La abogacía le viene a Bartolomé Vargas de familia. Su padre, decano de Colegio de Abogados en Córdoba durante buena parte de su carrera, le inculcó la pasión por la justicia. Su carrera como fiscal ha sido un viaje continuo, desde que empezara en 1976 en la Audiencia de Santa Cruz, pasando por Málaga, Guadalajara y, finalmente, acabó como fiscal en el Tribunal Supremo, en la Sección de lo Penal en 1994. No ha sido su única dedicación, aunque el servicio público siempre ha sido el telón de fondo. La docencia también se ha cruzado en su camino, trasladando la importancia del derecho a sus alumnos. Actualmente su batalla pasa por hacer que las víctimas de los accidentes de tráfico no sean olvidadas, y que las carreteras no se cobren más fallecidos por la falta de solidaridad.