«Llevo en Acpacys desde que era una niña», «Adsam me ha dado la oportunidad de ser lo que soy», «en el comedor social trinitario encontré el apoyo que necesitaba para salir del infierno que vivía», «Autismo Córdoba nos da fuerza a los padres para seguir luchando», «tener Síndrome Down no me ha impedido cumplir mis sueños ni mis aficiones».

Córdoba Social Lab es una gran familia nacida en plena crisis por impulso de la Fundación Cajasur donde colaboran entidades sociales ligadas al mundo de la discapacidad, la salud o la inclusión con el objetivo de dar a conocer la labor que realizan y mejorar la respuesta a las necesidades sociales. Muchos cordobeses saben que hay personas que viven gracias al esfuerzo de colectivos sociales, pero no siempre son conscientes del papel que juegan hasta que sufren en primera persona un caso concreto. Ayer, en Las Tendillas, tuvieron la ocasión de practicar la empatía, escuchar sus historias de vida y calzar los zapatos de estas personas.

«Cuando tienes un hijo con una discapacidad, te cambia la vida», aseguraba ayer la madre de un joven con autismo que lleva trabajando más de veinte años por la inclusión de chicos como el suyo, que ya tiene 22 años. El sueño de los padres que tienen hijos con alguna discapacidad es conseguir que sean independientes y que puedan desarrollarse en condiciones de igualdad. «Cuando cumplen 21 años, el sistema educativo les expulsa, ya no hay nada más salvo las asociaciones, que están ahí para tender la mano y ofrecer la atención que van a requerir toda la vida».

Algunos consiguen un alto grado de independencia gracias al estímulo que reciben de las asociaciones. Es el caso de Manolo de Santa Cruz, cantaor flamenco y usuario de la asociación Síndrome Down. «Empecé a cantar en el colegio María Montessori hace diez años, me escucharon cantar y me trajeron a Córdoba a un logopeda y aquí estoy, con un disco que se llama La voluntad hecha voz», explica entusiasmado, «mis otras aficiones son el fútbol, mi trabajo en Clece y ser famoso». Manolo no se anda por las ramas, lo tiene claro.

Rocío López, de 27 años, es más tímida. Usuaria de Acopinb, ayer hizo de embajadora de su asociación proclamando lo que le aporta formar parte de ella. «Nos dedicamos a la agricultura ecológica y al medio ambiente, hacemos visitas a coles, salidas al Botánico, hacemos repartos», explica del tirón, «voy a Acopinb desde hace veinte años y allí tengo muchos amigos, me quieren mucho y me apoyan en todo». A su lado, bajo una sombrilla, se encuentra Carmen Recio, jugadora de la Selección Andaluza de Baloncesto adaptado. Se convirtió en usuaria de Acpacys con 18 meses, después de sufrir una meningitis que la llevó a tener que utilizar una silla de ruedas. «Llevo toda la vida en la asociación, allí me animaron a probar con el baloncesto y desde que lo hice no he dejado de jugar». Tras concluir sus estudios de Administración, busca trabajo. «Quiero opositar, de aquí a unos años me veo trabajando en lo mío».

Nino es de Pinos Puente (Granada), pero lleva 19 años en Córdoba. Salió de su pueblo enganchado a la droga, con una madre que le decía que se fuera, que no le quería y se puso a «pasar el moro» hasta que lo detuvieron. Su vida está ligada a la calle. «He dormido muchos años al raso, tapado por un plástico para no calarme los huesos». En el comedor social trinitario, según su testimonio, encontró gente que se preocupaba por los «sin techo como yo», y le ayudaron a encauzar su vida. «Ahora vivo en un piso de alquiler, les estoy muy agradecido».

Usuarios y voluntarios de Adsam también ofrecieron su testimonio, entre ellos, Cheikh, un joven senegalés que llegó a España en patera y que ahora estudia Administración y Dirección de Empresas. «En Adsam me han ayudado a evolucionar como persona y estudiar», asegura convencido. Judith Benítez, de 17 años, también recibió el empuje de Adsam de niña. «Era muy tímida y gracias a los talleres de la asociación me abrí al mundo y me di cuenta de que me gusta ayudar a otras personas», asegura, «ahora quiero estudiar Educación Social y dedicarme a ello, la verdad es que me cambiaron la vida».