Alrededor de 280 personas viven la vida contemplativa en los conventos de clausura repartidos por la provincia de Córdoba. 22 son los monasterios femeninos que albergan a las 265 monjas y únicamente hay dos en los que residen frailes. En uno de ellos conviven actualmente 11 frailes y en el otro un solo ermitaño. El rango de edad es bastante amplio, entre los 22 y los 92 años, aunque la media es alta porque la mayoría de las monjas son ya de avanzada edad.

Las clarisas del convento de Santa Cruz viven bajo la clausura constitucional, que aunque es estricta y sin poder salir a la calle sin motivo justificado, nada tiene que ver con la clausura papal que rige el convento de Santa Ana de las Carmelitas Descalzas. Ellas reciben a las visitas con una reja de por medio y venden sus dulces mediante un torno. La madre priora de las carmelitas explica que "la clausura es un signo que manifiesta que ya no somos del mundo, que somos de Dios" y por eso nunca salen a la calle, excepto para las visitas médicas o días señalados, como para unas elecciones. "Somos ciudadanas y es un deber para nosotras votar", afirma la priora.

Es difícil imaginar la vida dentro de un convento de clausura, el día a día o las conversaciones que habrá entre las hermanas fuera de las horas de obligatorio silencio que tiene como finalidad "no interrumpir el diálogo con el Señor, ya que vivimos de cara a él", según sor María Guadalupe, hermana de las clarisas. Los medios de comunicación también se afrontan de manera diferente en uno y otro convento, mientras que las carmelitas tienen muy restringido todo esto "Aunque el Papa tenga Twitter y la Iglesia se esté abriendo a la tecnología, nosotras tenemos que tener cuidado porque no tendrían sentido las rejas", dice la priora. Las clarisas sí están perfectamente informadas de todo lo que ocurre lejos de esas cuatro paredes, como así demostró sor María Guadalupe. "Sufrimos por lo que pasa en Gaza, en Ucrania, en Irak, etc. y rezamos por todo esto para que el Señor lo solucione", dice.

Tanto la madre priora como sor María Guadalupe afirman que no conocían la vida contemplativa antes de sentir la llamada de la fe, además, ambas notaban que les faltaba algo en su vida y pensaron que dedicarse a las misiones llenaría ese vacío. "Salí milagrosamente de varias enfermedades y entendí que si el Señor me había dado la vida yo en agradecimiento le devolvía la mía de forma consagrada", afirma la priora. Sor María Guadalupe entendió que era su camino al visitar a unas monjas en clausura y ver su cara de felicidad. "Tenía 18 años y estaba estudiando una carrera, además de tener novio", explica.

Las relaciones con la familia son uno de los asuntos que más interés causan. La Madre Priora explica que ven a sus familiares una vez al mes a través de la reja y que "al principio les cuesta pero lo aceptan porque ven que de aquí solo sale cariño". En las puertas de uno de los conventos coincidimos con el padre de una monja de clausura que acudía a comprar dulces. Relata lo duro que fue para su familia aceptar la decisión de su hija. "Mi mujer sigue sin asumirlo", afirma. En cuanto a las visitas, "nos vemos una vez al mes y aprovechamos cuando salen al médico para poder vernos bien", dice.

En el convento de Santa Cruz conviven 9 monjas de tres continentes: tres españolas, tres colombianas, dos indias y una mexicana; y en el de Santa Ana, son 6, todas españolas excepto una venezolana. En ambas casas hay capacidad para muchas más y sor María Guadalupe afirma que "hay gente que se está refugiando en cien mil historias y habría que decirle: a ti lo que te falta es Jesús", y la priora cree que hay falta de generosidad por parte de la juventud en este sentido. "Si una persona no es capaz de entregarse al matrimonio, no lo va a hacer a una vida mas desconocida", afirma.

En los dos conventos tienen como una de sus fuentes de ingresos la venta de dulces artesanos. Además, las clarisas tienen un servicio de lavandería y las carmelitas se dedican al bordado de ornamentos, con lo que obtienen parte de los fondos necesarios para financiarse.