¿Alguna vez han observado en una taberna a los bebedores habituales de vino de la tierra? Si hay un denominador común en todos es que no tienen prisa. Mientras la cerveza admite velocidad, aunque solo sea para tomarla bien fría, el vino exige serenidad, pausa, moderación. Cualquier exceso puede ser fatal. Quizás por eso las colas que cada año se suceden en el acceso a la Cata del Vino de Córdoba sean, por más molestas que resulten, convenientes, el mejor ejercicio para entrenar la paciencia, una selección natural necesaria que deja en el camino a los más nerviosos. Máxime teniendo en cuenta que muchos de los que estos días acuden a la Cata son bebedores ocasionales de vino, gente que muy probablemente no volverá a degustar los caldos de Montilla-Moriles hasta el año que viene.

A la Cata del Vino se va por muchas razones, pero no siempre el vino es la razón principal. «He pedido una cerveza y dicen que no hay», se quejaba ayer una joven a la que habían camelado unas amigas para salir. Se confirma así que aún hay gente que no sabe que en la Cata solo hay vino y agua, nada más. Bueno, también hay comida. Y de la buena. Diez restaurantes que hacen su agosto en abril gracias al consumo masivo de vino.

De un tiempo a esta parte, la Cata se ha consolidado como el lugar ideal para hacer negocios, encontrarse con los amigos, conocer gente, reeditar la comida al inicio del Mayo Festivo y hasta para ligar. Todo ello, en torno a una copa de vino, aunque el vino solo sea la llave para hacer que todo resulte más ameno. Los jóvenes, que por una vez renuncian al botellón de forma masiva para verse en la Cata, sin cacharros de por medio, lo saben muy bien. De hecho, se puede decir que ya hay una Cata de día y otra de noche con dos ambientes muy diferenciados y un perfil de asistentes también muy distinto.

Los interesados en aprender la cultura del vino prefieren el ambiente de las catas dirigidas, que este año han recibido a más de 300 personas en las ocho sesiones celebradas en el salón del artesonado de la Diputación. Las dos últimas tuvieron lugar ayer a cargo de la Asociación Lagares de Moriles y Lagar de Hoyos. «Hemos llenado todos los días y ha habido una media de diez personas más por cata que se han sumado de pie», informaron desde la organización, que ha hecho un esfuerzo por «no dejar a nadie fuera». En total, 13 bodegas han participado en estos encuentros en los que se han dado cita «personas de todos los perfiles, jóvenes, mayores, hombres, mujeres, profesionales de la hostelería y gente sin conocimiento previo, incluidos algunos extranjeros».

Ambiente en la Cata del Vino, ayer. A. J. GONZÁLEZ

Las catas dirigidas también han sido variadas, desde la impartida por la bodega Toro Albalá, centrada en vinos dulces PX maridados con chocolate negro del 80% y chili a la gama de jóvenes presentada por la bodega Pérez Barquero o la gama de colores ofertada por las bodegas de Moriles. Al salir del salón del artesonado, al amateur le entran las ganas de conocer. «Creía que el amontillado, por el color, era dulce y es seco», comenta una asistente mientras otra confirma su interés asegurando que lo próximo que pruebe «será un palo cortado».

Y es que la gama de sabores, olores, colores y hasta sonidos de los vinos Montilla-Moriles es casi infinita, aunque en la Cata del Vino, en la explanada de Diputación, muchos se conformen con concentrar todas sus apuestas en la misma carta, el vino joven, la versión menos rica de la baraja. Como si el apellido joven del caldo concediera algún tipo de elixir antiedad a quienes lo consumieran. Hay que arriesgar más.

Está por ver el resultado de las más de mil encuestas realizadas a pie de cata por la Universidad de Córdoba, por encargo de la DO Montilla-Moriles para, según el gerente, Enrique Garrido, conocer las preferencias sobre el vino y su opinión sobre el paso por la Cata.

Los que aún no se hayan animado, hoy tendrán la última oportunidad de catar el ambiente. Solo en el turno de día, a partir de las 13.30 horas. Llévense la mochilita de paciencia. En la Cata, la prisa mata.