No consideren una frivolidad, pese a la dramática pandemia que a nadie se le quita de la cabeza, el hacer un símil entre los síntomas de la pasión de tantísimos cuidadores por sus patios con un virus. De hecho, en esta entrega en la que Diario CÓRDOBA les trae a sus casas los patios, este año cerrados, se verá cómo la epidemia se ha vivido en propia carne de sus protagonistas, los cuidadores, sin que en ello haya nada de broma.

Aunque sí es verdad que, como el coronavirus, nadie sabe exactamente cuál es la cadena de contagio para que en casi un siglo 300 familias y comunidades de vecinos hayan decidido presentarse al concurso. Tampoco está claro por qué el virus de Los Patios se manifiesta en unos o en otros con formas más agresivas y a veces hasta patológicas, ni por qué al cabo de los años vuelven algunos a reinfectarse y a presentarse al Concurso. Incluso, se tendría que hablar de una inmensa población cordobesa aparentemente asintomática pero que vive y transmite la pasión por Los Patios.

De esto, y de otros virus, bien puede hablar José Antonio Espinosa, que apenas lleva un par de días desde su aislamiento en Madrid (donde ha acompañado largas semanas a su hijo, Samuel, en el hospital por otro asunto) y que ayer ya hablaba nada más llegar a Córdoba, a casa, del porte de los acantos, los «desmadrados pericones», la buganvilla, lo que cuesta mantener a la premiada palmera de la infección del picudo... Hoy queda un día menos para que Samuel regrese de su tratamiento en Madrid, abrace a José Antonio y Carmen y vuelva a reprocharle a su padre que «estoy obsesionado con el patio, me dice... pero es que es verdad».

Por otro lado, la suspensión del Concurso ha impedido que Barrionuevo 43, que en la pasada edición volvió al certamen, pudiera consolidar su participación en esta segunda etapa; y que Siete Revueltas 1, además de poderse admirar su yesería y el patio interior, albergara espectáculos del programa paralelo del Festival de los Patios. Imaginar ahora mismo ese escenario con los artistas actuando a dos metros de distancia unos de otros y los asistentes con mascarillas y separados en sus sillas de madera... es aún más triste. Y También por el barrio nos queda el pesar de Ana Muñoz por no poder abrir, después de 35 años consecutivos, Tinte 9. Paciencia, que lo primero es la salud.