Qué les contaría yo de un miércoles de Feria que no sepan ustedes. Somos animales de costumbres y ya se sabe que, llegando al ecuador de la fiesta, después de dos días de relativa calma, sin colas y con sitio en las casetas, el miércoles se desata la locura. Como si no hubiera un mañana, en el momento de dar carpetazo a los trabajos y cerrar las aulas, la gente se transporta a El Arenal y hasta que el cuerpo aguante.

Los jóvenes y universitarios, como cada año, recogidos en el Balcón del Guadalquivir, en el clásico macrobotellón; los más pequeños, con sus padres, en la calle del infierno; y los profesores, grupos de amigos y compañeros de trabajo, llenando las casetas para una comida de feria, muchas previamente reservadas, para después darse al baile hasta no poder más, porque ya hoy no hay cole y muchos trabajos dan fiesta a sus empleados el jueves y viernes; dichosos ellos.

De las aulas al real de la Feria. Es la principal característica del miércoles. Los universitarios, casi identificados por facultades gracias a sus camisetas, tomaron un año más el Balcón del Guadalquivir con las bolsas cargadas de todo tipo de alcohol: litronas, ron, ginebra, whisky, con su poquito de refresco… y los vendedores de hielos haciendo su agosto. Dicen que beben ahí porque es más barato que en las casetas y socializan más. Imposible hacer recuento. Llegaron más tarde que otros años, quizá alertados por el calor, pues pasadas las 8 de la tarde aún había claros en esa marea humana que se extendía a lo largo del río, con la portada de la Feria de frente, pero sin entrar en ella hasta bien entrada la noche. Se esperaba que entre 10.000 y 14.000 personas se concentraran en este macrobotellón del miércoles, pero a primeras horas fueron menos que otros años. Por primera vez se había señalizado por zonas para facilitar la intervención de los servicios sanitarios y policiales. Por la mañana, el teniente de alcalde de Presidencia y Seguridad Ciudadana, Emilio Aumente, y la subdelegada del Gobierno, Rafaela Valenzuela, dejaban claro que el macrobotellón iba a estar requetebién controlado. Ni más ni menos que 60 policías nacionales, 90 policías locales por la tarde y 85 por la noche y seis agentes de la policía adscrita iban a velar por la seguridad de los jóvenes. Igualmente, advirtieron de que se controlaría la venta de alcohol a menores en los establecimientos cercanos a la Feria.

Y qué decir de la calle del infierno. El día destinado a los niños, cuando las atracciones reducen su precio a la mitad, los padres cogen a su prole, en algunas ocasiones en grupo con otros padres y niños de la clase, se arman de paciencia y, también a pleno sol, llenan de alegría y color una zona que forma parte de la idiosincrasia de la Feria. A las dos de la tarde, cuando el sol caía a plomo, sin sombras donde cobijarse, llegaban ya a la calle del infierno los primeros valientes. Los cacharritos costaban ayer dos euros, frente a los 4 o 4.30 de los demás días, y Mariluz Canales, junto a otras madres de niños compañeros del colegio y del fútbol, llegaban a la feria a las dos de la tarde, con sus hijos de 11 años. Lo primero que hicieron los niños fue meterse en la fuente, con el disgusto de sus madres, «para ir más fresquitos», dijeron, dispuestos a montarse en entre cinco y siete atracciones. «Venimos a estas horas porque aún no hay colas y luego comemos en una caseta», explicaron. Se quejaban, no obstante, de la falta de sombra en la calle del infierno y de que las atracciones son caras. «Podrían costar todos los días como hoy, que los sueldos son los mismos que el año pasado o más bajos», se lamentaban.

Un paseo por este lateral de la Feria te muestra un paisaje que no cambia con los años. Ahí está la noria, el Ala Delta y la Mansión del Terror; al fondo, las Cataratas, el Grand Prix, el Ratón Vacilón o Torrente 5, que por sus altavoces te llama a «compartir alegría y diversión con la familia y amigos, olvídense de los problemas cotidianos». Y entre jóvenes y pequeños, las casetas, que si bien a mediodía no estaban muy llenas, fueron cobrando vida a medida que avanzaba la tarde y noche. La Diputación, en su caseta; la Asociación de Joyeros, en La Astillera, y la Asociación de Jóvenes Empresarios (AJE), en el Ajetreo, celebraron como cada año sus respectivas recepciones oficiales, a las que no faltó la alcaldesa y otras autoridades.