La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) presentó la semana pasada un controvertido informe en el que concluía que 20 marcas de aceite de oliva de una muestra de 41 no eran vírgenes extra como se decía en su etiqueta, sino que eran vírgenes y existía un fraude al consumidor. Al margen del rigor del estudio de la OCU (envasadores y refinadores lo cuestionaron rápidamente), lo que sí viene a constatar es que existe aún mucho desconocimiento sobre lo que es un virgen extra, un virgen o un aceite de oliva a secas (miren en internet cómo se obtiene). Y eso no quiere decir que no se pueda consumir un refinado, porque existen segmentos para cada producto. Pero nadie da euros por céntimos, por lo que muchas veces resulta curioso que un virgen extra en origen (no se le ha aplicado aún los costes de envasado y comercialización) es más caro que un virgen extra puesto a disposición del consumidor en una gran cadena alimentaria.

Tampoco se suele hablar mucho de los desarrollados laboratorios que tienen algunas grandes firmas aceiteras. Si es para ofrecer al consumidor seguridad alimentaria, nada que objetar, pero sorprende que estemos hablando de un zumo de una fruta (la aceituna) que no debería necesitar ningún tratamiento que no sea el destinado a garantizar que se envasa lo que se dice. El necesario control de las administraciones debería poner su ojo en procesos permitidos que se utilizan con fines cuestionables, como ocurre con la desodorización. Un aceite lampante nunca puede ser un virgen extra. A quien etiqueta este tipo de aceites con una denominación que no les corresponde siempre hay que perseguirlo porque daña la imagen de las almazaras que trabajan por la calidad. Pero el desconocimiento aún es grande. Hace unos años el ama de casa podía llegar a pensar que el aceite puro de oliva era el mejor aceite que podía adquirir porque llevaba ese adjetivo. El castellano se convertía en idóneo instrumento para obtener beneficios económicos. Con el cambio de etiquetado y la clarificación de las categorías parecía que todo se había resuelto. Pero el runrún aparece cada cierto tiempo en el sector, no solo en España, también en Italia o en otros países como EEUU, en muchas ocasiones promovido por intereses localistas que ven la amenaza competitiva del aceite español.

Y ante todo esto, ¿qué se puede aconsejar? Córdoba es la provincia más reconocida por su calidad en los distintos certámenes nacionales e internacionales (curiosamente en este análisis de la OCU no se ha tenido en cuenta ninguna de las delicias culinarias de la provincia). Vayan al origen, busquen la trazabilidad del aceite, queécooperativas e industriales de la provincia están haciendo su trabajo con excelencia modélica. Descubran vírgenes extra con denominaciones de origen, ecológicos o aceites de grandes familias olivareras cuidados con esmero. Y pregúntense por qué algunos grandes envasadores repiten interesadamente que la presencia de las denominaciones es testimonial. Sí, por ahora es así, pero el futuro está ahí y algún día el consumidor terminará dándose cuenta.