miembros. “Un día fuimos a dar una charla a la Renfe y uno de los que vino conmigo, Antonio Zurita de Julián, del INP, cuando le tocó hablar se presentó diciendo: ‘Yo soy hijo de Antonio Zurita, el que mató don Bruno...”. Y aquello causó impresión, porque la gente vio que no había que separar Iglesia del sentido social y más o menos izquierdoso”. Y como la razón de ser del proyecto era dignificar a la clase obrera a través de la lucha por la justicia, la formación laboral y el disfrute del ocio y eso requería una sede, “nos vimos obligados a buscar dinero”.

-Y así cayeron en que una tómbola benéfica podía sacarlos de apuros, ¿no?

-Vinieron los de Madrid, que llevaban diez años funcionando, a explicarnos cómo se montaba una tómbola diocesana, porque la suya tenía un exitazo, hasta el punto de que habían hecho más de 20.000 viviendas con lo que sacaban de aquello. La tómbola se nos dio tan bien que pudimos comprar una casa en la calle Horno del Cristo, donde estuvimos desde el 58 hasta el 70 que nos mudamos a ésta de la calle Rodríguez Sánchez. Esto fue casi milagroso, se pagó muy pronto. Luego nos metimos en la residencia del Muriano.

-También fue muy popular la venta de juguetes baratos en Navidad. ¿Cómo la recuerda?

-Buscamos hacer cosas que fueran sociales en cuanto a precios asequibles y que dejaran un duro. Se nos ocurrió montar un tingladillo en un patio chiquito que había en la sede de Horno del Cristo. Un año nos fuimos a la Feria del Juguete de Valencia y luego los vendíamos por debajo del precio de las tiendas. Eso llevó parejo hacer una fiesta de Reyes para nuestra gente que empezó muy modesta y acabó en el Gran Teatro. Eran años en que la gente estaba muy tiesa.

-Todo el mundo estaba tieso pero hay que ver lo que se divertían. Hábleme, por ejemplo, de la caseta que las Hermandades han venido montando en la Feria desde 1958.

-Y todavía estamos ahí, somos los más veteranos, sin fallar nunca. Esto surgió como todo lo nuestro, con amor y con espíritu. Allí no cobraba nadie. Una vez llegó Cirarda a la caseta y ofreció su ayuda. “¿Quiere usted freír huevos?” “Pues naturalmente que sí”. Y allá que se puso ante la sartén mientras por un altavoz alguien anunciaba que los huevos que se iban a comer los estaba friendo el obispo; la gente se choteaba, pero era verdad. Ahora se quiere otro tipo de Feria en la que no encajamos. La nuestra es una caseta familiar y barata. Cuando estaba en La Victoria nos dieron todo el terreno que necesitábamos, en el Arenal se nos achicó. Además está el problema de que ya somos mayores y nadie quiere atender la caseta sin cobrar. Ya nada es lo que era. Ahora lo que nos mantiene son los cursos de Formación Profesional.

-¿Hubieran sido distintas las cosas de haber mostrado las Hermandades mayor compromiso ideológico en la lucha por el trabajador?

-Siempre pretendimos ser obra de masas, cuanta más gente mejor. No podíamos marcar matices porque excluías a gente. Hay otras organizaciones de la Iglesia de carácter obrero que toman resoluciones concretas y van a manifestaciones; son muy influyentes, pero minoritarias. En aras de ese pluralismo, cuando llegó la Transición quisimos promover un sindicato no vinculado a ningún partido político, no las Hermandades sino afiliados nuestros, y de ahí surgió la CTI, que fue el germen del CSIC.

-Siendo asesor religioso de la organización sindical, viviría muy de cerca el tránsito de los sindicatos verticales a los que llegaron con la democracia.

-En esta casa se reunía clandestinamente Comisiones Obreras. Hubo una época en la que se perseguía a los curas por lo que predicaban, y lo mío en sindicatos fue consecuencia de eso. Recién venido a Córdoba me hicieron profesor de Religión de la Sección Femenina, concretamente de lo que se llamaba el Servicio Social. Me ponían a una señora vigilando lo que yo decía y una vez me llamó el gobernador civil Victoriano Barquero para acusarme de querer impartir doctrinas comunistas a las jóvenes. Me sentó tan mal que dimití, y mira por dónde salgo de allí y me encuentro con mi amigo Ángel García del Barrio, el delegado de Sindicatos, al que le cuento la historia para desahogarme y me ofrece ser asesor de Sindicatos. Hicimos todo lo que pudimos, siempre he tenido la teoría de que la revolución hay que hacerla desde dentro.

-¿Por qué se guarda tan mal recuerdo del sindicato vertical?

-Porque no era libre, era una afiliación obligada. Estaba impregnado de los principios del Movimiento y enfocado a paralizar a la gente. Los sindicatos verticales fueron uno de los núcleos que más se resistieron a la apertura. Luego llegó la democracia y vimos cosas con las que no estábamos de acuerdo. Yo he visto la obra aquí si no castigada al menos no amparada ni reconocida desde la política.

-Y eso que las Hermandades fueron cantera de muchos protagonistas de la Transición, gente que pasó primero al Juan XXIII y luego al PSOE y PCE.

-Mucha gente se ha atribuido la paternidad del Círculo Juan XXIII pero quien lo ideó fue Martín María de Arrezubieta, párroco de Santa Marina, al que me unía una enorme amistad. Y sí, de las Hermandades salieron muchos políticos; hemos tenido dos candidatos a alcaldes por el PSOE, Martínez Bjorkman y Zurita. Pero en cuanto se metían en política tenían que dejar el cargo apostólico.

-¿Tienen las Hermandades razón de ser hoy?

-La sociedad ha cambiado mucho, pero el mundo del trabajo sigue necesitando que alguien se esfuerce en acercarlo a Cristo. Eso se puede hacer por muchos caminos, y cada época tiene el suyo.