Un preacuerdo de gobierno, 52 diputados de Vox y una dimisión histórica después, hemos llegado al 17N como el que no quiere la cosa y ¡vivos! Qué más pedirle a la semana, después de una jornada electoral en Córdoba que nos dejó la moraleja de una mujer a la que el censo había dado por muerta y no paró hasta demostrar que estaba viva porque quería votar. Para que luego digan que somos una panda de abstencionistas. Mucho más incomprensible que ese hecho, me parece que es el que la Junta Electoral decidiera la retirada de un lazo morado -símbolo de la lucha contra la violencia a las mujeres- de un colegio electoral. Incomprensible, que no baladí, porque la retirada fue del lazo morado (hasta la llegada de Vox un símbolo de consenso) y no de un lazo, pongamos el caso, amarillo (con marcados tintes políticos). Por contarlo todo, a los apoderados de Vox en Peñarroya les hicieron recortar la bandera de España de sus acreditaciones, algo que tampoco entiendo, la verdad.

Mientras PSOE y Unidas Podemos ajustan cronómetros, buscan ministros (parece claro que Carmen Calvo repite), se encomiendan a la suerte y buscan nuevos socios para la investidura, en Córdoba los partidos hacen balance de la convocatoria. Hacen balance quienes pueden, claro. Los que no, recogen sus trocitos después de la explosión de las urnas. De esa guisa, andan en Ciudadanos tras la dimisión de su líder, Albert Rivera. Recomponiéndose y aferrándose a los núcleos donde cogobiernan, como es el caso de Córdoba y Andalucía, para rearmarse, si es posible, y previsiblemente con Inés Arrimadas al frente. Tras el hundimiento, el partido naranja se queda con diez diputados en el Congreso de los Diputados y sin representación por la provincia de Córdoba al perder a su representante, Marcial Gómez, diputado desde el año 2016.

En Córdoba, socialistas y populares lograron el domingo pasado dos diputados. Un empate solo entendible por la ley D’Hondt, ya que en realidad el PSOE logró 46.400 votos más que el PP en la provincia y venció en 72 de los 77 municipios. Por segunda vez, el candidato socialista Antonio Hurtado se quedó a las puertas de conseguir un escaño, que finalmente cayó del lado popular permitiendo que la lucentina María de la O Redondo se estrene en el Congreso de los Diputados. Precisamente, en Lucena se produjo uno de los hechos más reseñables del 10N en Córdoba, al colocarse Vox como fuerza más votada, con 7.200 papeletas (seguida por el PP con 4.915 y por el PSOE, con 5.950). El partido de Santiago Abascal, con un diputado por Córdoba, logró esta gesta en la provincia -atribuible, entre otras cosas, a su papel de movilización contra el centro MENA de la localidad--, y sorpassó al PP en otras tantas ciudades, como Puente Genil, Baena, Montoro, Priego y Cabra. En las dos últimas la subida escuece más a los populares porque gobiernan en las dos localidades de la Subbética. En Cabra, para más inri, el alcalde es el senador Fernando Priego (PP), que revalidó, eso sí, su asiento en la Cámara Alta, junto a los socialistas María de los Ángeles Luna, Alfonso Muñoz y María Jesús Serrano.

La victoria del PP al lograr subir un escaño en Córdoba hay que verla también con el matiz de una realidad empírica menos amable para esta fuerza política: los populares fueron terceros en 26 municipios y en 20 de ellos, Vox los aventajó. Se ha especulado mucho sobre las causas del ascenso del partido de Santiago Abascal. En lo estrictamente político, los populares culpan a los socialistas de haber espoleado al electorado más ultra con la exhumación de Franco y con su moderada respuesta ante la situación en Cataluña; y los socialistas, por contra, consideran que los responsables del ascenso son quienes los han blanqueado en las instituciones que gobiernan, como la Junta de Andalucía o el Ayuntamiento de Córdoba, es decir, PP y Cs.

Pese a lo dicho, los populares pueden celebrar fundamentalmente dos cosas: por un lado, sus resultados en la capital, donde se quedaron a solo 63 votos del PSOE; y, por otro lado, su capacidad para rentabilizar mucho mejor que sus socios de Cs su labor al frente de los gobiernos que ocupan (ocurre en Andalucía y en Córdoba).

El voto por distritos en la capital fue reflejo de todo un clásico: la brecha entre el norte (gana la derecha) y el sur (gana la izquierda), y de una curiosidad: frente a la mayor concentración del voto popular entre los distritos norte y centro, el voto diseminado de Vox, que se ramifica por más barrios. Así, el partido de Abascal triunfó tanto en la Fuensanta, Gualdalquivir o Parque Figueroa, como en los colegios de La Salle o La Aduana. Para reflexionar.