--No le quiero tocar la fibra sensible, que le conozco. Pero después de 35 años, y más sabiendo lo que es para usted, esto de no haber podido abrir el patio... ¿Se tiene que sentir rara? ¿no?

--Me siento rarísima. Ha habido días en que... ¡Yo qué sé! ¡Con lo que yo disfruto el patio! Mire... ha habido días que he llorado. Llegaron a grabar un vídeo para una televisión y cuando se iba el muchacho me dijo «a ver si el próximo año venimos con gente». Y me emocionó, se me saltaron las lágrimas (le tiembla la voz).

--Lo siento, Ana... ¡Venga! ¡Vamos! ¡Dígame cómo está el patio!

--(Ríe). Hay una parte, la de la pared alta, lo de arriba del todo, que no lo he puesto porque estando sin la mujer que me ayuda los últimos años... Yo me pasaba por la ventana pequeña y me subía en el tejadillo para ponerlas y...

--No se le vaya a ocurrir ahora encaramarse por ahí.

--No, no (ríe). Y además, de lo que es desde los canalones para abajo el patio, quizá un poquito menos en algunas partes que otros años, está precioso.

--¿Y las micromacetas que cuelgan en el pozo?

--Pues mira... ¡qué disgusto! Una de las plantitas que me salió, que era la más pequeñita que he sacado, hace semanas que no sé cómo se la llevó alguien. Pero ahora tengo un aparatito que me ha traído una gente desde Granada que ya no tengo que estar regando las macetitas con la jeringuilla (ríe). La gente que viene al patio es muy buena. A ver si ya pasa todo esto.