Para Mari Carmen Corrales, médica de familia en el centro de salud de Palma del Río es común encontrarse estos días con la misma frase: «Aquí estoy... No sé por donde empezar». Desde el pasado 2 de marzo, la atención presencial volvió a los consultorios de la provincia de Córdoba, aunque nunca se había ido. El incremento de la incidencia acumulada por coronavirus obligó a los centros, siguiendo la normativa, a seleccionar si un paciente requeriría una exploración física o, por el contrario, se podía solucionar su problema por teléfono. Ahora, con la bajada de la incidencia y la relajación de las restricciones, son los propios pacientes los que eligen qué tipo de atención requieren. Y eso para los médicos resulta «muy satisfactorio».

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A Mari Carmen oír a los pacientes preguntar «¿y mi médico por qué no está» le dolía en el alma. Sentía mucha pena, porque sí estaba. Y en eso coinciden sus compañeros de oficio. «Se ha actuado físicamente cuando el paciente lo ha requerido», asegura Luis Palenzuela, médico en el centro de salud de Almodóvar. Ya sea recibiéndolo o acudiendo a su casa. Para Inmaculada Romero, secretaria general adjunta del Sindicato Médico de Córdoba, ver las antesalas de los consultorios llenas de pacientes es «muy gratificante». «El médico tiene que ver al paciente, porque la exploración física es fundamental», apunta. El doctor de atención primaria se convierte en un observador incomparable. Y escudriñar los estados de ánimo, los gestos, los rostros de las personas adquiere un papel relevante en el proceso sanitario. Y la respuesta de los pacientes no podía ser otra estos días. «Están muy contentos», dice Concha Morales, médica del centro de salud Guadalquivir de Córdoba.

Dos dimensiones

La pandemia de covid-19 ha acelerado la implantación de una nueva dimensión en la sanidad, en la que «ya se venía trabajando», como explica Concha Morales. Los médicos coinciden en que la atención telefónica ha venido para quedarse. En los últimos 11 meses ha copado la realidad, pero ahora, la convivencia con las citas presenciales obliga a replantearse, de nuevo, el día a día. «Lo hemos probado todos y hemos visto sus ventajas y desventajas», dice Inmaculada Romero. Durante esta semana, como explica Mari Carmen Corrales, la proporción gira en torno a un 60% de consultas físicas y un 40% de llamadas. Pero lo cierto es que, como reconoce, el flujo en las antesalas de los consultorios hace que se demore la respuesta en los teléfonos. Y, en su opinión, un modelo de trabajo que divida las consultas entre equipos y turnos podría ser la solución.

A pesar de que, al principio, suscitó suspicacias, las consultas telemáticas, según los médicos cordobeses, han adquirido un gran valor entre la población, que, acostumbrada, aprecia su comodidad, aunque esta disminuye cuando se asciende en la edad de los pacientes. Aún así, «nuestra profesión es de tocar y hablar», exclama Luis Palenzuela.

Las otras enfermedades

Una de las consecuencias más graves de la pandemia ha supuesto el retraso en el diagnóstico de enfermedades graves. No las crónicas, porque estas se han controlado durante todos estos meses, como explica Inma Romero. Pero sí los nuevos diagnósticos, especialmente por el miedo de los pacientes a acudir a las consultas y la falta de información respecto a sus posibilidades. «Hay gente que, por miedo, no ha consultado», señala Mari Carmen Corrales. Ella, además, destaca que es común encontrar personas que dicen: «Yo es que pensaba que no podía venir». E insiste: «Hay que venir». Esta inseguridad a la hora de acudir a los consultorios, además, según los médicos, ha podido provocar la búsqueda de la vía privada por parte de los pacientes.

Alegría tras meses duros

Entre la alegría de los profesionales aún se vislumbra el recuerdo de unos meses duros, como fueron marzo, abril y mayo. Aunque no se vea, como dicen, el trabajo en atención primaria aumentó, acompañado del estrés de convivir con una enfermedad desconocida y de la que costaba protegerse. Y recuerdan que, más allá de los focos que se dirigen a las Ucis, es en el primer eslabón de la cadena, en el que se encuentran ellos, donde se hace un seguimiento de los casos y se derivan a los hospitales. Su ingenio y su voluntad por mantener la seguridad en las salas de sus centros les hizo comprar mascarillas desde el primer momento, programar lavados de 60 grados para sus prendas y enfundarse en bolsas de basura o trajes de pintor ante la falta de equipo. Ahora, con las puertas de sus consultorios más abiertas, solo esperan que se valore su trabajo. «La primaria ha salido adelante gracias a que nos hemos esforzado mucho», concluye Concha Morales.