«Virginia siempre quiso tener un rosal de pitiminí, uno de rosas pequeñas en ramillete», recuerda José Antonio, propietario junto a su mujer de la casa-patio situada en Barrionuevo 43, «un día, dando un paseo, descubrimos uno así en la Victoria, así que esperamos a que fuera la época de poda y entonces acudí a coger un esqueje». Aquello ocurrió hace más de veinte años y desde entonces el rosal no ha dejado de crecer, obsequiándoles cada mes de mayo con una única floración.

Después de nueve años sin participar en el concurso de patios, tras catorce anteriores en los que nunca recibieron un premio importante, José Antonio, Virginia y su hijo han vuelto a participar, lo que les ha valido de momento para hacerse con el premio a la Planta Singular 2019 y para poner nombre a su bella flor de pitiminí. «Mi rosal se llama Trueque». Ese es el nombre que los investigadores del Jardín Botánico han puesto a esta variedad en honor a uno de los pocos que hasta ahora habían visto, que se encuentra en el antiguo Patio de Carmela, actual centro de interpretación de los patios, situado en Trueque 4.

La concejala de Medio Ambiente, Amparo Pernichi, y la conservadora del Botánico de Córdoba Carmen Jiménez entregaron ayer este premio simbólico (no tiene dotación económica) que reconoce el mimo de los cuidadores y su aportación a la conservación de especies.

Pero el patio de Barrionuevo 43 no solo es singular por esta planta. En su amplia extensión, que disfrutan los propietarios y los inquilinos de las siete viviendas que lo componen, habitan multitud de flores que llaman la atención. Un enorme clerodendrum que Virginia compró en Almería aunque es de origen africano, un cactus cola de mono, dos diamelas, una simple y otra doble, que perfuman el entorno, una enorme boina y una planta familia del clerodendrum a quien el Jardín Botánico aún no ha bautizado conviven junto a una buganvilla, «que durante años fue la reina de la casa», según José Antonio, dos naranjos, un limonero y otras especies de nombres imposibles que hacen las delicias de los visitantes. Como el pozo moruno, una pieza del siglo XVI que sirve para surtir de agua las plantas de este patio singular.

Según Jiménez, la peculiaridad del patio es «la presencia de muchas plantas perennes, lo que da idea de que se trata de un recinto muy vivido». Tanto es así que, a diferencia de otros patios, donde el relevo generacional aún no está garantizado, ya han conseguido enganchar a José Antonio hijo, que colabora con sus padres, al igual que algunos de los vecinos en el cuidado mimoso de las plantas y en la tradición de los patios. Todo un logro.